Faltan 11 días para la inauguración de la feria y la mujer tiene listas cientos de cholas de trapo que expondrá en la Agencia de Empleaditas Asuntita, desde las primeras horas del 24 de enero, para que las compren "quienes quieran tener a su lado una persona leal, trabajadora y amorosa”.
"Cuando hago mis cholas pienso en quienes las comprarán y les deseo que encuentren una persona buena, que le ayude en la casa, en el trabajo”, afirma la mujer, dirigente de los artesanos más antiguos de la feria.
Dolly es la tercera generación de mujeres artesanas de la Alasita que elaboran las cholas de trapo. Su abuela Inocencia Ceballos inició el oficio a mediados del siglo XIX, cuando "la feria era un trueque con botones”.
"Mi abuela ya hacía las imillas de trapo, porque se llamaban así en esa época. Ella era también peletera y fue una de las primeras artesanas de la feria”, afirma.
Dolly recuerda muy poco a su abuela Inocencia, sólo sabe que un día perdió la hacienda donde vivía con su esposo y sus hijos y que, junto a su familia, tuvo que emigrar a la ciudad de La Paz para iniciar una nueva vida.
Encontró la oportunidad en la peletería (trabajo en cuero) y en la elaboración de objetos en miniatura, como sombreritos, zapatitos y muñequitas de trapo para venderlos en la Alasita. Inocencia transmitió ese oficio a su hija Asunta Ceballos, madre de Dolly Velásquez. "Mi madre, desde los cinco años, elaboraba y vendía con mi abuela las artesanías. Entonces los artesanos eran pocos, eso me contaba ella”, recuerda.
Corría el siglo XX y Asunta Ceballos se había convertido en una mujer que seguía elaborando las muñecas de trapo que llegaron a llamarse "las imillas (mujer joven) de doña Asunta”.
"Las imillas tenían pichicas (trenzas), porque en la artesanía se habla así, con esas palabras. Tenían los rasgos más rústicos porque mi mamá, incluso, les retorcía la nariz. Sus imillas eran un éxito total”, rememora.
Asunta era más conocida como La chola aristócrata porque vivía en Sopocachi, considerada en aquel entonces una de las más exclusivas de La Paz. "Vivía en la calle Belisario Salinas. En una oportunidad participó en un concurso en el que se tuvo que vestir de cholita, le gustó tanto la pollera que se quedó con esa vestimenta”.
Militar, artesana
Si bien Dolly creció aprendiendo el oficio de su madre, cuando terminó el colegio decidió seguir la carrera militar. "Me encantaba la carrera militar, tal vez porque mi papá, Saturnino Velásquez, fue a la Guerra del Chaco y siempre me contaba cómo había sido la guerra, cómo había sufrido. Él amaba a la patria y me transmitió ese sentimiento”, expresa.
A principios de la década de los 70 ingresó a las Fuerzas Armadas para trabajar en el bazar militar, desde donde construyó su carrera militar hasta llegar al grado de suboficial del Ejército.
Mientras tanto, su madre seguía participando en la feria de la Alasita con sus "imillas”.
En 2002 Dolly, tras 30 años de servicio, se jubiló de las FFAA y, debido a que su madre se negaba rotundamente a dejar la feria de la Alasita, tuvo que participar en ésta "a la fuerza”. En 2004 su progenitora murió a los 94 años y ella decidió continuar con esta tradición de siglo y medio que, espera, siga su hija Adriana.
Artesanía con técnica chilena
En 2005, Dolly Velásquez se encontraba de visita en Chile, donde realizó un curso de elaboración de muñecas de trapo. "Fue casualidad. Me llamó la atención el curso y lo hice. Cuando regresé a Bolivia pensé en aplicarlo, pero sabía que si no lo adaptaba a la tradición de la Alasita no tendría éxito”.
Por eso decidió adecuar la técnica a las muñecas de trapo que hacía su madre, aunque al principio le costó mucho captar la expresión de las imillas de doña Asunta. "La chola tenía que mostrar fuerza, pero verse k’achamoza”, recuerda.
En 2006, Dolly sacó sus cholas de trapo a la feria de Alasita, en su puesto Agencia de Empleaditas Asuntita, y resultaron un éxito, tanto que artesanos de Perú llegaron a comprar su novedad. Lamentablemente, las cholas de trapo de Dolly que salen del país lo hacen con la etiqueta de "hecho en Perú”. "No puedo hacer nada porque ponerle mi nombre costaría mucho”, se queja.
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