sábado, 13 de febrero de 2016

Marlene, una mujer sin imposibles


Entre ese laberinto que forman  los estrechos callejones del Tambo Santiago, a los que el hacinamiento   ha privado  de los rayos del sol, se  encuentra ella  manipulando todo tipo de metales de construcción. Está capacitada para construir puertas y cortinas metálicas, ventanas, tinglados, graderías, estantes, "todo lo que el cliente necesita”.

"Hacer posible lo imposible es nuestro lema”, afirma sonriendo y mira hacia su taller: un espacio inundado de fierros y barras metálicas. Al frente del taller está su máquina soldadora  y otros equipos y herramientas.

"El taller es de mi papá. Yo me sumé a él hace cinco años. Tenía un pequeño capital que lo invertí aquí. De aquí a unos años quiero formar una microempresa, hay que buscar unos buenos ‘maistros’, unos buenos soldadores”, se apresura a  remarcar sin perder ese tono de voz de chiquilla  y esa risita con la que  cierra todas las
respuestas que da.

Su nombre es Marlene Machicado. Tiene 30 años, de los cuales cinco ya los dedicó a la metal mecánica,  el oficio de su padre Modesto Machicado. Antes estuvo dedicada a otros oficios.

"Trabajé en una tienda como vendedora. He vendido productos para bajar de peso. Cosas así ja, ja, ja... Pero, la verdad es que hay explotación laboral, por eso pensé en tener mi propio negocio”, expresa la mujer.

El comienzo en el taller de cerrajería de su padre en el Tambo Santiago fue difícil, lo admite. Primero porque era la primera y única mujer que había llegado al lugar a dar competencia a los varones dueños del oficio.

"¡Me decían marimacho! Claro, es raro ver a una mujer en este oficio”, recuerda.

"Pero como era la primera mujer, muchos  clientes  y clientas venían por curiosidad, para ver cómo trabajaba. Lo que era una desventaja también acabó siendo una ventaja para mí. Como veían que trabaja bien, volvían. Me he ganado la confianza de mis clientes a fuerza de mi trabajo”, afirma  y vuelve a dejar escapar esa risita  que rompe el silencio del callejón número dos del Tambo Santiago, donde está su taller.


Fotos Víctor Gutiérrez /Marlene  siguió el oficio de su padre Modesto Machicado,
con quien trabaja hoy en su local del Tambo Santiago.

"Más vale la maña que la fuerza”

A primera vista su trabajo se ve duro, de mucha fuerza. "Es rudo, pesado, cansador y hasta peligroso, pero hay que saberlo manejar. En este oficio más vale la maña  que la fuerza”, revela. "Pero la mujer puede ejercer este oficio  ¿La fuerza? No sé, creo que es más cuestión de maña, de saber cómo manejar el material  y mi papá me enseñó muy bien eso”, añade.

Marlene  considera que lo más difícil de su oficio es entender lo que quieren los clientes cuando encomiendan un trabajo.

"A veces vienen con papeles llenos de rayas, por aquí y por allá, ¿Eso qué es?,  pregunta uno. Es un estante, te responden. Bueno, hay que ir adivinando y  darnos la forma para hacer el trabajo. Hacer lo imposible es nuestro lema”, afirma la joven.

Y muchas veces las clientas y clientes la han puesto a prueba para dejarle algún contrato.  "A ver corte, a ver suelde, me dicen. Yo  lo hago pues, les demuestro mi trabajo, este trabajo que me sirve para comer, para vivir”, cuenta.

"Quería ser monja”

Marlene Machicado nació en 1995  en la avenida Buenos Aires de la ciudad de La Paz, "cerca de  la Vita”, en la casa de su abuelo. Tiene dos hermanas. "Chancletero mi papá”, bromea.

Salió bachiller en el colegio Fray Bernardino de Cárdenas. Hizo todo básico e  intermedio en un "colegio de monjas”. "Yo quería ser religiosa, ser monja, siempre le tuve mucha fe a Dios, siempre he confiado mucho en él  y quería servirle, pero pasaron algunas cosas que me lo impidieron y  la vida me llevó por otro camino. Me conformé porque seguro no era para mí”, cuenta.

Fue a la universidad  unos  años pero no pudo terminar su  carrera. Prefiere no hablar de esos años. "Voy a volver a terminar mi carrera, pero necesito tiempo. Antes quiero tener una Pyme”, dice.

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 Uno de los  soldadores del Tambo Santiago de La Paz.

Es la hermana mayor y  fue la única que decidió continuar el oficio del jefe de la familia Machicado. Sus hermanas siguieron carreras universitarias.

"Uno no elige ¿no? Uno tiene planes, pero otros son los de Dios y yo acepto todo lo que él tiene decidido para mí, pero me esfuerzo cada día para hacer un mejor trabajo y consolidar el taller”, dice.


Marlene sabe que aún le falta más experiencia para coronarse como un "maistro” de metal mecánica. "Todavía no soy ‘maistro’, para eso necesito trabajar unos 10 o 15 años más. Soy la ayudante de mi papá, aunque haya invertido y seamos socios, soy ayudante,  tengo que  decir la verdad”, afirma. Sin embargo, ya está pensando en cómo creará su microempresa, en cómo la organizará y  la hará conocer en La Paz.
"Este trabajo da miedo a los varones”

"Muchos varones tienen miedo de este oficio que tengo y a veces dudan en acercarse. Creen que tengo mucha fuerza y que les puedo sacar la mugre, pero no es así, este trabajo no me ha quitado mi condición de mujer, ni mi femeneidad”, afirma Marlene Machicado.

Hace cinco años que esta mujer, soltera, se dedica al oficio de la metal mecánica y ha aprendido de su padre Modesto Machicado desde doblar los hierros, darles forma hasta  soldarlos. Maneja todas las herramientas con gran destreza y confianza, lo que asombra. Además  es  una gran soldadora.

Esas virtudes en un oficio, hasta ahora reservado en gran medida para los varones, la ha llevado a enfrentar un mundo de discriminación.

"Han llegado hasta decirme que soy marimacho”, cuenta. "Todavía hay mucha discriminación contra la mujer, sobre todo cuando incursionamos en oficios que supuestamente están destinados para los varones, pero hay que seguir adelante, uno no puede quedarse atrás sólo por miedo”, dice la joven de 30 años.

El Tambo Santiago  con sus estrechos callejones
que esconden cientos de historias.

Pero las críticas por su oficio no sólo cuestionaron su identidad sexual, sino también su capacidad, incluso intelectual.

"Creen que porque somos mujeres no entendemos este trabajo, que no tenemos fuerza y que, definitivamente, estamos anuladas para algunos oficios porque no los podemos entender. Pero no se ponen a pensar en los varones que hacen oficios de mujeres, como los cocineros, por ejemplo, a quien nadie  molesta, nadie les dice cocineras, son cocineros”, comenta.

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