Texto: Cecilia Dorado N. / Fotos: Familiares, Pilar de Gutiérrez y Hernán Virgo
Giselle Bruun Sciaroni no tuvo hijos, pero acogió a muchos como si fueran suyos. Presos, niños de la calle, mujeres abandonadas, adictos, enfermos: todo ser humano caído en desgracia conmovía su corazón.
Detrás de esa figura fina y elegante, además de un temple de acero, se escondía una mujer muy humana. Su afán por involucrarse en temas sociales era tal que su madre, Mirette Sciaroni de Bruun, vivía preocupada porque Giselle no dejaba nada para ella. Y así se fue el pasado viernes 27 de enero de este año, a las 18:00, cuando su corazón dejó de latir.
En sus 88 años, ‘regaló’ a Santa Cruz más de 15 instituciones dedicadas a la salud, el civismo, los desamparados, el deporte, y un sinfín de gestiones inspiradas en su espíritu altruista. No por nada, el exdiplomático Agustín Saavedra Weise le dijo en un Día de la Madre: ‘No sos Giselle Bruun, sos una madraza de Santa Cruz’.
Cuando tenía 14 años, Giselle tomó más de un colchón de su casa y los obsequió al hospital San Juan de Dios, donde llegó a ser enfermera voluntaria.
Al propio escritor Edgar Lora Gumiel, autor de su biografía titulada ‘Giselle’ (1995), le asombraba ver a diario todo tipo de mendigos que ella llevaba hasta el pasillo de su casa, en la calle 24 de Septiembre, donde los bañaba, desparasitaba y curaba, para luego ubicarlos en algún centro que había creado.
“Todos los días se levantaba y pensaba qué podía hacer por alguien”, recuerda con añoranza su prima hermana Susy Castro de Sciaroni. Giselle se nutrió de sensibilidad ante el mundo en medio de la naturaleza que la vio nacer, la seguridad que le dieron sus padres y la disciplina inquebrantable de sus abuelos de raíces europeas.
CUNA DE LIBERTAD
La pequeña de ojos verdes nació el 24 de enero de 1924, en medio del olor a campo y el golpeteo de las aguas del río Piraí que bordeaban la imponente casona de su abuelo materno. José Sciaroni, un francés alto, delgado y de bigotes, había logrado construir su imperio en el Puerto Cuatro Ojos, al norte de Santa Cruz, por donde pasaban las barcazas rumbo al mar.
Giselle disfrutó gran parte de su niñez en la hacienda donde había una casona colonial, pues aunque migró a la capital cruceña junto a sus padres, no se perdía una vacación con sus abuelos. El viaje duraba una semana, recorría 142 kilómetros y hacía 14 pascanas. Para ella era una aventura internarse en el monte en una carreta tirada por bueyes, junto a un capataz y un ama de llaves. Según testimonios recogidos por Lora, de estos largos recorridos, Giselle aprendió mucho sobre la flora y fauna. Se jactaba de conocer los nombres de todas las especies y decía que llegar a la hacienda entrar al paraíso.
Don José era la admiración de Giselle, por su porte distinguido, fortaleza y seguridad que transmitía, la misma que ella inspiró a muchos que la conocieron. “Yo le decía mi generala, era a la única que me permitía llamarla así. Cuando había que hacer algo, ella mandaba y nosotras obedecíamos”, relata su entrañable amiga Pilar Trapero de Gutiérrez.
Giselle, que lideró hasta sus últimos días los grupos voluntarios Acción por Santa Cruz y Elffy Albrecht, era una mujer organizada y decidida; solía decir que era mejor hacer las cosas, que arrepentirse de no haberlas hecho.
Su personalidad también llevaba el sello cosmopolita de sus padres, Ángel Bruun, hijo de danés que se vio obligado a migrar a Bolivia tras la muerte de su padre, y Mirette Sciaroni, que a sus cinco años fue enviada a Francia e Inglaterra para criarse en el ambiente cultural de Europa, la que su padre José Sciaroni había dejado atrás.
EN FAMILIA. Una reunión de las primas en la casa de Giselle Bruun. En 1958 se había casado con Rafael Guido Gutiérrez Vaca Díez, pero al cabo de unos años se divorció
Mirette retornó a Bolivia a sus 18 años y se casó con Ángel en la década del 20, de esa unión nacieron Dorian y Giselle, que fue bautizada en la iglesia La Merced por monseñor Daniel Rivero. Bruun tenía otros dos hijos, Cristian y Elsa, de su primera boda.
