Esta mujer delgada y que deja entrever una sonrisa que expresa una sutil picardía, cuenta que le gusta lo que hace y si bien reconoce que es pesado, ya está acostumbrada. “Aunque sea muy pesado lo que tenga que cargar, igual no más cargo, qué voy a hacer”.
Como María, al menos diez mujeres de pollera se desempeñan como cargadoras en ese mercado de las Ferias Francas de la Zona Sur, que cada viernes se instala al final de la calle 21 de Calacoto y en la esquina de la avenida Costanera.
Ellas visten un mandil celeste y llevan un aguayo que les permite cargar los bultos. Son parte de un sindicato de cargadoras y vendedoras formadas por 240 personas, aproximadamente.
Margarita es otra de las cargadoras. Tiene 38 años y empezó en el oficio hace cinco, gracias a una conocida que le ayudó a entrar al sindicato. Los otros días, trabaja como ayudante en mercados, en limpieza y lava ropa en domicilios. “Aquí, en los mercados, tres días no más, pero me gusta”, dice.
Generan más confianza
En este mercado también hay hombres, pero las caseras prefieren a las mujeres porque tienen más confianza con ellas, dice Lourdes, una de las vendedoras de frutas del centro de abasto.
“Las compradoras prefieren más a las mujeres (') en cambio a los hombres no, los hombres son muy impacientes”, además, “hay pocos porque aquí no hay movimiento como arriba (') si bajan, no ganan”, menciona Lourdes.
Para María, los varones que también trabajan como cargadores no son competencia. “Desde que vivía en el campo siempre alzábamos' ¿Qué cosa nos falta para ser como los hombres?, igual nomás somos”, cuenta mientras deja ver sus manos que reflejan fortaleza y cuidado, con uñas bien cortadas y piel hidratada.
La mayoría de estas mujeres necesitaba trabajo para mantener a sus hijos, fue por eso que se animaron a ayudar en los mercados.
Una de las compradoras menciona que a estas ayudantes les va bien realizando este oficio. “Ganan bien porque éste es uno de los mercados más caros, entonces la gente les paga bien y están todo el día”.
La frutera Sara Averán opina que estas mujeres optaron por cargar los bultos luego de que no les fue bien como vendedoras. Cree que en el rubro hay mucha competencia.
“No les resulta vender y tienen que buscar en qué trabajar”, opina la mujer que se dedica hace 25 años a vender frutas en la zona.
La jornada laboral
El mercado comienza la atención al público las 7:30 y a esa hora arranca también el trabajo de las cargadoras, cuando empiezan a llegar las primeras clientes.
Las ganancias dependen del “cariño” de las compradoras, dicen las cargadoras.
María, por ejemplo, suele ganar algo más de 30 bolivianos cada viernes. Además, siempre recibe algo de “yapita” que las señoras le dan, afirma mientras deja entrever una sonrisa a la que le faltan algunos dientes.
Pero las clientas también tienen cargadoras predilectas. Una de las compradoras, que pidió mantener su nombre en reserva, cuenta que a Juanita, quien trabaja cargando hace diez años, le paga entre ocho y diez bolivianos por mandado.
“Yo le he pedido que venga a trabajar a mi casa y me ha dicho: ‘no los puedo dejar a mis nietitos’. Parece que ella es la que cuida y sus hijos trabajan' pero ella es súper pobre, yo le regalo siempre ropa”.
Roxana, otra de las compradoras frecuentes, afirma que paga a una cargadora hasta cinco bolivianos para que le lleve las compras.
Ellas están organizadas
Una de las claves para trabajar como cargadora en la feria de San Miguel es tener fortaleza física, pero además pertenecer al sindicato del mercado. Máxima Canaviri, secretaria ejecutiva del ente, señala que la organización fue creada en 1969 y la mayor parte de las afiliadas son antiguas y se conocen entre ellas.
“Si viene una nueva, hasta ellas mismas se molestan y no reciben' y las nuevas se van”, afirmó refiriéndose a las cargadoras.
Las reuniones del sindicato se realizan únicamente cuando se tratan temas importantes. Asisten vendedoras y cargadoras, pero sólo las primeras tienen derecho a voz. Las otras, sólo pueden escuchar las decisiones y acatarlas.
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