lunes, 18 de mayo de 2015

Bolivia, mal lugar para ser madre

DOCUMENTO | ANALIZAR EL INFORME DE “SAVE THE CHILDREN”, QUE SITÚA A BOLIVIA COMO EL SEGUNDO PEOR PAÍS DE AMÉRICA LATINA PARA SER MADRE, ES IMPERATIVO SI SE QUIERE REVERTIR LA SITUACIÓN.

Rosalía Mamani tiene un rencor en la mirada que asusta. Aunque trata de disimularlo, la joven de 23 años está dolida hasta en el alma y lo demuestra retorciendo con rabia los flecos de su manta amarilla. Le cuesta hablar. No le gusta recordar ese día, pero le pido que haga un esfuerzo, mientras le sirvo una taza más de mate de manzanilla. “Mi tía me ha dicho que te cuente, que estás haciendo trabajo sobre esto, no sé si sirve, yo me he quejado, mi marido se ha quejado, hasta mi mamá se ha quejado, mi suegra, pero nadie nos ha escuchado.” Rosalía y su marido, Mario, estaban esperando su primer hijo para enero. El como albañil, y ella como trabajadora del hogar, viviendo en la zona de El Carmen de La Paz, habían logrado reunir unos cuantos ahorros parte de los que gastaron en una cuna que compraron en la Feria 16 de Julio, en El Alto, y que Mario pintó de verde, porque no sabían qué iba a ser su primera wawa, aunque ella quería que sea un niño, y ya tenía hasta el nombre: Jonatan.

Rosalía estuvo yendo a sus controles médicos en el Hospital Materno Infantil cada vez con menos ganas, “me tratan mal” le decía a su marido, “tengo que esperar desde las cinco de la mañana hasta mediodía a veces” se quejaba. Pero debía ir. El Materno Infantil era la única opción que la pareja tenía para atender la gestación de Rosalía, como ocurre con tantas mujeres que usan el servicio público de salud en las zonas urbanas y periurbanas.

A fin de diciembre Rosalia dejó de trabajar porque su barriga ya estaba muy grande y la señora a la que ayudaba le dijo que tenía que descansar. El bebé iba a nacer a principios de enero. “Va a ser un farrista si nace a principio de año”, le decían sus amigas, “o por ahí es una niña y le van a gustar las fiestas”, bromeaban con el nervioso padre, sus amigos.

Todo estaba preparado, el maletín que iba a llevar Rosalia al hospital con la ropita amarilla que su suegra había escogido, con los pañales, el biberón “pero va a agarrar bien el pecho”, aseguraba la madre de Rosalía, “no es necesario” repetía con el conocimiento de ser madre de siete hijos. La señora Margarita Vilca no estaba de acuerdo con que su hija Rosalía vaya al hospital, y siempre le contaba que era mejor que la atendiera una partera, en la casa, con la ayuda de sus familiares, como hizo ella cuando nacieron sus hijos. Pero Rosalía se negó desde el principio y quiso que su bebé naciera en un hospital, con todos los cuidados que pensó les iban a dar a los dos.

El 4 de enero a las 20.00 Rosalía comenzó a sentir un dolor intenso en la columna, que aguantó hasta las 22.00, hora en la que su marido salió a la calle y volvió con un taxi que los llevó hasta el hospital. Cuando llegaron, pese a que Rosalía se doblaba, la enfermera les hizo una seña para que esperaran en el pasillo de ginecología. Hacía frío, pero Rosalía transpiraba debajo de su manta y se la quitó de encima. “Te vas a resfriar”, le dijo Mario. “Siento que me voy a morir”, le contestó ella.

Luego de más de una hora apareció el interno, un joven con cara de sueño que gritó “Mamani” y que sin saludar la metió a un consultorio, le apretó la barriga, le hizo un tacto bastante torpe y le dijo que faltaba todavía para el nacimiento. “Doctor, siento que se me está saliendo”, le dijo ella. “Es pues normal, vas a parir, pero aún no es tiempo”, le contestó él. “Es que doctor, no me aguanto”, rogó Rosalía. “Aguántate nomás, no soy mago, no hay otra, y te vas a bañar antes de volver”, le dijo el interno con cara de asco.

