domingo, 23 de abril de 2017

Lorena, la tarijeña que arregla autos desde niña

Lo primero que hice fue meterme a las llantas, sacar los muñones, las rotulas, las cubetas, los frenos, las pastillas, eso que es lo más sencillo”, cuenta entusiasmada Lorena Cadena Ortiz, quien a sus 13 años de edad ya había desarmado un motor en el taller de su padre.

De esa manera tan natural y sencilla, Lorena de 22 años de edad, habla de la mecánica automotriz y sus conocimientos que tiene sobre los autos y motores, puesto que es la única mujer mecánica conocida en la ciudad.
Metida en este oficio desde los 11 años, logró de manera destacada su título de técnica superior en mecánica automotriz el año pasado en el Instituto Tecnológico Tarija y ahora sueña con abrir su propio taller especializado en electricidad del automóvil y espera que esté cerca del negocio de su padre, para trabajar con él. A eso, tiene también el deseo de enseñar y trasmitir sus conocimientos a otras mujeres que tengan la misma pasión que ella por este oficio.

Su historia
Lorena es hija de Hipólito Cadena (reconocido mecánico tarijeño) y de Bertha Ortiz, es la tercera de cuatro hermanos. Viene de una familia que está completamente inmiscuida en la mecánica automotriz, puesto que además de su padre, su tío (hermano gemelo de Hipólito) es también mecánico y sus dos hermanos mayores siguieron la profesión que les heredó su papá. Sumado a eso, su madre, adquirió también conocimientos sobre el rubro, debido a que se dedica a la venta de repuestos para autos, ahí en su mismo hogar.
De esta manera, rodeada de un ambiente entre tuercas, motores y autos, Lorena adquirió desde pequeña el gusto por los carros y la mecánica, por lo que se inclinó por esta profesión.
Natural de Tarija, relata que nació en la comunidad de Tablada Grande y recuerda que de niña vivía con toda su familia en aquel lugar, mientras que su padre tenía su taller en la ciudad, en el barrio la Pampa.
Como él debía salir temprano de su casa para ir al taller, volver a comer a su hogar al mediodía y después retornar a su lugar de trabajo, para volver donde su familia a descansar, sus padres terminaron comprando un lote en la ciudad, ubicado arriba de la avenida Circunvalación y avenida La Paz, en el afán de ahorrar dinero y tiempo. Por este motivo, cuando Lorena tenía once años ella dejó el campo y vivió con toda su familia en la capital.
“Cuando venimos aquí, la casa no tenía ventanas, no había puertas y ni siquiera estaba el tinglado en el taller, por lo que mi papá trabajaba bajo el sol, pero a medida que pasaba el tiempo poco a poco fueron mejorando la casa”, recuerda.
Así, ella ingresó a la unidad educativa La Paz a continuar sus estudios en el turno de la mañana y como en la tarde estaba libre, solía salir al taller de su padre a colaborarle en lo que él necesitaba.
“Tendría once años cuando empecé a ir al taller a ayudarlo, después fui creciendo un poco más y él ya me mandaba a hacer las cosas, como desarmar motores, bajar motores, lavarlos, o sea, los dejaba listo para que él los arme. Yo recuerdo que tenía 13 años cuando desarmé mi primer motor, obviamente con la supervisión de él, aunque tampoco es muy difícil”, relata.
Consultada sobre cómo se las ingeniaba para un trabajo que es en realidad pesado y requiere de fuerza, ella dice que “solo había que pensar un poquito” para hacer más fuerza. Dice que utilizaba las llaves con tubos, barrotes y con eso se hacía más liviano el quehacer. Si requería más fuerza, aumentaba un tubo y “listo”. “Para bajar el motor lo sacábamos con la pluma”, dice.
De esa manera ella pasó parte de su adolescencia aprendiendo el oficio de su padre, hasta que a sus 16 años conoció a un chico con el que enamoró y terminó embarazada.
“Cuanto tenía cuatro meses de embarazo, él apareció con otra persona, decidió irse, dijo que no reconocería a mi hijo porque no era suyo y me dejó abandonada. Yo estaba en la pre-promoción y como nunca se apareció, su familia tampoco, yo dejé el estudio, me puse a trabajar en el taller de mi papá durante mis primeros meses”, recuerda.
Como ya el trabajo en el taller se hacía pesado debido a su embarazo, dejó aquello y empezó a trabajar junto a una costurera, pero el ajetreo era igual de cansador ya que debía empezar a trabajar a las tres de la mañana, porque el taller de costura tenía mucho trabajo; así que estuvo sólo dos meses trabajando y después llegó a una inmobiliaria, donde estuvo hasta tres semanas antes de su embarazo.
Trabajar durante todo su periodo de gestación le permitió a ella ahorrarse algo de dinero para afrontar su parto y el tiempo después del nacimiento de su hijo. Sus padres la ayudaron con la estadía, comida y todo lo que ella necesitaba en ese momento.
Su hijo nació el 2011, por lo que al año siguiente ella se inscribió a un Centro de Educación Media Acelerada (CEMA), donde hizo dos cursos en un año y el 2012 salió bachiller. Para el 2013 se inscribió al instituto técnico para estudiar mecánica, pero el día que tenía que dar su examen de admisión, su hijo se enfermó y no pudo dar el examen de ingreso. Había perdido su única oportunidad de estudio esa gestión, por lo que retornó nuevamente al trabajo en el taller de su papá.
Al año siguiente volvió a inscribirse al tecnológico y en esa ocasión sí pudo hacer la prueba de admisión.

