Fotos: Fuad Landívar
Desde niña luchó por su libertad. A sus nueve años, Justa Cabrera fue transferida junto a sus padres y hermanos como parte de una ‘deuda’ de su patrón al hijo de este. La costumbre permitía heredar tierras con peones y todo. Así, la pequeña guaraní fue arrancada de su lugar de origen en Chuquisaca, para seguir integrando parte de la familia esclavizada, pero en Santa Cruz.
El patrón era descendiente de alemanes y su hijo se asentó en tierras próximas a lo que ahora es Paurito, lado sudeste del departamento. El viaje fue una odisea de siete días. Justa y su familia extrañaron la antigua casa por donde pasaba el río, ahora debían enfrentar a un monte casi virgen, donde tenían que caminar hasta cinco kilómetros para traer un poco de agua.
Por muchos años, desde la época de los 60, ella junto con su familia se vio obligada a cortar leña a punta de hacha para proveer al ingenio azucarero San Aurelio.
El patrón no les pagó nada, tal como lo hizo su padre, de vez en cuando solo les llevaba un poco de arroz o hueso. Como la escasez de alimentos se agudizó, sus hermanos mayores empezaron a buscar trabajo en otras haciendas.
Siendo la menor de ocho hijos, Justa apenas había vencido el segundo de primaria en Chuquisaca. Aunque sus padres intentaron inscribirla junto con otros niños en una escuela de la comunidad vecina, Tundy, la rechazaron. “Decían que la escuela era de puros cambas y como éramos guaraníes del sur, de la parte de la cordillera, nos decían collas”, recuerda.
Al final, creció sin educación formal. A sus 11 años decidió salir a la ciudad, sin saber nada de ella. La pusieron al cuidado de un niño y acabó haciendo todas las labores de casa, sin recibir ni un peso.
Cuando iba al parque a pasear al niño era el hazmerreír de los chicos. “Se amontonaban y me hacían hablar, como solo sabía guaraní, mi castellano era chuto, lo decía todo al revés y era una diversión para los niños”, relata.
Ella se prometió que algún día hablaría castellano y para no olvidarse lo poco que aprendió en la escuela, deletreaba lo que encontraba a la mano, como las etiquetas de las latas de leche Klim o Nido.
A sus 12 años, otro patrón, esta vez un militar, la llevó a Challapata, Oruro, con sus hijos y su esposa a la que Justa recuerda como una patrona al estilo ‘general’. Trabajó tres años sin sueldo ni educación, pese a las promesas que le hicieron. “Yo me vestía con la ropa que dejaban sus niñas, nunca supe qué era estrenar un zapato o un vestido, ni celebrar un cumpleaños, como mis 15 que los cumplí allí”, rememora con cierto rencor.
Tras el cambio de destino de su patrón hacia Santa Cruz, decidió rebelarse y no tener más patrones. La dejaron partir, pero no le permitieron sacar nada, solamente lo que traía puesto. “Salí como estaba vestida, busqué a mis padres en mi casa y ahí empecé a ser independiente”, dice, mientras toma un mate.
Con el tiempo, se supo que la zona donde los trajeron como esclavos eran tierras fiscales, por lo que el Estado las recuperó y así nació la comunidad guaraní Jorori, al sudeste de la capital cruceña.
Para Justa las adversidades que había pasado se convirtieron en una lección de vida que le permitió romper la suerte de sus antepasados.
A los 17 años integró el Club de Madres de Jorori, aunque solo era una secretaria que tomaba apuntes con bastante dificultad.
En 1975 logró que el Comité de Obras Públicas instale una bomba manual para proveer agua potable a la zona.
En los años 90 tuvo contacto con el Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (Cepad) y se organizó el Comité de Nutrición para los niños del lugar.
En 1992, fue nombrada representante de 12 comunidades en el Festival Productivo de Rescate Cultural y ese mismo año se organizó la Capitanía Guaraní, zona Santa Cruz, en la cual -dos años más tarde- asumió la representación de Tierra y Territorio de la organización.
La senda del liderazgo no fue fácil. Justa admite que entre los indígenas hubo mucha discriminación a las mujeres y ante el insistente reclamo la eligieron secre taria de Salud de la Central de Pueblos Étnicos de Santa Cruz (Cepes).
Llegó a ser vicepresidenta de la Asamblea del Pueblo Guaraní, capitana de la zona y hoy es la primera presidenta de la Confederación de Mujeres Indígenas de Bolivia.
