lunes, 25 de mayo de 2015

Madres bolivianas de corazón gigante



HOMENAJE | UNA FORMA DIFERENTE DE HONRAR A LAS MADRES BOLIVIANAS ES RECONOCER EL TRABAJO DE AQUELLAS QUE SON CAPACES DE AMAR A CIENTOS DE HIJOS, AUNQUE NO LOS HAYAN PARIDO, Y DE CAMBIARLES LA VIDA.

No se puede contradecir el dicho de que “Madre hay una sola”. Es absolutamente cierto. La influencia de una madre en sus hijos es la más importante en la vida. Pero así como sólo hay una madre para cada quién, las mujeres tienen la virtud de poder ser madres de uno, dos y más hijos y de repartir su amor incondicional entre cada uno.

Hay mujeres que han llevado el amor de madre mucho más allá de parir y criar a sus propios hijos. Son mujeres que han decidido amar a los hijos ajenos como si fueran propios y no solamente eso, se han propuesto ayudar a sacar de la pobreza y vulnerabilidad a esos niños y niñas, la mayoría en situación de calle, y convertirlos en seres humanos dignos, capaces de mantenerse a ellos y a sus familias y de replicar su ejemplo en otros pequeños que necesitan urgente ayuda y protección.

Esas mujeres que viven por los niños y niñas de la calle, son sin duda extraordinarias. Son seres humanos sumamente especiales. Pero además combinan su labor solidaria y movida a pura voluntad, con sus ocupaciones de madres de hijos propios, esposas, trabajadoras, hijas, hermanas, amigas y sobre todo mujeres independientes.

Honrando a las madres bolivianas hemos escogidos tres de estas grandes mujeres, Claudia Gonzáles Moreno, Directora Ejecutiva de los Hogares Alalay en La Paz, Santa Cruz, Cochabamba y El Alto, Janeth Marza, mamá sustituta de nueve niños en Aldeas Infantiles SOS en Cochabamba y Julia Nancy Mamani, del Hogar Munasim Kullakita de El Alto.

Ellas nos cuentan cómo han llegado a ser lo que son ahora, cómo es la experiencia de amar a un nuevo hijo todos los días y el lado amargo de ello, y comparten lo que consideran una bendición y una oportunidad única en la vida: Ser madres con un corazón inmenso.




CLAUDIA GONZÁLES, HOGARES ALALAY:

“NO HAN SALIDO DE MI VIENTRE PERO ES COMO SI ASÍ FUERA”

Claudia Gonzáles Moreno (casada con Ricardo Sandóval y madre de dos hijos, Nicolás de 18 años y Sofía de 7) tenía 18 años cuando una mañana de 1990, llegando a la universidad donde estudiaba ingeniería civil, vio que de debajo de una estatua céntrica de La Paz, la del “Soldado Desconocido”, salían varios niños y niñas mojados por un jardinero que los despertaba con agua helada de un sueño de pesadilla. Claudia se acercó al más pequeño, que en ese entonces tenía siete años, y le preguntó si dormía ahí y por qué. El niño, de nombre Joaquín, le contó con un poco de desconfianza que dormía ahí desde que se escapó del maltrato en su casa, y que vivía en la calle. Fue el comienzo de una relación que creció durante años. Claudia invitó a Joaquín a vivir a su casa, y de ahí a crear el primer hogar Alalay no pasó mucho tiempo.

El ’93 comenzó con la primera casa y a fuerza de pulmón, tocando las puertas de amigos y parientes, Claudia pudo mantener ese primer refugio. La institución pronto cumplirá 25 años de trabajo y se ha extendido a Santa Cruz, Cochabamba y El Alto, con alrededor de 600 niños, niñas y adolescentes viviendo en los hogares gracias a aportes solidarios.

Joaquín, el primer hijo de Claudia, es hoy profesor de educación física, un artista muralista, tiene 30 años, dos hijos y es uno de los voluntarios más entusiastas de Alalay.

“Lo más lindo de este trabajo es poder ver cómo esos chicos y chicas que han estado en los hogares Alalay han podido romper el círculo de violencia y no repetir su historia. Yo estoy segura que Dios me ha llamado a hacer este trabajo, es un compromiso, un saber qué vas a hacer en tu vida. En el caso de mi familia, de mi esposo y mis hijos, saben que es mi pasión, es una decisión de vida, y me entienden mucho y me apoyan. La idea siempre ha sido involucrarlos en todo y que ellos sean parte de lo que es el Alalay, y que cuando tenemos momentos de hacer algo, los hagamos juntos en el Alalay. Quiero criar a mis hijos en la realidad de lo que hay, y es complicado, no es sencillo equilibrar el tiempo, pero hago lo posible.

Lo más difícil de este trabajo es perder la fe en los chicos. Cuando pierdes la fe en el ser humano no tienes fuerzas para ayudar ni para salir adelante, y hay momentos que a veces te llevan a perder la fe en el otro.

