jueves, 21 de mayo de 2015

¡Madre! ¡Mamá!


¿Hay nombre más bonito? Seguramente el primer nombre que se pronuncia y a menudo el último. ¿Cuántos agonizantes han llamado a su madre?

La mujer está vinculada a la vida de manera muy particular, puesto que lleva y la alimenta en su seno. Es en efecto este don extraordinario que hace a la mujer llevar un niño en su vientre, de participar de una manera tan íntima en la generación de la vida, dando su propia carne y su propia sangre.

Ser padre, aunque esto concierna a ambos padres, se realiza mucho más en la mujer, especialmente en el período prenatal. Es la mujer que paga directamente el precio de esta gestación común donde se consumen las energías de su cuerpo y su alma.

La sexualidad en la mujer define una constitución física y un organismo que posee una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de su unión matrimonial con el hombre.

Así la maternidad esta unida a la estructura personal del ser mujer. La mujer está muy vinculada a su cuerpo. Su vida tiene un ritmo dado por el ciclo de fertilidad y no fertilidad, producidos por las variaciones hormonales que le dan una diferente concepción del tiempo de la que tiene el hombre. Cada mes su cuerpo se prepara para dar la vida y cada mes, cuando el óvulo no es fecundado, ella vive un duelo que afecta la estabilidad de su humor.

Los descubrimientos de la ciencia hoy nos hacen comprender mejor los mecanismos que rigen el nacimiento de la vida y nos hacen entrar en una admiración aún mayor ante la vida.

Dar la vida es verter su sangre. El hombre vierte su sangre en el combate para proteger a los suyos. Este don de la sangre para dar la vida está inscripto en la naturaleza profunda de la mujer, que la vierte cada mes y especialmente cuando da vida al que nace de su seno.

Esta capacidad tan bella de poder llevar la vida, se convierte en sufrimiento en el momento de dar a luz. La mujer es la que paga directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y su alma. Por consiguiente es necesario que el hombre sea plenamente consciente de que este ser padres en común, él contrae una deuda especial con la mujer.

Se puede decir que el sufrimiento de la mujer es más íntimo. Además dar a Luz no se limita al momento del parto, se prolonga en la preocupación por el niño, el trabajo de la educación. Educar a un niño pide un esfuerzo y ternura de corrección y estímulo hasta que se convierta en un hombre o una mujer libre.

Cuando se habla de maternidad, no se trata solamente del alumbramiento en su carne, sino de esta capacidad que tiene la mujer de dar su vida dándose ella misma, sea soltera, casada o que no tenga hijos. Cada mujer tiene no solamente un cuerpo de madre, sino un corazón de madre y una inteligencia de madre. Su capacidad de dar la vida no se limita sólo al hecho de dar niños al mundo, sino que se amplía en una maternidad más extensa cuyo culmen es la maternidad espiritual.

Cuando una mujer sale de sí misma para ocuparse de los otros, encuentra su dignidad en el don desinteresado de su persona, dando su vida por aquellos que ama, realizando así los deseos más profundos de su corazón que la llevan hasta los más altos grados de amor.

“Puesto que una mujer debido a su naturaleza es maternal –ya que mujer casada o no, está llamada a la maternidad biológica, psicológica o espiritual- ella sabe de manera intuitiva que da, alimentar, cuidar de otros, sufrir con ellos y por ellos… tiene infinitamente más valor a los ojos de Dios que conquistar naciones o ir a la luna afirma Alice von Hildebrand.

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