domingo, 22 de febrero de 2015

Retrato de una madre adolescente

A los 17 años, entre los planes de Giovanna Aruquipa no estaba un embarazo, por eso, cuando supo que sería madre, su vida dio un giro de 360 grados. Después del miedo, los miramientos y la pena, aprendió varias lecciones. Su testimonio Papá, mamá, estoy embarazada será publicado por el Ministerio de Educación para prevenir el embarazo en adolescentes
Hace cuatro años, cuando cursaba el quinto de secundaria y acababa de cumplir 17, Giovanna se embarazó. "Ahora creo que los adolescentes deben vivir la vida paso a paso, sin adelantarse. Que es mejor pasar tres segundos de vergüenza al buscar un preservativo que frustrarse la vida”, reflexiona la joven, que en la actualidad tiene 21 años. En Bolivia, cada año 60.000 adolescentes quedan embarazadas.
La curiosidad y la química
Giovanna comenzó a tener relaciones sexuales a los 16 años. Dos años después de iniciar su romance con su primer amor y un año antes de embarazarse.
"Conocía a mi pareja desde los 14 años, él estaba en un curso superior. Tuvimos relaciones por curiosidad dos años después. Creo que a esa edad, cuando uno siente química con su pareja, la música y el reguetón, o la cumbia argentina, nos incitan a tener relaciones sexuales. Son los movimientos del baile, pero también es la curiosidad”, afirma.
No era la única en sentir curiosidad. La mayoría sus amigos pasaban por la misma situación. A ella como a Rayner, su pareja, y al resto de sus compañeros del colegio Cuerpo de Cristo, los maestros les habían hablado sobre métodos anticonceptivos. "Al principio nos cuidamos”, asegura, pero después de ir a una farmacia y recibir regaños de la farmacéutica al tratar de comprar condones, no quisieron volver.
En noviembre de 2010, el miedo se apoderó de su cuerpo, ya que la pareja decidió separarse precisamente cuando ella extrañaba su regla que nunca fue regular. "Él tenía planes: estudiar, ingresar a la Universidad, y yo, terminar el colegio”, dice con pena y su voz se apaga.
Tras un mes de espera Giovanna se hizo la prueba de embarazo y confirmó su estado. Compartió la noticia con su pareja, conversaron, discutieron, lloraron y decidieron huir juntos. Sin embargo, el día pactado para la fuga, Rayner tocó su puerta y enfrentó a su madre.
"Nadie me preguntó”
"Mi madre lloró, al igual que mi hermana (respira hondo pero no puede contener el llanto). Me gritó, me dijo cuánto la había decepcionado. Fue terrible, no quiso creer que su hija -en la que depositó todos sueños de que salga bachiller, entre a la universidad, se gradúe y recién se case vestida de blanco-le haya fallado”.
A la semana siguiente, los padres de Rayner se enteraron y se concertó una reunión entre las dos familias. Allí todos los adultos opinaban del futuro de los adolescentes y del bebé. Tras horas de discusión, decidieron que había que interrumpir el embarazo, ya que ella recibía medicamentos por la epilepsia. "No me preguntaron. Yo quería tener a mi bebé. Hablé con mi mamá y la decisión cambió”, cuenta.
Rayner se alejó, fue como si la tierra se lo hubiese tragado, y Giovanna cambió de colegio. Sola, en un curso nuevo, debía soportar los reproches de un grupo de compañeros. "Me decían que me vaya, que le daba mala reputación al colegio, aunque yo no era la única embarazada”. Pero Giovanna también tuvo que lidiar con los padres de familia y algunos profesores que la miraban con desprecio. "Me sentía mal, muy mal”, asegura.
Cuadernos y pañales
Estudió hasta una semana antes de dar a luz y volvió a clases 10 días después del nacimiento de Santiago. Esa etapa fue dura. Además de llevar su mochila con cuadernos, como el resto, cargaba otra bolsa con biberón y pañales y, además, a su bebé. No se separó de su hijo ni siquiera en el acto de graduación.
Bachiller y mamá, quiso postular a la universidad pero optó por una carrera técnica para darle más tiempo a Santiago.
Al poco tiempo, la hermana de Rayner la buscó, quiso ver al bebé, y luego -a través de ella- el muchacho volvió y conoció a su hijo. Le contó que ese tiempo había sido "castigado” por sus padres y obligado a trabajar.

Giovanna y Rayner decidieron volver y, retando a sus padres, se casaron. Poco después él perdió su trabajo. "Peleábamos: nos faltaba leche, pan... todo. Quería divorciarme y no habían pasado ni siquiera tres meses”, relata ella. Finalmente, tras varias charlas, se dieron cuenta de que eran padres y debían asumirlo.
Ahora Rayner también estudia y ambos trabajan. Los dos se dan una segunda oportunidad y tienen a Santiago consigo.

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