Yo creo que aprendemos a ser madres. Tú te equivocas y tratas de hacer lo mejor que puedes para tus hijos y tu entorno, pero te equivocas y así aprendes a querer bien: es un aprendizaje de toda la vida ser mamá. ¡Y claro que se puede amar totalmente a un hijo que no se haya parido como a uno que sí! En realidad yo siento el amor con los chicos del Alalay igual como a mis hijos, no han salido de mi vientre pero es como si así fuera.”

¿Qué le ha enseñado su madre para hacer bien este trabajo? “Yo he aprendido de mi mamá y mi papá a dar. En mi casa siempre he visto a mi mamá dando, desde lo más sencillo. Era muy generosa, ayudaba a todos, abría su casa para todos. Otra cosa que he aprendido es a luchar. Mi madre ha salido delante de miles de formas y nunca la ha asustado nada, nunca ha visto una dificultad porque todo problema era un reto para ella, había que sacar algo positivo de cada cosa, y eso lo he aprendido de ella.

A mis hijos quiero enseñarles a que encuentren una razón por la cual están en la vida. El Alalay ha sido y es para mí la razón por la que estoy en esta Tierra, y eso es lo que yo quiero que ellos encuentren, una razón más allá de lo económico que les dé un sentido en la vida.”


JANETH MARZA, CASA ESPERANZA (SOS):

“MADRE NO ES LA QUE ENGENDRA, MADRE ES LA QUE CRÍA”

Janeth Marza es mamá sustituta de nueve niños en Aldeas Infantiles SOS en Cochabamba. Nació en Quillacollo y con 31 años de edad y diez años de experiencia como madre en la Aldea siente que cuidar y criar de sus hijos es lo más hermoso que le ha pasado.

Janeth estudió Educación Parvularia y se le presentó la oportunidad de trabajar en Aldeas Infantiles SOS. El querer tanto a los niños la motivó a ser mamá sustituta y ahora se siente totalmente realizada y feliz siendo parte de la vida de sus nueve hijos.

Su primera familia es una generación de jóvenes que ahora son independientes, algunos ya se casaron, otros tienen hijos o están concluyendo sus carreras, el amor que Janeth les brindó quedará para siempre en sus corazones, sus hijos la recuerdan y siguen en contacto con ella hoy en día. Ahora tiene nueve hijos, entre 12 y 3 años, los cuales cuida y protege con mucho amor.

“Primero fue por mi vocación de querer enseñar y educar a los niños pequeños, pero una vez que entré a la Aldea, ser madre sustituta fue uno de los mayores retos que tuve porque yo también de cierto modo he sido parte de ese abandono: mi mamá tuvo que dejarnos y yo sentí lo que estos niños sienten.

Nosotros vivimos 24 horas con los niños, nuestra vida personal la desarrollamos en nuestro día de descanso que es una vez a la semana, pero yo estoy con ellos todo el tiempo ya sea feriados o domingos: me gusta mucho compartir con mis hijos. A mi familia la visitó una vez a la semana o en mis vacaciones, la mayoría de los domingos vamos a visitar a mi papá y mis hijos ya conocen su casa, el camino y para ellos ese es su segundo hogar.”

¿Ser madre se nace o se aprende? “Yo creo que se aprende, no nacemos siendo mamás. Yo hasta ahora me impresiono de mi misma porque yo no sabía muchas cosas sobre la familia. Tengo cinco hermanos, mi mamá se fue hace mucho tiempo a vivir a otro departamento y a mí me tocó ser la mamá de mis hermanos, ahí aprendí muchas cosas pero especialmente en la Aldea tuve la experiencia de ser mamá; ahora con mis 9 hijos sigo aprendiendo nuevas cosas porque cada niño es una historia, una vida con la que tienes que lidiar, idearte nuevas cosas para hacerlos felices, cocinarles, darles amor y educarlos. Se puede amar a un niño que no se haya parido tanto como a uno que sí. Creo que la madre no es la persona que lo engendra, la madre es la que lo cría.

A mí me llegó un hijito que tenía tres años, tenía mucha falta de afecto y de cariño, era impresionante como con un abrazo, con un beso, se ponía tan feliz; eso para mí es ser mamá, desde ese momento yo me identifiqué como mamá de los demás niños que vinieron a mí.

Ser madre es algo muy lindo, yo los siento como si fueran parte de mí, juntos hemos estado en los momentos más alegres, más difíciles que tuvimos y realmente es entregar tu vida, tu tiempo, es una responsabilidad muy grande que llena el corazón.

