domingo, 5 de febrero de 2012

La Defensora que temieron los políticos

Un trabajo ampliamente destacado en la creación y dirección del Defensor del Pueblo, una intachable conducta ética, el clamor popular para su continuidad. Ningún argumento fue suficiente para que la coalición política que encabezó el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada reeligiera en 2003 a Ana María Romero de Campero en su cargo. Y es que los méritos de la funcionaria eran vistos como una temible amenaza para los partidos encumbrados en el poder.

“La nueva postulación de Romero -afirma el expresidente de la Asamblea de Derechos Humanos Waldo Albarracín- fue boicoteada por Goni, fundamentalmente porque, si bien a ella en su primera gestión la eligieron los partidos tradicionales y conservadores del parlamento, éstos pensaban que su trabajo como Defensora iba a ser tibio y no un problema para el gobierno. Pero fue al revés, porque ella cumplió a cabalidad su mandato de defender al pueblo, y estaba permanentemente en choque con las autoridades gubernamentales de Banzer y luego del MNR”.

En rigor, no se puede aseverar que la Defensoría del Pueblo es una instancia exenta de la política ni que su primera titular era virgen en este ámbito. En 1979, Romero ingresó en ese mundo como ministra de Informaciones del presidente Walter Guevara, saliendo sin embargo airosa del imprevisible ámbito, en el que vivió la traición y resistió un golpe de Estado.

“Yo era dirigente del MIR, -recuerda el político Juan del Granado- y vimos con mucha preocupación del golpe de Natusch Busch contra Walter Guevara, pero ahí destacó la figura de una ministra joven, muy linda y por supuesto muy inteligente, que era la articuladora de un gabinete en resistencia durante muchos días, y un motor esencial para la derrota del golpe”. La socióloga María

Soledad Quiroga acota: “El golpe fue muy terrible por la masacre que implicó (llamada la ‘Masacre de Todos Santos’) y, por supuesto, todas las personas que estaban en contra corrían riesgos; pero eso muestra también el valor de Ana María. Ella tuvo una actitud consecuente y necesaria. Fue capaz de defender el proceso” (para detalles, Romero expuso su experiencia en el libro Ni todos ni tan santos, que es reseñado en la página 10).

Se podría pensar que una notable funcionaria, con además tan honorable pasado en la política y el periodismo, tendría allanado el camino para su reelección en la Defensoría (cargo en el que fue reconocida con numerosas distinciones nacionales e internacionales, entre ellas la postulación al Premio Nobel de la Paz, como parte de las “1.000 mujeres de paz en el mundo”). No fue así. Los cálculos políticos que siguieron los congresistas determinaron su alejamiento de la entidad.

La exfuncionaria del Defensor Ana Benavides indica que, durante los días de votación de los parlamentarios, Romero se encontraba visitando a su familia en Estados Unidos y decidió retirar su postulación. “Un día de octubre de 2003 estábamos con una amiga nuestra -Gloria Tapia- en el hemiciclo. Era de amanecida y los parlamentarios decidieron ir a una segunda vuelta en la votación. Ella entonces envió su carta; sabía que estaban mano-seando su nombre y no se iba a prestar a ese juego. No pasó que no fue elegida, sino que retiró su postulación enviando una carta al entonces vicepresidente Carlos Mesa”. Justamente Mesa fue el solitario defensor de la Defensora al interior del gobierno. El también historiador había expresado meses atrás, de modo privado y público, su apoyo a la reelección. Vale la pena conocer en extenso su versión: “Sánchez de Lozada tenía una idea que se probó irónicamente correcta, pero su acción fue absolutamente contraría de la que debió ser (...). Fueron varias reuniones, por lo menos media docena, hubo dos muy importantes al final, pero la primera fase fue muy compleja, habían líneas diversas, tensiones en una dirección y otra.

Había momentos en que Oscar Eid (MIR) o Carlos Sánchez Berzaín (MNR) expresaban su apoyo a que la reelijan por razones políticas y prácticas; en otra reunión de pronto cambiaban de opinión y decían que no había que reelegirla porque era un peligro (...).

La pregunta era si era más conveniente que ella estuviera dentro o fuera del cargo. El presidente no expresaba opinión (...). En las últimas reuniones expresó su desacuerdo con que la Defensora del Pueblo fuera reelegida. (...) Yo tuve una reunión con él, pocos días antes de la decisión que iba tomar el Congreso. Le expresé que me parecía que había que plantear la reelección por varias razones: por razones éticas y por el nivel extraordinario de desempeño que ella había tenido a lo largo de su gestión, y por razones prácticas, porque era una persona que fuera de la Defensoría iba mostrar un gobierno que estaba sesgando opinión y que estaba manipulando el voto cuando la opinión pública mayoritaria estaba a favor de la elección de Ana María. No reelegirla era dar un pésima señal al país, en un momento en que el país la necesitaba y el gobierno estaba en una debilidad muy grande. Ahí el presidente no dijo nada, dijo que iba considerar mi opinión. Antes de una reunión final, hice un lobby muy importante, muy intenso para la reelección; lo hice con Jaime Paz Zamora (MIR), a quien llamé por teléfono. Él me dijo que de ninguna manera, que Ana

María representaba la antipolítica, que simbolizaba un núcleo de la sociedad que estaba en contra de los partidos políticos y que su objetivo era la destrucción de los partidos; que él no podía respaldar a alguien que era enemigo de la esencia del contexto de construcción democrática (...). Hablé con Manfred Reyes Villa, quien me pidió un par de horas (...). Él me dijo: ‘Mira, yo tengo algo personal con Ana María Campero porque ha sido muy dura con mi padre”, quien fue parte del golpe de Estado de García Meza, ‘pero a pesar de eso, entiendo que políticamente es conveniente y sería una imprudencia no elegirla (...)’. Y luego hice una reunión con el núcleo que controlaba en el MNR el Congreso (...). Después de una larga discusión, llegamos a un acuerdo positivo de parte de ellos (...). En ese contexto el presidente convocó a una reunión de la bancada del MNR de diputados y senadores en Palacio. Yo hablé con él y le dije que me gustaría asistir a la reunión como vicepresidente y como presidente del Congreso. Él me dijo que no, que no tenía sentido porque era reunión del partido y yo no era militante del MNR (...). Cuando hablé con ellos (con los parlamentarios) me dijeron que el presidente había volcado el voto y convencido a todos. El presidente les dijo -me contaron- que estaba absolutamente de acuerdo con sus criterios y por el último precisamente (desestabilización) él iba pedir que voten por el no, porque él consideraba que Ana María era un factor de desestabilización, y que desde la Defensoría podía desestabilizar al gobierno, y por eso no le convenía su reelección. Lo cual se demostró exactamente al revés”.

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