En medio de una sociedad cruceña que convivía con tabúes y machismo, los padres de Giselle le dieron la potestad de ejercer el mando de su vida con mucha libertad. Cuando tenía 15 años, y después de haberse destacado como deportista a escala nacional, Giselle decidió dejar sus estudios en el colegio Alemán Pestalozzi y aceptar una invitación para convertirse en profesora de Educación Física. Ejerció la docencia por varias décadas hasta jubilarse.
Sus padres apoyaron cada uno de sus emprendimientos, aunque algunos tuvieron un alto costo familiar, como su exilio en la década del 50 cuando existió el llamado ‘Control Político’.
Después de crear la Unión Femenina Cruceñista en 1957, junto a la abogada y primera presidenta Elffy Albrecht y otras 22 mujeres cruceñas, Giselle se convirtió en un puntal de la propagación de las ideas de Santa Cruz, un pueblo que se había visto postergado por muchos años. En ese afán llegó a ser detenida y, finalmente, buscó su exilio en Buenos Aires (Argentina) donde estuvo por más de medio año, sola, sin trabajo ni dinero.
Ese episodio la marcó tanto que los cívicos y exautoridades involucrados por el Gobierno de Evo Morales con un supuesto grupo terrorista, y que fueron detenidos o salieron del país, la dejaban sin sueño. “Una de las cosas que más le apenó en los últimos tiempos fueron los perseguidos políticos, sufrió mucho por ellos, pues conocía muy bien qué era estar en exilio”, asegura su prima hermana Susy.
UNA LÍDER INNATA
La lucha por el 11% de las regalías había encendido la mecha que alcanzó el liderazgo femenino. Con ese objetivo, Giselle mantuvo un estrecho trabajo con personalidades de la época como Melchor Pinto Parada (expresidente del Comité pro Santa Cruz), Carlos Valverde Barbery (expresidente de la Unión Juvenil Cruceñista), Elffy Albrecht Ibáñez (expresidenta de la Unión Femenina Cruceñista, hoy Comité Cívico Femenino), Hernando García Vespa y otros cruceños que buscaban los mismos ideales. Varios sufrieron el exilio.
Giselle ejerció altos cargos en la administración pública en la década del 70, como ser alcaldesa de Montero y consulesa de Bolivia en Corumbá. En el norte cruceño hizo obras urbanas que cambiaron la cara al pueblo, le dotó de escuelas, sacó a las chicherías del centro y reconstruyó el edificio municipal.
Siendo consulesa, convirtió a Puerto Quijarro, que estaba sumido en la pobreza y el desorden, en un pueblo con calles amplias, jardines y plazas, una estación ferroviaria nueva y otras obras como un centro recreativo donde se ofrecía espectáculos que atraían hasta al público brasileño. Su labor en esta zona sentó soberanía nacional.
ALCALDESA. Giselle Bruun en un desfile cívico en Montero
El 28 de noviembre de 1970, junto a un grupo de voluntarias y médicos, creó la Legión Cruceña de Combate al Cáncer (LCCC). “Veía a muchos enfermos que no podían ser atendidos. Conseguía pasajes gratis y los enviaba a Sucre para ser tratados”, relata Bonnie Coca de Barbery, presidenta de la institución. Después de varias campañas de sensibilización, Giselle logró que Alberto M. Vásquez done un terreno en el que luego se construyó el Hospital Oncológico, hasta ahora el único en el país especializado en cáncer.
Su sensibilidad social también la convirtió en presidenta de la Cruz Roja Departamental, entre 1976 y 1977. Se dio a la tarea de recorrer en persona parajes inhóspitos, ranchitos sin servicios básicos, viajar en aviones maltrechos y montar a caballo hasta llegar a las inundaciones en Cordillera, Yapacaní, Okinawa, Vallegrande y otros puntos que requirieron su auxilio.
Su amiga Pilar aún recuerda las notas que le mandaba en los colectivos que llegaban desde Montero hasta la capital para que le ayudara a conseguir vituallas para llevar a Okinawa. Así, la Cruz Roja contribuyó al desarrollo cruceño.
