domingo, 6 de septiembre de 2015

Secuelas del feminicidio, el dolor, depresión e incluso la violencia

Las secuelas del feminicidio son dolorosas y dejan vidas, familias y generaciones destruidas. En el caso de las mujeres que han sobrevivido a una tentativa de feminicidio, ellas soportaron, antes, violencia psicológica, física, sexual o económica. En estas víctimas, las secuelas afectan su cuerpo y su alma. Sufren trastornos clínicos de ansiedad y de depresión graves, pueden caer en el abuso de alcohol o sustancias psicotrópicas, buscar autolesionarse (dañarse a sí mismas) e incluso tratar de quitarse la vida.

Desarrollan el síndrome de la mujer maltratada. “Este tipo de víctimas son un riesgo social porque pueden llegar a cometer delitos mayores”, advierte la psicóloga clínica forense Lorena Cox.

Si estas víctimas sobrevivieron a puñaladas o a traumatismos craneales, padecen secuelas físicas permanentes que las dejan discapacitadas o lesionadas. Además, por la dependencia emocional y económica que tienen de su agresor, vuelven con ellos y continúan exponiéndose a formar parte de la lista de mujeres asesinadas.

“Hay mujeres con hijos de un primer matrimonio fallido que incluso están agradecidas porque sus nuevas parejas, agresores y potenciales feminicidas, las aceptaron con hijos que no son suyos y porque cubren sus necesidades económicas. Aceptan ser maltratadas y que sus mismos hijos sean abusados”. Si se separan del agresor, tienden a buscar otra relación con el mismo perfil de violencia.

EN LA FAMILIA

Cuando las mujeres no han logrado sobrevivir al ataque feminicida, la muerte no solo termina con los sueños, el potencial, el futuro y el derecho a la vida de la víctima principal, sino que también afecta a la familia.

En el 50 por ciento de los casos de feminicidio, hay testigos que presenciaron estos crímenes. Son niños, niñas, adolescentes que sufrieron un trauma profundo al ver a sus madres siendo humilladas, golpeadas, violentadas y finalmente asesinadas por sus padres o sus parejas.

En un caso ocurrido en el municipio de Colcapirhua, el año pasado, un niño de 12 años fue testigo de la violencia que su padre ejerció contra su madre desde que tenía uso de razón. La mujer nunca denunció las agresiones. Finalmente, el niño vio a su padre apuñalar a su madre hasta matarla.

Al margen del dolor de perder a su mamá de la manera más trágica, el pequeño tuvo que ir a declarar ante la Fiscalía contra su papá. Vecinos de esta familia, consternados, relataron a este diario que este niño sufrió terribles crisis de depresión porque por un lado sentía rabia contra su papá por haberle arrebatado a su mamá, pero por otro lado se sentía culpable pues su testimonio ayudaría a que su padre, el único familiar cercano que le quedaba, fuera sentenciado a 30 años de cárcel.

Consultada al respecto, la magíster Lorena Cox dijo que las secuelas en los hijos del feminicidio pueden ser muy graves. Desde el sufrimiento excesivo hasta la reproducción de la violencia. “Al haber vivido en un entorno violento, reproducirán esa violencia ya sea de forma activa o pasiva”.

Ocurre de manera activa cuando esos menores de edad se convierten en agresores. “Ejercen violencia contra sus hermanos, sus compañeros de escuela y después con sus parejas”. Otros hijos se convierten en víctimas pasivas y permiten que los demás ejerzan violencia en contra de ellos.

Estos huérfanos del feminicidio, sufren de baja autoestima, tienen una marcada dependencia emocional y económica de otras personas, trastornos de personalidad. También pueden reaccionar con rebeldía ante lo sucedido y empezar a delinquir para “vengarse” de la sociedad, dependiendo de la poca o nula contención que tengan después del asesinato de la madre.

