lunes, 18 de noviembre de 2013

Julia es puro coraje



Cosechaba café en la plantación de su familia, cerca al puente Santa Bárbara, en Nor Yungas de La Paz. Era una mañana soleada, y ella era una niña que como muchos en el área rural de Bolivia ayudan con trabajo a sus padres en vez de jugar. De pronto sintió un pinchazo terrible, cuando miró su mano, vio a la tarántula negra que le acababa de picar.

Su padre se acercó y le dijo que no había de qué preocuparse, que solo era una arañita, y que su labor de recoger el café debía continuar.

Con la mano hinchada y con un dolor que le llegaba hasta la nuca, continuó la jornada.

Julia Pinedo Gemio, quien nació el 21 de julio de 1963, recuerda esa picadura como una gran lección. “Mi padre es duro, siempre lo fue y lo que te cuento lo comprueba, pero definitivamente algo le agradezco: con esa su forma de ser me metió el trabajo a las venas, sólo así consigues tus metas”.

Nunca nada la limitó. Su máxima conquista fue sacar adelante sola a su hijo Ángel Mauricio, quien hoy tiene 27 años, se graduó el 2006 como ingeniero ambiental, y trabaja en la empresa ArBol, que construye la carretera Santa Bárbara-Quiquibey.

Ella es fundadora del sindicato de transportistas Virgen del Rosario que hace la ruta entre Coroico-Yolosita y está claro que es la única mujer que con mucha valentía venció los prejuicios de los hombres y se ganó un espacio entre ellos. Ahora la mayoría de los ‘cumpas’ la estiman y respetan, pero el camino no fue fácil. A mediados de la década pasada se compró un vehículo para hacerlo trabajar como taxi, y contrató a un chofer para que maneje el motorizado. “El hombre desapareció con el auto, y con los papeles”.

Fue otro trago amargo que marcó su vida, tal vez le dio el rumbo que tomó hoy, y dolió un poco más que la picadura del arácnido. Así que cuando pudo recuperarse y adquirir otro vehículo, con el tiempo fue ella la que se puso al frente.

La revista Extra la visita. La cita es en el mirador, a pocos metros de la plaza principal de Coroico, donde está la parada de su línea. “Pregunten por mí cuando lleguen, yo dejaré encargo si me muevo, pero seguro que alguien les dirá dónde estoy”, anunció la noche antes en un contacto por celular. No fue necesario. En el lugar se escuchan las risas de al menos cinco transportistas que conversan animadamente.

Obviamente, su presencia resalta. Bluyín, zapatillas, una polera blanca sin mangas y un chaleco son su indumentaria de trabajo del día.

Está de espaldas. Antes de llegar hasta donde se encuentra, el periodista y fotógrafo con los que se citó ya sonríen y concluyen que es ella, además, por la voz fuerte y alegre que tiene. Julia se dirige a uno de sus amigos:

“Che, tú si que eres un mandarina” (expresión que se utiliza para referirse al hombre que es dominado por la esposa), exclama y arranca las carcajadas de sus otros colegas.

Se produce un breve silencio ante la llegada de los dos extraños, y ella misma lo rompe al exclamar, “miércoles, los he hecho madrugar”. Y tiene razón, porque acertadamente sugirió por teléfono la noche antes viajar a las 5.00 de la madrugada, porque el camino nuevo tiene un corte de 7.00 a 16.00. “La otra opción es que se vayan por el camino antiguo (el que denominan el de la muerte)”, ni pensarlo, así que el día comenzó muy temprano y el encuentro se produjo no más tarde que las 8.30 de la mañana.
Hace poco cambió un taxi marca Ipsun con un minibús que está muy bien cuidado. Tanto, que pese al ajetreo no ha perdido ese olorcito a nuevo.

“Me gustaría hacerlo lavar, qué tal si me acompañan y ahí charlamos”, hay consenso. En el camino a la salida del pueblo, donde hay al menos dos centros de limpieza de motorizados, encuentra pasajeros y acariciando el volante, como si le hablara a su munibús, le dice: “Ni modo, otro rato será” y enfila a Yolosa.


La grabadora se prende y empieza la charla mientras ella conduce el minibús.

Cuando terminó el bachillerato en Coroico emigró a La Paz, donde conoció al papá de Ángel, poco después de ingresar a los vestibulares de la carrera de Odontología de la Universidad
Mayor de San Andrés. Él había llegado de Potosí para estudiar Medicina. Se enamoraron y al año siguiente ella se embarazó. Se juntaron y vivieron ocho años.

“No funcionó, por lo económico. A él le faltaban tres materias para terminar su carrera y en todo ese tiempo juntos nunca las cursó. Me cansé, y lo dejé”.

