En la sangre
Romina Mazó dice que nació en dos países, en Argentina y en Bolivia como artista. Sin rastros de acento extranjero, relata que llegó al país cuando tenía cuatro años y confiesa que de no haber crecido aquí no hubiera descubierto su pasión por el canto y la composición.
“La vida tranquila de aquí, donde no se vive solo para trabajar no la encontraría en otra parte. Eso me permitió dedicarle tiempo de calidad a la música”. Valora que empezó su carrera en la niñez cantando folclore argentino y boliviano.
La fama, que está lejos de subírsele a la cabeza, la alcanzó en el 2012 interpretando pop. Es difícil no haber escuchado su voz inconfundible en radio Disney, con hits como Tonto y Tus Besos de su primer disco Todo lo que soñé, canciones que corean al unísono los más jóvenes y que se te pegan sin importar la edad.
Con un talento de exportación, Romina admite que en el exterior se presenta como boliviana-argentina; en ese orden porque pese a que su corazón está dividido en dos, la nacionalidad que comparte con su madre se impone con más peso.
“Cuando cumplí la mayoría de edad tramité los papeles para nacionalizarme. Lo hice porque le pertenezco a Bolivia y porque quiero representarla”, explica orgullosa de la doble ciudadanía que obtuvo hace una década. Para su suerte no tuvo que renunciar a una nacionalidad para adquirir la otra, cuestión de leyes y de beneficios que han ido cambiando.
Con la misma sonrisa que la acompaña en sus shows, en sus fotografías y durante toda la entrevista, Romina no duda en referirse al público y a la gente boliviana. De ambos agradece que la reciban con los brazos abiertos y a ellos dedica su segundo disco titulado Mi mundo, que lanzará este mes.
Boliviana por amor
Su biblioteca empieza en la sala y termina en su dormitorio; rodeada de libros, de discos, de obras de arte y de un jardín verde, los ojos celestes de Laura Zanini se encienden para contarle a Para Ellas su historia de romance y aventura en nuestro país.
Ella no suele mirar al pasado, pero eso no evita que se emocione al contar que dejó su natal Italia por amor en 1970 y que se embarcó en un viaje por mar y tierra cuyo destino era una
Bolivia de la que no sabía nada y con la que tendría algo parecido a una cita a ciegas.
“Fernando (Prado, su esposo) me propuso matrimonio allá pero lo hizo poniendo una condición: que vivamos aquí, cerca de su familia. Desde luego no pude decirle que no”, explica ella, feliz, rememorando el día que contrajo nupcias y obtuvo, automáticamente, su segunda nacionalidad.
Cuando llegó era como una esponja, según relata, por eso no tardó en empaparse del idioma y de las costumbres. Zanini, cofundadora del Centro de Estudios para el Desarrollo Urbano Regional (CEDURE), dice que nunca se ha planteado vivir en otro lugar porque este es su hogar, el de sus hijos y sus nietos.
Su vocación y Bolivia
Cristiane Freitas no esconde nada debajo de su velo, aunque muchas veces la miren con extrañeza por usarlo. Tampoco esconde su origen brasileño, su espíritu de lucha como madre soltera
y su vocación médica al servicio de las personas más necesitadas.
Dice que su lazo más fuerte con el país es su hijo de ocho años nacido en Santa Cruz y que lo único que la separa de la nacionalidad es un trámite y la cola de migración. Por ahora tiene residencia por cinco años.
Con la mente abierta e independiente, lejos de la clásica imagen de la mujer musulmana, ella indica que lleva muy bien las cuentas de su vida. Hace tres años que se convirtió al islam y desde hace nueve que se siente boliviana, cuando dejó San Pablo para venir al encuentro de oportunidades de estudio que necesitaba.
“A Alá y a Bolivia les debo todo... mi profesión como médico general y mi orientación en ayuda humanitaria”, indica Freitas que recorrió el departamento como voluntaria de la Cruz Roja y miembro de las brigadas médicas de la Gobernación.
De cuna y de personalidad humilde, menciona que por ahora busca trabajo para seguir ayudando a los que poco o nada tienen. Además sueña con lograr costear estudios que le permitan servir mejor en lugares donde no se disponen de recursos médicos.
Misionera en Palmasola
Eui Choung Ha o la hermana Esther, como la llaman en Palmasola, no se va con rodeos. Frente a la cárcel, desde el que antes era su hogar de niños Esperanza Viva, dice que en Bolivia descansarán sus restos; incluso ha comprado un nicho en un cementerio local.
Su familia en Corea no se explica como ella, que estudió música clásica y que toca el piano, cambió la tranquilidad de su país por una vida sacrificada evangelizando a hombres, mujeres e infantes tras las rejas.
Con 71 años de edad, su vida tiene mucho sentido sin importar lo que otros crean. Llegó a Bolivia en 1979 con sus familiares, trabajaba vendiendo joyas hasta que garantizó un cheque de una amiga compatriota que le costó 14 meses de reclusión. Luego emigró a los Estados Unidos. “Pero no soporté estar lejos y regresé. Hace 25 años Dios me dio un corazón para trabajar aquí como misionera”, exclama convencida de que su residencia es más permanente que lo que indican sus papeles.
A través de los años su espíritu le ha dado fuerzas para contribuir en la fundación de la universidad Bethesda, para levantar las iglesias evangélicas Emmaus del PC4 y PC2 de Palmasola, y materializar una infinidad de obras, entre ellas que a partir de este mes los presidiarios puedan estudiar una carrera universitaria
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