¿Y qué pasa con las madres, los padres de una mujer víctima de feminicidio? Sienten un enorme vacío en sus vidas, sufren ataques de frustración por no haber prevenido las muertes de sus hijas, por no haber detectado a tiempo las señales de la violencia que sufrían. Tratan de reconstruir mentalmente lo que pasó para hallar respuestas. “Las familias enfrentan estados depresivos. Al principio se sienten culpables, pero al final reconocen que las mujeres suelen esconder de sus padres que son víctimas de violencia, ya sea para evitarles sufrimiento o por temor a ser separadas del agresor del que dependen emocionalmente”.

Ante el dolor, los familiares pueden desarrollar trastornos alimenticios, de sueño, alcoholismo, dependencia de ansiolíticos, antidepresivos. “Para los padres es muy difícil procesar la muerte de una hija porque están acostumbrados a velar por su bienestar y ahora que ya no está, sienten que deben seguir haciéndolo con sus nietos y con la sociedad”.

Hay padres que se vuelven activistas para prevenir, educar, pues entienden por experiencia propia que estas muertes se pueden evitar con la prevención, logrando que los agresores tengan acceso a contención educativa, terapéutica y social de sus impulsos.

Hay madres que no pueden asumir siquiera que sus hijas están muertas y se aíslan tanto de la sociedad que viven en depresión y esa depresión les hace descuidar su salud y sus necesidades básicas. "Pueden fallecer por ese descuido, por ese abandono de sí mismas causado por una depresión profunda".

Dependiendo del tipo de violencia que han atestiguado los hijos en su hogar, pueden sufrir secuelas en la esfera sexual cuando sus madres han sido violentadas en su intimidad. “He evaluado a muchos hijos testigos de feminicidios. Tienen inestabilidad emocional, un débil control de sus relaciones, de sus emociones y en varios casos cometen delitos menores, por el alto grado de frustración y de culpabilidad que sufren.

Estos huérfanos se quedan con tíos, abuelos, primos, pero siempre son adultos estables. Estos familiares los golpean y los rechazan porque los consideran una carga adicional y los empujan, indirectamente, a autolesionarse, a la delincuencia, la promiscuidad e incluso a quitarse la vida.

EN LOS FEMINICIDAS

El feminicida íntimo es inseguro, busca estabilidad emocional y una pareja que no le demande gran compromiso o responsabilidad. Padece de alteraciones mentales muy marcadas como la celotipia (celos irracionales de la pareja o de otro miembro de la familia). “En el caso de una pareja, el celoso tiene la certeza de que ella le es infiel y por eso la hostiga, la controla”.

Cuando matan, estas personas justifican sus crímenes diciendo que lo hicieron por “motivos pasionales”, pero es por la violencia internalizada. También exponen argumentos que desbordan en lo absurdo: desde que “la comida estaba fría” hasta que “alguien la miraba y seguro ella le dio motivos” o “la atendía más a mi hermana”. No planifican el feminicidio, sino que este delito es circunstancial y producto de su falta de control de impulsos y de contención social, educativa. Pueden planificar su suicidio, pero no la muerte de su víctima.

Estas personas pueden volver a relacionarse con otras mujeres que tengan las mismas características de su anterior víctima y repetir su delito. “Por eso es necesario someter a los feminicidas a evaluaciones de grado de peligrosidad criminal, para detectar la posibilidad de reincidencia futura pues algunos feminicidas son seriales”.

En el feminicidio no íntimo, el criminal es un feminicida efectivo porque no ha habido un proceso de violencia anterior contra su víctima, su móvil es la violación sexual, pero tiene rasgos psicopáticos de personalidad. “Ellos sí planifican matar en caso de rechazo y su grado de peligrosidad criminal es mayor que el de un feminicida íntimo, porque no se conoce su identidad ni su bagaje delincuencial”.

En el 30 por ciento de los feminicidios, los autores se quitan la vida porque su participación en el delito es evidente, no podrán afrontar las consecuencias y sienten culpabilidad.

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