No pudo llegar a ser dentista, porque priorizó sus responsabilidades como mamá. A cambio, estudió tres carreras técnicas: secretariado ejecutivo, contabilidad y analista de sistemas.


Al terminar la primera, consiguió trabajo como asistente de gerencia en la academia de modelaje Cinetel. Poco después, con un amigo abogado, abrió un negocio de comida rápida. “Le propuse que él ponga la plata y yo me iba a encargar de la mano de obra”.

Su puesto estaba ubicado en la avenida Montenegro, barrio de San Miguel, zona Sur de La Paz. “En esa época funcionaba un pub discoteca llamado Automanía. “Comenzamos con tucumanas y hamburguesas, luego metimos las empanadas de marisco, de jamón y queso o de charque. Nos amanecíamos vendiendo. Ahora se lo dejé a una exempleada mía, después de 15 años de trabajo”, asevera.





En Cinetel comenzó como auxiliar de oficina, luego secretaria de la propietaria y posteriormente pasó a ser coordinadora de eventos como desfiles. “Aprendí mucho, pero tras ocho años tuve que dejarlo porque con mi negocio ya era demasiado”.

Y lo era, en el día trabajaba en una oficina y luego se trasnochaba, especialmente los jueves y viernes, además del fin de semana. “Era un laburo de 24 horas”.

Vuelve a hablar de Ángel, el muchacho que es la razón de su vida. “Había noches que sacaba hasta Bs 800 o más. Eso me ayudó a lograr que mi hijo estudie en buenos colegios y luego a cubrir el costo de la universidad.

Comenzó en la escuelita Aspiazu, y luego pasó por el Gregorio Roynolds, Las Américas y terminó en el Cumbre, un prestigioso colegio privado de la zona Sur. La carrera de Ingeniería Ambiental la concluyó en la Escuela Militar de Ingeniería (EMI).

¿Ya se ha casado su bebé?, como ella lo llama cariñosamente, ella responde: “No, aún no”. Eso hace presumir que al tener un trabajo estable, debe estar ahorrando. “Eso ya no sé, pero en todo caso depende de él, yo ya cumplí, no me meto. Siempre le inculqué que sea una persona trabajadora y cumplida. Y te digo que me ha cumplido al 100%”.

El nuevo desafío
El 2006, cuando Ángel estaba cerca de terminar su carrera, ella había separado un dinero para que el joven pueda completar su tesis de grado en la universidad.

“Aparece un amigo, y me sugiere comprar una movilidad. Se ofreció a manejarla. Era un pariente de confianza. Lo consulté con mi hijo, que me recordó para qué era el dinero, pero asumimos el riesgo, adquirimos el vehículo y lo mandamos a Caranavi. Dos meses funcionó muy bien”.

Sin embargo, el conductor le alertó que la ruta hasta esa localidad era muy accidentada en un tramo, y sugirió meterlo a rutas más pequeñas en Coroico. “Fue el primer taxi en Caranavi y también el primero en Coroico”.

Pero el negocio comenzó a fallar, y vio que ya era hora de retornar a la tierra que la vio nacer, para seguir batallando.

Julia había aprendido a manejar cuando había llegado a La Paz, años antes. Relató que un día que pasaba por la oficina de la academia Indianápolis, no dudó en inscribirse. “Fue como un impulso (¿sería una premonición?). En aquel entonces yo lo hice porque me encantaba manejar, pero luego me sirvió, quién diría”.

No fue fácil, tuvo que volver a practicar porque había pasado al menos década y media sin subirse al volante. “Veníamos el fin de semana con mi hijo y traíamos un pasajerito”, recuerda.
No había sindicato aún, y un día se encontró con su primo Vicente Gemio, quien también tenía su motorizado trabajando.

“Ángel estaba de vacación, así que él manejaba, y nos iba muy bien, por día hacíamos como Bs 600 con carreras al Río Selva, y a sitios turísticos”.

Cuando se quedó sola, poco a poco, comenzó a sacar el vehículo. Practicaba en carreteras menos transitadas.

Tiempo después, ya aparecía con su auto en la parada todos los días, entonces la cosa empezó a complicarse.

Le hacían la guerra
La molestia entre los choferes por la presencia de una mujer, y que además era afrodescendiente, entre ellos, creció rápidamente. “Me hacían llorar. ¿Qué hace una mujer en el volante?,
Debería dedicarse a cocinar. Una vez yo subía y un chofer que le correspondía darme campo me cerró. Gritaba qué hace esa negra manejando, por qué no se va a la cocina. Los negros no pueden estar al volante y peor si es una mujer”, recuerda.