Mi mamá me enseñó a ser humilde, más que todo ser responsable y dar como ella. Yo tengo un lindo recuerdo de ella cuando era niña. Mi mamá siempre me dio todo lo que podía y eso es lo que hago ahora, trato de darles a mis hijos todo lo que tengo para que ellos vivan una infancia feliz y tengan un lindo recuerdo cuando sean jóvenes. Ellos vienen con vidas muy tristes y yo trato de compensarles todo lo que han sufrido, porque yo también lo he vivido, todo lo que yo he soñado tener, ellos lo tienen conmigo. Los llevo de paseo, de viaje… El año pasado ahorré para llevarlos a Santa Cruz; participo de todas sus actividades en sus colegios aunque sea un poco difícil porque no todos tienen los mismos horarios o están en el mismo colegio y todos quieren bailar para que los vaya a ver, entonces tengo que partirme para ir a sus actividades, pero la satisfacción que siento es estupenda.

Lo más lindo es la familia que hemos creado, cuando vienen mis familiares son los tíos de ellos y se alegran de verlos, mis amigas son sus amigas y entre todos nos apoyamos. Estos niños tienen derecho a ser felices y verlos felices es lo que me hace feliz a mí.”


JULIA NANCY MAMANI, HOGAR MUNASIM KULLAKITA

“DE CADA HIJO QUE TUVE, APRENDÍ ALGO NUEVO”

Julia Nancy Mamani Quispe, es una educadora del hogar Munasim Kullakita en la ciudad de El Alto, donde tiene la labor de orientar y ser el refugio de 18 adolescentes que fueron víctimas de violencia sexual y/o trata. Ella misma tuvo que enfrentar muchos golpes en la vida, y esas experiencias la hicieron ver que había gente que la necesitaba, así que empezó a trabajar con niños y adolescentes abandonados o víctimas de maltrato.

“He tenido una vida muy dura y eso me hizo entender que tengo la necesidad de ayudar a gente que sufre lo que yo pasé” dice. Hija de padres migrantes, nació en La Paz y egresó de Trabajo Social de la Universidad Mayor de San Andrés. “Tuve que esforzarme mucho”, cuenta con tristeza.

Desde hace diez años que trabaja con niños y adolescentes vulnerables y hace tres que llegó al hogar Munasim Kullakita donde trabaja con adolescentes que tienen diferentes problemas y que son, muchas de ellas, huérfanas. “Es difícil trabajar con las adolescentes pues ellas son inestables, un momentos están felices y al otro muy tristes”, comenta.

Julia divide su tiempo entre su casa y el trabajo, tiene cuatro hijos, dos varones (33 y 29) y dos mujeres (27 y 23). La independencia de sus retoños hace que no tenga problemas en el cumplimiento de lo que ella llama, no un trabajo, sino una bendición. Su hijo mayor es licenciado en Ciencias de la Educación y Julia aprende mucho de él para transmitir a las adolescentes las enseñanzas de la vida para que puedan salir de los traumas que les dejó su situación y realizarse como mujeres. Su trabajo se divide en tres turnos, un mes le toca estar en el hogar en la mañana, otro mes en la tarde y el turno más difícil es el de la noche. En el tiempo que pasa con las muchachas debe ser madre, consejera y amiga. “Es como si tuviera otras 18 hijas”.

¿Ser madre se nace o se aprende? “Se hace, nadie tiene una receta para ser madre, uno aprende cada día a guiar los pasos de sus hijos y en este caso de las muchachas que sufrieron mucho. Yo de cada hijo que tuve aprendí algo nuevo y sigo aprendiendo con las jovencitas, que en su sufrimiento y en su alegría me muestran que hay muchas cosas nuevas. No existe un manual para ser mamá, una lo aprende en el día a día”

Las experiencias que ella vivió hacen que tenga más amor por la vida y por los niños y adolescentes que ama. Se siente madre de cada una de las muchachas con las que comparte todos los días. “Ellas me dicen ‘dame un abrazo mamá’ porque necesitan cariño y eso es lo más conmovedor y me da más ganas de trabajar por ellas cada día”.

No recuerda haber recibido ninguna enseñanza de su madre, más que el tener que salir adelante con su propio esfuerzo. Se casó a los 15 años, debido al acuerdo entre sus padres y los padres de su ex esposo, del que se divorció años después. Julia enseña con mucho amor porque ella también fue víctima de violencia intrafamiliar.

Los llevo de paseo, de viaje… El año pasado ahorré para llevarlos a Santa Cruz; participo de todas sus actividades en sus colegios aunque sea un poco difícil porque no todos tienen los mismos horarios o están en el mismo colegio y todos quieren bailar para que los vaya a ver, entonces tengo que partirme para ir a sus actividades, pero la satisfacción que siento es estupenda.

Lo más lindo es la familia que hemos creado, cuando vienen mis familiares son los tíos de ellos y se alegran de verlos, mis amigas son sus amigas y entre todos nos apoyamos. Estos niños tienen derecho a ser felices y verlos felices es lo que me hace feliz a mí.”

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