TIEMPOS DIFÍCILES
En toda su labor de líder, sea cual fuese el lugar donde estaba, Giselle supo construir muy buena relación con empresarios y, en particular, con militares a fin de lograr sus objetivos a favor de la región. En las reuniones prefería compartir la charla con ellos. “Ella nos decía: ‘A mí me gusta conversar con los hombres, soy hombrerengue. No me gusta hablar de empleados ni de cocina. Me gusta estar rodeada de gallardos”, confiesa entre risas su prima hermana Susy.
El general René Barrientos Ortuño, expresidente de la República; los coroneles Oscar Adriázola, excomandante del Colegio Militar de Aviación; Fernando Sattori, exjefe del Estado Mayor; Joaquín Zenteno Ardaya y Andrés Selich Schop; además del Gral. Hugo Banzer Suárez, fueron algunos de los militares con los que Giselle trabajó de forma más cercana.
En vida, incluso destacaba el movimiento que provocó la caída del expresidente Juan José Torrez y le dio el poder a Banzer. “Recuerdo que en 1971, el pueblo cruceño realizó un movimiento en contra del gobierno de aquella época. Como siempre, destaco la valentía del doctor Carlos Valverde y la decidida cooperación del inolvidable Cnl. Andrés Selich, que hicieron posible el éxito de este movimiento”, declara en el libro de Lora.
Durante la guerrilla de Ernesto ‘Che’ Guevara (1967), Giselle apoyó con provisiones y alimentos a los soldados que tenían la misión de controlar a los insurgentes. En el gobierno de Banzer fue nombrada directora de la Junta Nacional de Acción Social (Junas) y dirigió la Cruz Roja. Esto no fue bien visto por algunos partidarios del socialismo y que fueron perseguidos. Tal es el caso de la exguerrillera Ledy Catoira Moreno que estuvo detenida en diferentes campos de concentración en Santa Cruz y La Paz, durante el Gobierno de Banzer. Para Catoira, solo la gente de confianza del régimen podía ocupar cargos públicos, como los de Bruun.
Según la exmiembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), Bruun, estando en la presidencia de la Cruz Roja, no asistió a los detenidos, heridos o enfermos, ni denunció los abusos que se estaban cometiendo. “Para la Cruz Roja todo estaba bien, no había heridos, cárceles, muertos ni desaparecidos”, cuenta.
El escritor Lora, que compartió con Giselle y sus íntimos colaboradores durante el año que elaboró su biografía, considera que esta participación tiene el mismo justificativo que la de otros líderes cruceños de la época. “El centralismo era tal, que todas las autoridades eran del interior del país; Santa Cruz se aferraba a cualquier cruceño que podía llegar al poder, que podía sacar decretos y leyes que reivindiquen a la región. Eso también sucedió con el presidente cruceño Germán Busch y su ministro de Minas y Petróleo, Dionisio Foianini, que le dieron a Santa Cruz el 11% de regalías petroleras”, argumenta. Según Lora, todos los cruceños de ese entonces sintieron la misma ‘discriminación’ que Giselle.
LA GRANJA, SU GRAN SUEÑO
Desde los años 60 otro anhelo de Giselle fue crear una granja de rehabilitación de adictos y delincuentes. Lamentaba ver por las calles gente joven sumida en el vicio y soñaba con darles una segunda oportunidad en la vida.
Con ese propósito, logró trasladar una granja de Ichilo a Espejos, donde había mejores condiciones, pese al difícil acceso. En 1972 inauguró la nueva construcción que tuvo el apoyo de muchos voluntarios, incluyendo su padre que dirigió la obra. Pero su nominación como consulesa en Corumbá la alejó del proyecto durante años. Cuando volvió, tuvo que empezar de cero.
En ese trajín encontró apoyo en el capitán Luis Camacho Antezana, que se hizo cargo de la Granja que llegó a albergar a 150 internos y ocuparlos en labores agropecuarias para su rehabilitación. Giselle lamentaba el posterior cierre del lugar (1988), tras una investigación internacional sobre torturas y ejecuciones extrajudiciales.