Confiesa que en ese momento dio pelea, pero que después se puso a llorar. “Me ha dolido tanto... En esa época creo que yo era muy suave, y me decían de todo, me insultaban, me quitaban pasajeros. Eso duró como un año”.

Poco a poco “me volví más cueruda. Me di formas para hacerme respetar. Me peleo, no me dejo”. El comentario surge inmediatamente: Julia, lo logró, a tal punto, que usted se da el lujo de decirle mandarina a uno de ellos, ella sonríe y replica: “Más que eso, se me salen mis pimientas y mis cominos, me he vuelto boca sucia como ellos”.

Tras un viaje de 33 minutos, detiene el minibús en la puerta de su casa. La vivienda tiene dos pisos. Abajo habilitaron un salón en el que la familia puso mesas y puso una especie de restaurante de paso para los transportistas y turistas.

En el segundo piso están los dormitorios de sus padres, su hermana en un lado, y en el otro ella hizo consturir un ambiente donde vive con su hijo. La conversación continúa con un refresco helado para combatir el calor que ya se siente fuerte a las 9.30 de la mañana.

Ella es una mujer de fuerza, pero asegura que hasta el momento “no le ha sido necesario repartir puñetes. Es más, con el tiempo hemos logrado con mis compañeros una relación muy buena. Por ejemplo, cuando hay algún accidente, nos juntamos y vamos a ayudar a los afectados. No importa la hora, vamos igual”.

Cuando se estabilizó, recuerda que fue ella la que metió la idea de armar un sindicato. “Lo hicimos. Comenzamos entre siete personas y luego la cosa fue creciendo, pese a la oposición de comerciantes del lugar”.

Su vida tras el volante comienza a las 6.00 de la mañana y termina a las 18.00, todos dos días, “no continúo en la noche porque me da miedo”. Tampoco tiene fines de semana, le mete sin parar de lunes a lunes. Un buen día le puede generar unos Bs 500 de ganancia, uno malo, Bs 100, “me va bien, gracias a la Virgencita de la Candelaria, no tengo para guardar, pero vivo bien”.

Ya enfrentó un accidente. “Bajaba de Coroico y se quemó el fusible del motor y no podía frenar. Recorrí así casi dos kilómetros. Estaba con cuatro pasajeros y encontré un acceso a un hotel, me metí, la cola del vehículo golpeó la cuneta, pasamos el portón y quedamos incrustados. Yo salí ilesa, un pasajero resultó herido, se rompió la clavícula”.

La otra faceta
Ya en la década de los 80, ella y un grupo de jóvenes tuvieron la inquietud de iniciar un movimiento cultural con la saya afroboliviana. El grupo recuperó instrumentos e hizo una presentación memorable. “Estaba en la promoción, la gente salió primero a los balcones y luego salió a la plaza, esto fue en 1983”.

Esto generó un movimiento que luego se extendió con el apoyo de autoridades de la época. Julia recuerda con aprecio a Fernando Cajías, quien como prefecto de La Paz ya en los 90 los vio en una presentación y luego los convocó para una gira nacional y colaboró a la agrupación.

Ellos realizaron un trabajo de investigación, “íbamos con las grabadoras, hablando con las personas mayores, para recuperar la esencia del baile y la riqueza de la vestimenta”.

Así, fue pionera del movimiento que con los años generó fuerza con los residentes yungueños en La Paz y que logró incluso que se los reconozca en la Constitución Política del Estado. Julia quiere que su gente la recuerde con amor porque “sufrí incluso acoso sexual. Una vez fui a la oficina de un tipo al que pedimos apoyo, y él me dijo que no iba a salir gratis, me tienes que servir, tuve que golpearlo”. No ha sido fácil conducir en el camino de la vida, pero Julia lo enfrentó con mucha valentía y salió adelante

JULIO PINEDO,EL ÚLTIMO REY AFRO
Julia Pinedo es familia de un monarca, y lo revela en la entrevista concedida a Extra.
Se trata de algo así como un tocayo, Julio Pinedo, quien es el último rey afro de Latinoamérica, se dice que es descendiente de la familia real de una tribu de El Congo.


Su antepasado habría llegado a América Latina en condición de esclavo para trabajar en las minas de Potosí y luego fue vendido para trabajar en una plantación de Los Yungas.


“Es un pariente lejano”, aseveró sin hacer demasiado alboroto, pese a la fama de este.
Julia está convencida que hasta hace unos cuatro años la esclavitud de los afrodescendientes estaba disfrazada en otras actividades, “estoy absolutamente convencida de que ese tema se acabó definitivamente gracias a nuestra lucha, ese es un logro enorme”.




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