Ni Rosalía ni Mario se acuerdan el nombre del médico, y tampoco lo preguntaron luego de la tragedia. Nunca pensaron en hacer una demanda formal, sólo se quejaron a una señora de la administración que les cerró la ventanilla en la cara.

Para hacer la historia corta, Rosalía parió sola en su casa porque no le dio tiempo de volver al hospital de donde la habían devuelto.

Ni bien cruzaron la puerta, un río de sangre comenzó a bajar por las piernas de la mujer, y Mario, sólo, no tenía ni idea qué hacer. “El pobre no ha servido de mucho, sólo me ha pasado una toalla y daba vueltas a mi alrededor”, recuerda Rosalía. El bebé, un hombrecito, tenía el cordón amarrado al cuello, y en lo que el padre corría buscando ayuda, falleció. La madre se quedó sola durante los minutos más largos de su vida con el bebé muerto colgando de las entrañas sin poder hacer nada. “Luego me dormí de golpe”, recuerda. Rosalía sufrió una hemorragia que la tuvo internada 10 días y que les costó el resto de todos sus ahorros. No se murió por milagro, dice, pero a veces le hubiera gustado morirse con Jonatan.

Ha pasado un año y todavía no sabe si podrá ser madre de nuevo porque le tiene casi tanto miedo a embarazarse como a ir al médico. “No vuelvo al hospital. Mi próximo hijo lo tendré con partera”, se jura a sí misma.

Esta historia, que se repite en otras ciudades de Bolivia, con diferentes protagonistas y en otras circunstancias, resume de alguna manera el por qué Bolivia está situada en el penúltimo lugar de la región para ser madre (número 93 de 176 países) en el reciente informe de la organización “Save The Children”, que aborda sobre todo la maternidad y la situación de la infancia en las zonas urbanas.

El documento "El estado mundial de las madres 2015: La desventaja urbana" señala que Haití aparece entre los diez peores países del mundo para ser madre junto a Sierra Leona, Guinea Bissau, Chad, Coste d'Ivoire, Gambia, Níger, Mali, República Centroafricana, República Democrática del Congo y Somalia, en el último lugar, y que en la región Argentina es el mejor país para ser madre (36), le sigue Chile (51), Venezuela (65), Ecuador (71), Perú (73), Brasil (78), Colombia (83), Bolivia (93) y Paraguay (114). ¿Los mejores países? Noruega, Finlandia, Islandia, Dinamarca, Suecia, Holanda, España, Alemania, Australia y Bélgica.



¿POR QUÉ BOLIVIA?

Para hacer este diagnóstico, el informe se ha centrado en cinco indicadores: el riesgo vitalicio de muerte materna; el bienestar de los niños, el cual se mide por la tasa de mortalidad de los niños menores de 5 años; la situación educativa, la cual se mide por la expectativa de años de educación escolar formal de los niños; la situación económica, la cual se mide por el ingreso nacional bruto per cápita; y la situación política, la cual se mide por la participación de las mujeres en el gobierno nacional.

El informe no aborda la dramática situación en la que viven las mujeres indígenas y campesinas, sino de aquellas que habitan en las urbes, en las periferias de las ciudades que cada día, por distintos motivos, reciben miles de migrantes de las áreas rurales. Es importante conocer que más de la mitad de la población mundial vive ahora en ciudades y que una creciente proporción de muertes infantiles ocurren en estas áreas.

Aunque las personas más ricas y saludables de un país viven en las ciudades, éstas también son hogar de algunas de las familias más pobres y marginadas del planeta. Por lo tanto, aquellos países donde la planificación de salud y educación no están bien estructuradas (ni en la ciudad ni en el campo), no ofrecen servicios de calidad ni con calidez para sus habitantes. Y esto pasa en Bolivia, que figura entre los 10 países que podrían salvar la vida de la mayoría de recién nacidos y sus madres mediante el cierre de la brecha de equidad, y que es parte de las naciones que lograron políticas para brindar atención médica gratuita durante el parto, pero que aún no son suficientes. Las cifras aseguran que el 78% de la población boliviana que migra es menor de 35 años y que Oruro, Chuquisaca, Potosí y Beni son los departamentos que más migrantes tienen a nivel interno. La mayoría prefieren las ciudades de Santa Cruz, Tarija y Cochabamba, mientras que en el extranjero hay más paceños, cochabambinos y cruceños.

