Segundina perdió la vista cuando estaba embarazada de dos meses, esperando gemelas. Su marido, cuyo nombre está bloqueado en el archivo de los recuerdos ingratos y dolorosos, era un borracho que le pegaba todos los días. En esa ocasión la golpeó en la cabeza y le dañó el nervio óptico. Cansada de soportar el cuadro de sufrimiento y de miseria, porque a veces faltaba el pan del día, resolvió ‘huir’ de su tierra natal, Cochabamba, y trasladarse a Santa Cruz.
La adversidad la acompañó desde que llegó al mundo. Sus padres se separaron y ella se crió cuidando ovejas de sus abuelos a la orilla de la ruta a La Paz. Solo estudió hasta el quinto básico.
Recuerda la abnegación de su progenitora, de trabajar duro en el campo para criar a sus tres hijos: Luis, Segundina y Fanor. Carpía el chaco, abría los surcos con sus propias manos para sembrar y después cargaba las cosechas hasta los camiones para llevarlos a los lugares de venta.
“Así vivimos, así crecimos, en medio de miseria, y eso me enseñó que más cerca está de Dios quien menos cosas tiene”, comenta.
La salida
Luego de recuperarse del golpe que le dio su esposo en estado de ebriedad (cree que fue con un palo, o una piedra, no lo recuerda), acomodó en una bolsa su ropa, cargó a su hijo mayor, Ernesto, y fue a refugiarse donde una vecina. Así estuvo de casa en casa, buscando trabajo de cuidante para poder alimentar a su retoño, mientras avanzaba su estado de gravidez.
Cuando decidió ‘escapar’ de su tierra se embarcó en un camión. Llegó a la antigua terminal de buses y se sentó en un rincón a descansar, llorar y a desafiar al destino. Ciega y pobre, ¿qué más grave podía ser su destino?
En Santa Cruz
Cansada de llorar, escuchaba a su hijito de cinco años que le decía tiernamente.
-Mamita, no llores, yo te voy a cuidar.
Ella le preguntó a un pastillero, ¿de aquí se parte a otros lugares?
El hombre le conestó: “Sí de aquí salen los buses a todos los lados, ¿a dónde quiere ir?”
- Solo quería saber, respondió.
Regresó al rincón de la entonces terminal. Se le acercó una señora, su ángel de la guardia y la interrogó: “Doñita, ¿de qué estás llorando?”
-Soy de Cochabamba y vengo con mi hijito. No tengo a nadie ni a dónde llegar. Para el colmo de mi desgracia soy ciega
Y sobrevino la oferta de la suerte: “¿Por qué no vienes conmigo? Vivo en El Torno, allá vendo comida”.
-Ya pues señora, alojame, te voy a ayudar.
En El Torno recibió mucho cariño, hasta que llegó el día de su alumbramiento, las tojitas como les dice.
Solidaridad cruceña
Cuando tuvo sus mellizas en el hospital de El Torno, Segundina acababa de cumplir 26 años. Allí conoció a una muchacha oriunda de Guaitú (adelante de Montero). Ella se había separado de su marido también por maltrato.
“Esa amiga me dijo: Segundina, ¿por qué no nos vamos a Santa Cruz? Allá la gente es bien solidaria y viendo tu realidad te pueden colaborar para que no le falte la leche a tus hijitas”, comenta.
En la conversación con PARA ELLAS, en el acceso a Expreso Norte, ella evoca aquel momento que fue decisivo.
“No sabía si daría resultado, pero era la única posibilidad para conseguir alimento para mis hijitas. Llegamos a la ciudad. Mi amiga me llevó a Unitel, y de ahí otros canales me llamaron. Recibí harta ayuda. ¡Qué solidaridad la de los cruceños! Mis ojos se llenaron de lágrimas. Ya tenía garantizada la leche para mis retoños.
Intentaron robarle a sus mellizas
Estando en el hospital se le acercó una señora que dijo llamarse Susana y que era abogada. Le pidió que le regale a sus mellizas, porque ella no tenía hijos, con la promesa de criarlas sin que les falte nada, para que no vivan en la miseria.
“Recuerdo que le contesté, tú eres abogada y yo una hija de campesina. Me pongo a pensar, no es posible que usted me exija que le regale a mis mellicitas. Más bien tú, como abogada y como mujer, debes darme un consejo bueno para salir adelante. Una persona que te conoce me dijo que tú tienes tres hijos, ¿para qué más?”, evoca.
La abogada se asustó y le preguntó, ¿quién te dijo eso, cómo se llama esa persona?
- Como yo no veo, no te lo puedo decir.
-Sí, es verdad que tengo tres hijos, pero yo quiero a tus hijitas para una amiga que es estéril, admitió la mujer.
-Sinceramente no te entiendo, ahora decís que es para una amiga, ¿no querrás hacer negocio con mis hijitas? Voy a avisar a la Policía, la sentenció.
En los siguientes días, cuando ella salía a pedir comida en El Torno, antes de venir a Santa Cruz, una mujer que estuvo internada con ella en el hospital le comentó: “La señora que dijo ser abogada salió en la televisión. Había sido traficante de bebés”.
Otra vez las evocaciones volando en las alas de las remembranzas de esos instantes.
-Miechicá, (habla a lo camba) qué habría sido de mis hijitas si hubiera sido débil ante el dinero o su ofrecimiento de una casa. Creo que debo felicitarme por soportar la adversidad y los momentos de hambre.
Montero, el sueño hecho realidad
Crecieron sus hijos enfrentando la miseria, satisfaciéndose con poco, siempre al ladito de su mamá, ayudando en los empleos que conseguía, como aquella vez que fue a dar a la comunidad Valle Nuevo, cerca de Pailón, a cooperar a una mujer que acababa de conocer, Edith, que cocinaba para los trabajadores de una empresa.