En abril de 2011, su reapertura esta vez como Centro Nueva Vida Santa Cruz (Cenvicruz) le causó tanta alegría que Giselle sacó fuerzas de donde sea para estar presente en el acto, junto al gobernador Rubén Costas. Rosario Gutiérrez, del grupo Elffy Albrecht y ex presidenta cívica, destaca la predisposición del gobernador para continuar la obra. “Con la Gobernación ya se hizo un microhospital, comedores y dormitorios más grandes”.
“Era su gran sueño la reapertura -confiesa su prima hermana Susy-. Giselle quería que pida a la Gobernación y a la Alcaldía que lleve su nombre, pero yo le decía que eso sucede cuando la gente muere”.
Una misteriosa cita con la muerte
Giselle Bruun estuvo activa hasta sus últimos días, aunque desde la muerte de sus padres (1984-1985) con quienes vivía, se sintió muy sola. Todos los días se levantaba a las 7:00 y cuidaba con esmero sus plantas.
En su casa, todo debía estar en orden, los tapetes bien almidonados y su cama impecable, nadie podía ni sentarse allí. Hasta cuando miraba la ciudad quería esa pulcritud. Pedía a las autoridades que las casas del centro se pinten de blanco o crema, con la elegancia de antaño. Para ella era un pecado no preservar la arquitectura que tenía historia, como el viejo correo que se destruyó al frente del Club Social y que hoy es un parqueo.
Desde hace un tiempo, su primera llamada era para saber sobre la salud de Hernando García Vespa, su consejero de años. Él murió el lunes 13 febrero.
Giselle nunca dejaba su estilo elegante, ni para recibir a alguien en su casa. No era ella si no tenía puestas sus gafas grandes, sus vestidos floreados, un saco y su prendedor en el pecho en forma de flor, como las que tanto le gustaba. Su porte de 1.77 metros impresionaba.
Hace ocho meses tuvo un derrame cerebral, perdió la voz y la capacidad de moverse. El médico le dijo que solo recuperaría el 50% de sus capacidades, pero su voluntad fue tal que a los tres meses estaba conversando y asistiendo a sus actividades.
El pasado 24 de enero fue su último cumpleaños, pero decidió dejar su festejo para el 31 en la casa de una amiga voluntaria. El viernes 27, a partir del mediodía empezó a convocar a sus allegadas por teléfono para que no fallaran a la cita.
“Yo contesté el teléfono y como no la había felicitado porque estuve muy enferma, ahí nomás le canté ‘Las mañanitas’. Después le dije ¡qué viva la del santo! Y Giselle lloró”, relata Pilar T. de Gutiérrez, la voluntaria de la voz melódica que solía amenizar las reuniones.
Giselle tuvo tiempo de llamar a todas. Pero a las 18:00 de ese día la muerte la sorprendió. Un paro cardiaco que segó su vida, truncó el festejo, pero no la cita, porque todas asistieron a su entierro. Una de sus sobrinas cree que fue ‘una mujer adelantada en su tiempo, pero que nació en el momento exacto’ para hacer tanto por Santa Cruz.
Al menos 15 lienzos del artista plástico Carlos Cirbián resumen momentos históricos que ella presenció. Los cuadros fueron financiados y elaborados a pedido del grupo Acción por Santa Cruz y se exhiben al público en el Museo de Historia de Santa Cruz de la calle Junín. La directora de ese centro cultural, Paula Peña, ha propuesto complementar la muestra con las distinciones, cartas, fotos y hasta el vestuario que caracterizó a Giselle Bruun.
La LCCC está gestionando la producción de una película sobre su vida que es un legado. En la foto, cuando fue Reina del Carnaval cruceño en 1956.
DEJÓ HUELLA EN LAS INSTITUCIONES
Giselle Bruun fue una de las fundadoras del Comité Cívico Femenino, también creó la Mesa Redonda Panamericana, la Junta Nacional de Acción Social, la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales, la Legión Cruceña de Combate al Cáncer, el Comité Cívico Pro Mar, el centro para no videntes Aprecia, la Legión de Lucha Antituberculosa, la Asociación de Mujeres de Ayuda
Social, el Centro Cívico Bolivia, el Comité de Damas de Protección al Niño, la Fundación Procardia, la Asociación Cristiana Femenina, el Bloque Femenino de Protección Moral, el Centro Mirette Sciaroni y el Comité pro Construcción del Asilo de Ancianos.
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