El estudio
Consultada sobre cómo tomó la decisión de estudiar una profesión que no es muy común entre las mujeres, ella cuenta que la contagió la pasión y entusiasmo de su padre en los autos. Dice que sentir la emoción al momento de escuchar rugir al motor, la primera vez que lo enciendes después de haberlo arreglado, es algo indescriptible.
Entonces con esa pasión contagiada por los autos y al no tener otras opciones que llamen su atención de la misma manera, ella se inclinó por la mecánica automotriz. Tenía el apoyo de su familia y estaba decidida. Como no tenía a quien más consultar, otras amigas o alguien por el estilo, porque había perdido todo tipo de vida social tras su embarazo, la decisión ya estaba tomada.
Recuerda que cuando fue a dar su examen de ingreso al instituto vio que un montón de personas estaban reunidas en el patio principal, pero eran los postulantes a varias carreras. Turismo, contaduría, mecánica automotriz, industrial y electricidad era lo que ofrecía el tecnológico en ese entonces, por lo que para dar el examen los fueron separando de acuerdo a sus áreas de interés.
Dice que separaron primero a los postulantes de las carreras de turismo y contaduría, por lo que todas las mujeres que había visto estaban ya dentro de esos grupos. Ese momento se sintió sola entre tantos hombres y sin saber qué hacer. Cuando llamaron a todos los postulantes para mecánica automotriz, era la única mujer entre 119 muchachos.
“Cuando quedó la carrera de mecánica automotriz, vi que no había ni una sola chica, era solo yo entre 120 postulantes. No sabía qué hacer ese rato y sólo pensaba ¿Qué voy a hacer entre tantos hombres?”, recuerda.
Así contra viento y marea logró ingresar al instituto, en uno de los tres paralelos que se abrieron y al final fue una de las 10 de su curso que terminaron los estudios sin ningún problema.
Recuerda que para ella fue difícil todo ese tiempo de estudio, pues con su hijo pequeño, le dolía dejarlo cuando se iba a estudiar, pero pese a ese sufrimiento, ella sabía que debía continuar con su cometido si quería ofrecer un buen futuro a su familia.
Recuerda que los primeros meses de estudio conoció a un docente que los intimidó a todos e incluso les hablaba como incitándoles a dejar esa carrera, algo que le dolió mucho a ella. Pero al final del curso, entendió que aquellas palabras eran sólo para dejar en el curso a quienes realmente sentían la pasión por la mecánica y ella fue uno de los “sobrevivientes”.
Una de sus mejores experiencias que tuvo durante sus tres años de estudio es el haber logrado un reconocimiento por un trabajo de investigación que hizo y que permitía analizar y diagnosticar los cerebros de los autos, pero con materiales e insumos reutilizables. De hecho, gracias a ese trabajo final que hizo viajó hasta La Paz para presentar en una feria nacional el resultado de esa investigación.
Pero lo negativo de ese viaje fue que ante la ausencia de la madre, su pequeño hijo estaba perdiendo el apetito y eso la presionaba bastante a la distancia. Al final tuvo que sacar fortaleza y continuar con aquella experiencia, pues el trabajo que presentaba es el que le dio al final su título de técnica superior en mecánica.
Ella ahora se encuentra embarazada por segunda ocasión, pero esta vez el padre de su segundo hijo no escapó. Por el momento dejó las llaves, el trabajo con grasa y autos, porque su embarazo es de riesgo, pero dice que cuando todo esto pase buscará abrir su propio taller y presionará para que pueda impartir sus conocimientos en algún colegio o unidad educativa que se lo permita, toda vez que la educación técnica en los colegios está permitida.


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