Allí enfrentó los rigores del calor y la humedad, además de los mosquitos. Sus bebés sufrían porque les brotaban carachas por las picadas de los zancudos. Decidió dejar el lugar.
Edith le sugiere que se vaya a Montero.
-Andá allá, tengo parientes, dirigite a la peladora Borges.
De esa manera cambió el curso de su destino. Se alojó en la casa de una tía de Edith hasta que consiguió un estrecho cuarto de madera en alquiler.
Un día un transeúnte le dijo: “Señora, por qué no va a SEA, es una entidad que está en Pampa de la Madre, allí le servimos desayuno a familias de escasos recursos. Fue. Allá conoció a la licenciada Albina y a un sociólogo de nombre Celio, que la ayudaron para que Ernesto entre al colegio y le consiguieron un cuarto libre de pago en predios de una institución religiosa.
Vivió haciendo trabajitos aislados para ganar la comida, pero muchas veces tenía que pedir limosna. Un día cambió todo, y su vida tuvo un giro total. Una maestra de la escuela para ciegos, Aprecia, la buscó para enseñarle a leer y escribir en braille y a caminar con bastón, para que no ande colgada de los hombros de sus hijos.
“EL DEBER me llamó”
Lograda la rehabilitación, y para que deje la mendicidad, una misionera le dijo: “Segundina, usted puede vender periódicos”.
Ella le contestó:
-Puedo, yo todo puedo, solo me tienen que indicar cómo hacerlo.
De inmediato se dirigen a la calle Antofagasta, equina Warnes, a la agencia de EL DEBER. La misionera le hizo los trámites, empezó a vender y a cobrar mayor confianza en sí misma. Ya había vencido lo peor de sus desgracias.
La misionera, antes de irse, le regaló dos sillones que los colocaba en la puerta de la parada de trufis para acomodar a sus mellizas, Cintia y Sonia, que ya bordeaban los dos años.
Dejaba a sus pequeñas al cuidado de Ernesto, y se iba a caminar voceando el periódico.
-¡EL DEBER, compre su diario! ¡Trae las últimas noticias! ¡Lea su horóscopo y los suplementos deportivos, sociales, para niños y femenino!
Anécdota
Un día estaba por las inmediaciones de las calles Pastor Díaz y Arenales, una parada de varias líneas del servicio público. Pero nadie le compraba. Solo escuchaba bulla. Voceaba en vano. Fue durante el último gobierno de Banzer. Se le ocurrió una travesura. Empezó a gritar una idea que a ella misma le parecía una locura.
-¡EL DEBER, trae noticias del asalto al presidente Banzer!
De inmediato le compraron todos los periódicos que ofrecía. Pero no hallaban la noticia, y le preguntaron, ¿en qué página salió la información? Y Segundina les respondió:
-Van a disculpar, pero como había tanta bulla y nadie me compraba nada, entonces se me vino a la cabeza esa ocurrencia que no es verdad. Lo hice para que me compren.
Y uno de los ocasionales clientes le dijo llamándola por su apodo: “Doña Choca, en otra grite que lo violaron a Banzer y va a vender más”.
Y de ahí, cada vez que lo encontraba a ese señor, él le decía: “Doña Choquita, ¿ya lo violaron al presidente?”
Un hijo más
Mucha gente la insultaba ‘con todos los ajos y cebollas’ cuando pedía limosna. Lloraba solita. Más de una vez tuvo que acudir a la Policía para hacer que la respeten. En esa situación fue que un hombre, no quiere mencionar el nombre, se ofreció a cuidarla. Iba a su cuarto, charlaban harto, hasta que Segundina quedó embarazada. El niño, Luis Fernando, ahora tiene 11 años.
Creyó que podía formar un hogar, pero fue víctima de un nuevo abandono, pero esta vez con algo de ayuda y, sobre todo, sin traumas.
Engaños
Segundina ahora dice con orgullo que se siente triunfadora ante la desgracia. Muchas veces la engañaron con los billetes, y la insultaban “ciega e m...” Pero como sus oídos ahora son como sus ojos, así lo afirma, siempre logró reconocer por la voz, días después, a quienes la estafaron.
-No me hagan esto, estoy trabajando, no pidiendo limosna.
Una vez un abusivo de esos le gritó: ¡Qué hace una ciega en la calle!
Discriminación
Luis Fernando cuenta que, antes, en la escuela, algunos chicos lo insultaban. ¡Hijo de ciega!
-Yo no les respondí nunca, más bien admiro a mi mamá. Una vez, a uno de mis compañeritos que me decía eso, lo encontré con su madre recogiendo cartones en las calles para vender. Al siguiente día, cuando me dijo ¡hijo de ciega!, le contesté que mi mamá tenía un empleo digno, y no recogía basura. Ahí se acabó todo, sin pelear.
Casita propia
Además de vender periódicos aprendió a elaborar gelatina de pata, y lo hizo tan bien que ganó una gran clientela. Juntó su platita. Una entidad religiosa la ayudó a coronar el lote propio y parte de la vivienda propia que hoy tiene en el barrio Venezuela de Montero.
Autobiografía
Al finalizar la entrevista Segundina muestra un libro, su autobiografía, escrito en 200 páginas.
- Gravé el relato de mi vida en un casete, que lo copió otro invidente, pero que sabe manejar computadora, Fredy Valdivia Loza. Pero esta es otra historia, colmada de matices de vida.
Ella los vende a Bs 20. Quien quiera ayudarla puede llamarla al celular 794-72062.
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