En Maputo, la capital de Mozambique, un país ubicado en el Sureste de África, en 2014 un vecino de Patricia ofreció a la joven de 16 años llevarla en coche a su casa ubicada en un suburbio de Maputo. En lugar de eso, “me llevó a una habitación y me violó”, cuenta dos años después. “Su mujer, que había venido, filmó la escena”.
El vecino de Patricia, quien prefiere no decir su nombre, lideraba en ese entonces un anillo de prostitución en la capital de Mozambique.
Según Katherine Magill, de la organización de ayuda a mujeres Project Purpose, probablemente quería vender el video como pornografía infantil. “Así es cómo doblegan a las mujeres” para coaccionarlas y conseguir que ejerzan la prostitución, explica. “Las hacen sentir como si fueran basura, de manera que luego hacen lo que quieren de ellas”.
Más tarde, el vecino de Patricia le dijo que le había conseguido un pasaporte para que pudiera estudiar en Sudáfrica. Y le ofreció 20.000 meticales (unos 300 dólares) si accedía. La joven rechazó, pero el hombre siguió presionándola.
Si no hubiera dado por casualidad con Magill de Project Purpose, “no sé dónde estaría ahora”, cuenta con timidez.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calcula que anualmente unas 1.000 mujeres y niñas mozambiqueñas acaban en Sudáfrica víctimas de la trata, una práctica que consideran una forma de esclavitud moderna. Pero la cifra resulta difícil de cuantificar debido a la naturaleza del crimen, subraya Ruth Krcmar, representante en Maputo de esta organización que trabaja con los gobiernos de Mozambique y Sudáfrica para combatir el tráfico de personas.
Según la OIM y el Departamento de Estado norteamericano, otras víctimas son trasladadas a Zimbabue, Swazilandia, Angola e incluso a países tan lejanos como Italia o Portugal. Y muchas jóvenes también son secuestradas desde las zonas rurales a las urbes de Mozambique.
Mujeres y niñas son literalmente vendidas para la prostitución en bares, clubes y pasos fronterizos, o como “esposas” a mineros y otros hombres de Sudáfrica, que las utilizan para el sexo y los trabajos domésticos.
Medios locales hablan de precios que oscilan entre los dos y los 2.000 dólares. Aunque en ocasiones, el pago se disfraza como el tradicional monto que el novio debe pagar por casarse con la novia llamado “lobola”, apuntan trabajadores sociales y Unicef.
Las mujeres no son las únicas: los hombres y los niños también son víctimas del tráfico internacional para trabajar en granjas, como vendedores callejeros, empleados del hogar, mendigos o para prostituirse a cambio de muy poco o nada de dinero.
Una vez dejan de ser contemplados como beneficiosos, es posible que acaben siendo entregados a la policía para que los deporte como inmigrantes ilegales. Según Patamedi Mogale, experto en tráfico de personas de la fiscalía sudafricana (NPA), los responsables son tanto particulares como redes criminales. Las redes nigerianas están al parecer especializadas en el comercio sexual.
La OIM apunta que los principales factores que llevan al tráfico de personas son la pobreza y la demanda de mano de obra barata. Mozambique es uno de los países más pobres del mundo: el Banco Mundial clasifica como pobre a casi el 55 por ciento de su población, de 26 millones. En el caso de Patricia, sus padres murieron y la joven vivía con sus dos hermanos. No podía permitirse pagar las tasas del colegio y, en ocasiones, ofrecía sexo para poder comprar comida.
En otro de los casos llevados por Magill, una mujer joven se acercó a una niña de diez años que transportaba agua en un pueblo cercano a Maputo, ofreciéndole visitar la capital. Una vez allí, la niña fue violada por chavales de la calle y entregada a otra muchacha que la obligaba a prostituirse. La experiencia la dejó tan traumatizada que, una vez Project Purpose la rescató, se negó a hablar durante días. Finalmente, pudo reunirse con su padrastro.
En ocasiones, son los propios padres quienes entregan a sus hijos a extranjeros, o incluso a familiares que los traicionan, con la promesa de ofrecerles una vida mejor.
Los bebés tampoco se libran del tráfico de personas, añade Magill. Así lo confirma el testimonio de una mujer que prefiere no identificarse quien cuenta “En el año 2000, después de dar a luz a mi cuarto hijo en un hospital de Maputo, el personal me dijo que el bebé había muerto. Mi marido pidió verlo, pero nunca se lo mostraron.
Duele más que si supiera que el bebé murió”.
En los peores casos, el tráfico de niños e incluso de adultos se realiza para mutilarlos o matarlos, con el fin de que sus órganos o partes de sus cuerpos puedan usarse en rituales que supuestamente traen poder y salud en Sudáfrica, Zimbabue y Tanzania.
En Mozambique se sabe de tres o cuatro de estos casos al año, pero según un informe publicado en 2016 por la Comisión Episcopal para Migrantes, Refugiados y Desplazados, la cifra podría ser mucho mayor.
Una vez en la frontera sudafricana, las víctimas de trata cruzan los controles a veces mediante sobornos a los guardias. Las chicas mozambiqueñas no hablan inglés y apenas saben dónde se encuentran, por lo que están totalmente en manos de los criminales. En ocasiones, además, “les suministran alcohol y drogas para convertirlas en adictas y que sean más fáciles de controlar”, apunta Marija Nikolovska, de la OIM en Pretoria. También las intimidan amenazándolas con herir a sus familias.
El Departamento de Estado norteamericano reconoce que tanto Mozambique como Sudáfrica están realizando “esfuerzos significativos” para combatir el tráfico de personas, pero en ambos países hacen falta más recursos. Aunque Mozambique aprobó una ley anti trata en 2008, en 2015 sólo hubo 11 condenas, muy por debajo de las 32 del año anterior, señala un informe estadounidense. Sudáfrica, por su parte, aprobó su primera ley integral anti trata en 2015 y está preparando un plan de acción.
Desde 2009, Sudáfrica ha procesado a 31 presuntos criminales y condenado a 17 por tráfico de personas, y las cifras van en aumento.
Patricia, mientras tanto, sólo quiere olvidar su experiencia y mirar al futuro. “Me gustaría estudiar”, susurra. “Mi sueño es trabajar en un banco”. •
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