Bolivia está junto a Camboya, India, Marruecos, Mozambique y Filipinas como los países donde los casos “son especialmente dramáticos” porque la vida de los recién nacidos y de las madres podrían salvarse si tuvieran acceso a los servicios que ya ofrecen los países en vías de desarrollo.

Beat Rohr, director regional de “Save the Children” en América Latina y el Caribe explica que "por primera vez en la historia, más de 50% de las muertes infantiles de niños y niñas menores de 5 años en América Latina y el Caribe ocurren en las zonas urbanas, comparado con un 30% en África y Asia. Cada vez a más gente les atrae vivir en las ciudades, pero muchas ciudades no son capaces de mantenerse a la par de la velocidad vertiginosa de crecimiento urbano, dejando a cientos de millones de madres y niños y niñas viviendo en barrios pobres sin acceso a los servicios básicos de salud y el agua limpia que necesitan para sobrevivir y mantenerse sanos".

En el mundo, la mayor causa de muerte en la gestación o parto son, después de las complicaciones por enfermedades preexistentes, las hemorragias, seguidas de la toxemia (hipertensión del embarazo), muy relacionada con la nutrición.



CLAVES Y SOLUCIONES

Muchos países han conseguido un progreso importante en la reducción de las tasas generales de mortalidad infantil, incluso entre los niños y niñas de las zonas urbanas más pobres. No obstante, a menudo el progreso no elimina las disparidades, y algunas veces las profundiza. En la mitad de los países, las brechas de supervivencia urbana han aumentado. En todos, excepto uno de los países analizados, existen brechas significativas entre niños urbanos ricos y pobres.

El informe de “Save the Children”, Puntuación de las Brechas en la Supervivencia de Niños Urbanos, examinó las tasas de mortalidad de los niños urbanos más ricos y más pobres y encontró que en la mayoría de los países los niños urbanos más pobres tienen el doble de probabilidades de morir que los niños urbanos ricos antes de alcanzar su quinto cumpleaños.

La Clasificación de la Equidad en el Cuidado de la Salud Urbana de “Save the Children”, indica cómo el acceso a, y el uso de, servicios de salud difiere entre las madres y niños más pobres y las más pobres en 22 ciudades. Esta clasificación también incluye una comparación de las tasas de desnutrición infantil (desmedro) entre ricos y pobres en estas mismas ciudades. La clasificación identifica grandes disparidades en el acceso a cuidado prenatal y atención profesional durante el parto.

Las altas tasas de mortalidad infantil en asentamientos informales son provocadas por una serie de factores, incluyendo las inequidades sociales y económicas: Aunque las instalaciones de salud del sector privado son más abundantes en zonas urbanas, los pobres que viven en ciudades a menudo no cuentan con la capacidad de pagar por servicios de salud, y pueden enfrentar discriminación o incluso abuso cuando buscan estos servicios. Tal cual le sucedió a Rosalía.

Los sistemas de salud del sector público regularmente cuentan con financiamiento insuficiente y a menudo fallan en alcanzar a aquellos que tienen mayor necesidad de servicios básicos de salud. En muchos casos, los pobres recurren a buscar atención de trabajadores de salud no calificados, a menudo pagando por servicios de baja calidad o, en algunos casos, perjudiciales.

El hacinamiento, la poca higiene y la inseguridad alimentaria hacen que las madres y los niños pobres sean aún más vulnerables a la mala salud.

“Save the Children” describe seis ciudades que han hecho buenos progresos en salvar la vida de niños pobres a pesar de un crecimiento significativo de la población. Las ciudades son Adís Abeba (Etiopía), El Cairo (Egipto), Manila (Filipinas), Kampala (Uganda), Ciudad de Guatemala (Guatemala) y Nom Pen (Camboya). Estas ciudades han logrado éxitos a través de una variedad de estrategias para ampliar el acceso a servicios de impacto, fortalecer los servicios de salud, bajar los costos, aumentar la conciencia sobre la salud y hacer los servicios de salud más accesibles para los más residentes urbanos más pobres.