Ahora apunta a lo que llama ‘libertad sicológica’ de los indígenas. “Llegan de los pueblos y en la ciudad no saben qué hacer, siempre están esperando que alguien los mande, buscan a un patrón, no hay esa libertad de decidir por sí mismo. Hay que trabajar mucho en esto”, insiste.
Ella reconoce que solo algunos indígenas se profesionalizaron y convencida de que este es el camino para la superación ya tiene a tres de sus cinco hijos en la universidad. Ricardo (24), estudia Derecho; Mariano (22), Ingeniería Comercial y Matías (20), Análisis de Sistemas. Analoida (16) y Aracely (de seis años, cuya educación y cuidado asumió) van al colegio. En 2005, una enfermedad segó la vida de Mayra (19), su hija mayor.
A sus 55 años, aún con poca agilidad para escribir, Justa es reconocida por los indígenas como ‘la mujer de la voz clara’. Y es que su facilidad para expresar las ideas ha sido su principal arma para defender hasta ahora los derechos de estos pueblos.
Hoy, aquejada por problemas cardíacos y la presión arterial, apoya desde Santa Cruz la marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis).
Justa Cabrera / Indígena Jorori
Una mujer que se abrió paso
Justa Cabrera Guzmán nació el 1 de noviembre de 1955 en la comunidad Vallecito, zona Muyupampa, provincia Luis Calvo de Chuquisaca. Es la menor de ocho hermanos.
Sus padres, ya fallecidos, se llamaban Domingo Cabrera y Juana Guzmán. Vive en Jorori, a pocos kilómetros de Paurito, junto a su esposo Gregorio Flores y sus hijos.
Ella confiesa que le hubiera gustado estudiar en la Normal para ser profesora y ahora no pierde la esperanza de ingresar a la carrera de Derecho en la universidad. Cree que siendo abogada podrá aportar mucho más como dirigente indígena.
Por ahora, su hijo Ricardo Flores, que estudia esa carrera, la asesora en sus reuniones de análisis.
«A Evo lo comparo con un capataz»
- ¿Qué es lo que más guarda de sus tradiciones?
- La educación ancestral transmitida por mis padres en forma oral. Cuando éramos niños, nos sentaban y nos contaban las buenas y las malas historias. Nos hablaban de cómo encadenaban a los esclavos y de los capataces, a los que yo llegué a conocer. Eran la mano derecha del patrón, iban tras los esclavos en medio de los sembradíos y pobre del que se paraba, lo guasqueaban.
A Evo (Morales) lo comparo con el capataz de las transnacionales, se convirtió en su operador, se perdió el hombre. Digo eso porque al hablar de un proceso de cambio, esperábamos igualdad y más oportunidades, pero no nos las está dando.
- ¿El presidente cambió?
- Creo que nosotros somos más sinceros, confiamos en él creyendo que era sincero, pero solo aprovechó la oportunidad para hacerse del poder. Ahora es rencoroso.
- ¿Por qué rechazar una carretera por el Tipnis?
- Defender el tipnis es defender nuestra casa. Construir la carretera por ahí significará la desaparición de los pueblos indígenas del lugar pero, además, es un atentado contra los otros territorios indígenas. Es como desconocer todo.
- ¿Teme que sea un mal precedente para el futuro de los pueblos indígenas?
- Es eso. Presentimos que esta es la exigencia del cumplimiento de lo que dice el Gobierno, de que unos no pueden tener más tierras que otros. Vemos que la Constitución se refiere a los ‘territorios indígenas originarios campesinos’ sin puntos ni comas, eso quiere decir que también los interculturales, los cocaleros, movimientos sin tierra pueden entrar a territorios indígenas y destruir todo el monte.
Ellos no ven los árboles como nosotros, para refrescarnos bajo su sombra, lo ven como una acumulación de dinero. Eso es un peligro no solo para los indígenas, sino para este país, que es como un pulmón del mundo.
- ¿Hay indicios de ese riesgo?
- La prueba es que han empezado a entrarse. Ya están en el Isoso, en las tierras de Charagua, Guarayos, ya han comenzado a avasallar comunidades indígenas. No es capricho de nosotros, el presidente está desesperado por hacer nuevos asentamientos en el Tipnis.
Los mismos colonizadores y los sin tierras dijeron que ‘es compromiso del presidente entregarnos tierras en el Tipnis’. Eso ya está dicho. El capricho y la prepotencia del presidente comprueban que tiene ese compromiso.
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