El estudio de estas ciudades otorga una amplia gama de ejemplos, pero entre las estrategias usadas de manera más sistemática están: 1) Mejor cuidado para las madres y bebés antes, durante y después del parto; 2) Mayor uso de métodos modernos de anticoncepción para prevenir o posponer el embarazo; y 3) Estrategias efectivas para brindar servicios gratuitos o subsidiados de salud de calidad para los pobres.



LEJOS DE LOS ODM

Los escasos recursos en todos los ámbitos, la higiene minimizada, el aumento constante de embarazos en niñas y la falta de medidas de salubridad son una constante que tiende a repetirse en países latinoamericanos, lo que también representa brechas que ponen en peligro el desarrollo de muchos jóvenes y niños, y además el de sus madres.

Ninguno de los países de América Latina y el Caribe va a cumplir el Objetivo de Desarrollo del Milenio de reducir en un 75 por ciento la mortalidad materna para 2015. Así lo asegura Jorge Parra, representante del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) para Colombia. A ese pronóstico Parra, quien antes desempeñó el mismo cargo en Ecuador y ejerció veinte años como ginecólogo en su natal Perú, le agregó una cifra desoladora: en América Latina y el Caribe el embarazo adolescente no ha disminuido en los últimos 15 años.

Según cifras de UNFPA, once países de América Latina han logrado avances significativos en la reducción de las muertes relacionadas con complicaciones en el embarazo y el parto desde 1990, pero todos están lejos de cumplir con el quinto de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

El país que más se acerca al 75 por ciento es Colombia (69,3) seguido de Perú (64 por ciento), Bolivia y Honduras (61 por ciento cada uno), República Dominicana (57 por ciento), Barbados (56 por ciento), Guatemala (49 por ciento), Ecuador (44 por ciento), Brasil y Haití (43 por ciento), El Salvador (39 por ciento) y Nicaragua (38 por ciento).

Según Parra, en el año 2000, cuando se fijaron los objetivos de desarrollo para 2015, cada año morían en el mundo unas 530.000 mujeres durante el embarazo o el parto y actualmente son aproximadamente 270.000. (Con datos de WHO, OMS, UNFPA, Save The Children.

SER MUJER EN BOLIVIA Y MORIR EN EL INTENTO

Rosario Baptista (*)

Está comprobado que el ser mujer, y mucho más el ser madre, constituyen una situación de alto riesgo en Bolivia. La poca valoración a la vida de las mujeres por parte del Estado se traduce en una altísima mortalidad materna, y en una igualmente alta mortalidad infantil, sin que eso conmueva en lo más mínimo a quienes son responsables de las políticas públicas, de la asignación de presupuestos suficientes, de la formación de profesionales de salud, de quienes los contratan para la atención de los servicios públicos y menos aún a las personas que son responsables del contacto directo en la atención a cada mujer.

El asunto es peor aún. En los servicios públicos de salud, como siempre salvando honrosas excepciones, si hay una doctora, un doctor, una enfermera, una persona de los servicios de salud que trate de forma humana a una mujer que llega con una hemorragia a un hospital, o que esté dispuesta a revisar sus protocolos de atención para humanizarlos, o atienda un parto respetando los deseos de la mujer respecto a la forma de dar a luz, será declarada persona “non grata” para el gremio de salud, y será obligada a ‘volver al redil’ bajo amenaza de ver destruida su carrera profesional.

Este no es un tema irrelevante, nuestra vida depende de ello. Es por eso que el derecho humano, constitucionalmente reconocido de acceder a los servicios de salud, cuya garantía es de responsabilidad estatal, debiera constituir la principal preocupación de quienes gobiernan, legislan y garantizan judicialmente nuestros derechos. Pero al contrario, son las personas más indiferentes respecto a este tema, peor aún, quienes contribuyen a que esta realidad lejos de cambiar, sea cada vez peor.

La Constitución Política del Estado reconoce a la salud como un derecho fundamental, cuyo ejercicio debe estar garantizado a través de políticas públicas en todos los niveles de gobierno (Art. 18); constituye uno de los fines y funciones esenciales del Estado (Art. 9), es un derecho específicamente reconocido a las naciones y pueblos indígena originario campesinos cuya cosmovisión y prácticas tradicionales deben ser respetadas (Art. 30), y son derechos íntimamente ligados al derecho de acceder a agua segura (Art. 20) y a la seguridad alimentaria (Art. 16).

Pero además, de acuerdo al imperativo constitucional, el Estado tiene la obligación indeclinable de garantizar y sostener el derecho a la salud, que se constituye en su función suprema y primera responsabilidad financiera, en cuya virtud debe priorizar la promoción de la salud y la prevención de las enfermedades (Art. 37). Sin embargo, todo es más importante que la salud y la vida de las mujeres. En efecto, si vemos el Presupuesto General del Estado, son otros los sectores que merecen mucha más atención: Defensa (armamento, soldados, salarios elevadísimos para la jerarquía militar, recintos militares que no están precisamente en las fronteras), infraestructura (teleférico, carreteras, estadios, campos deportivos, o lo que electoralmente se ofrezca), propaganda para posicionar su propia imagen, las poco rentables empresas estatales, el Dakar o la parafernalia internacional para hacer famoso al que gobierna (G77, viajes, aviones, autos blindados, seguridad personal).

Es por estas contradicciones de un Estado que ya no se considera neoliberal ni capitalista, que las mujeres sentimos que cada una de nosotras que muere por causas que se pueden prevenir, cada niña, cada niño que muere antes de los 5 años, constituye un asesinato estatal, es una muerte provocada por quienes gobiernan, en este caso por omisión o por acciones absolutamente alejadas de lo que la Constitución determina.

El problema es que se siguen presentando cifras, datos estadísticos, lamentos sobre lo mal que nos va en el país viendo los indicadores sociales, que están cada vez peor, pero no hay ninguna reacción de la población ni del Órgano Judicial ni del Ministerio Público, que debieran cumplir su labor persiguiendo y sancionando a quienes cometen delitos por acción u omisión, como la ley manda.

El discurso constitucional (que es sólo eso, un discurso al menos por ahora) que declara (no reconoce, por ahora) que todas las personas tenemos el derecho a la salud, que el Estado nos garantiza a todas las personas la inclusión y el acceso a los servicios de salud, sin exclusión ni discriminación, que el sistema único de salud es universal, gratuito, equitativo, inter e intracultural, participativo, con calidad, etc., es para la mayor parte de las mujeres del país una quimera imposible de alcanzar, un discurso que, por los resultados, es de muy mal gusto por cierto.

Y es por eso que ya va siendo hora de empezar a ver a los responsables de que esto sea así, lejos de la soberbia de quien va señalando con el dedo, es importante fijarse en quienes tienen en sus manos la responsabilidad, la oportunidad, la posibilidad y la obligación de hacer un cambio en la vida de las personas (o en este caso, de evitar la muerte de las mujeres, las niñas y niños).

Es necesaria una señal clara de que la salud y la educación son verdaderamente una prioridad, no dando un bono (el Juana Azurduy) que en nada cambia la realidad de las mujeres muertas como consecuencia de un embarazo, ni otro bono (el Juancito Pinto) que tampoco cambia como por arte de magia la calidad de la educación.



*) Rosario Baptista es abogada.



54 % de la población mundial vive en zonas urbanas, de acuerdo a datos de la UNFPA. La proyección es que esta proporción aumentará al 66% para 2050.

Mas de 860 millones de personas, un tercio de los residentes urbanos, en los países en desarrollo viven en asentamientos informales.

En las ciudades alrededor del mundo, los niños urbanos más pobres tienen al menos el doble de probabilidades de morir que los niños urbanos más ricos.

En América Latina y el Caribe, más de la mitad de todas las muertes infantiles ocurren en áreas urbanas. Y un número cada vez mayor de mujeres crían a sus hijos en áreas urbanas

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