POSIBILIDADES
Clinton, de 68 años, no tiene todas las de ganar. La posibilidad de que, tras su derrota en 2008 ante Barack Obama, su segunda intentona a la Casa Blanca vuelva a fracasar se ha convertido en algo real.
Filadelfia es un lugar evocador en Estados Unidos. Allí se proclamó en 1776 la independencia de la potencia colonial con el repique de la Liberty Bell, la Campana de la Libertad. Doscientos cuarenta años después, la metrópolis de la costa oeste volvió a hacer historia: por primera vez, una mujer es enviada por uno de los grandes partidos del país a luchar por la Casa Blanca.
Hillary Clinton está llamada a convertirse en la presidenta número 45 de Estados Unidos. O al menos, eso es lo que quieren la mayoría de los más de 4.700 delegados de la Convención Nacional Demócrata. Frente a ella, en la tribuna republicana, está el ambiguo Donald Trump. Hace un año, probablemente ninguna casa de apuestas habría previsto un duelo semejante.
Por un lado, la experimentada profesional de la política, airosa en todas las tormentas, avalada como secretaria de Estado, pulida como primera dama y endurecida como senadora de Nueva York cuando la ciudad pasó por su peor momento. Por otro, el clown político, sin visión, sin una formación en profundidad, sin una red activa.
Sin embargo, hace tiempo que cambiaron las tornas y los últimos sondeos muestran que la popularidad de Trump se ha recuperado. El republicano incluso tomó la delantera tras su escenificada nominación en Cleveland. Según el gurú de los investigadores de opinión Nate Silver, habría una probabilidad del 57 por ciento de que Trump venciera si las elecciones se celebraran ahora.
La situación podría revertirse tras la Convención Nacional Demócrata. En ella, el mensaje que transmitió Clinton fue claro: "Debemos estar todos juntos, negros y blancos, discapacitados o no, viejos y jóvenes". Con una cuidada coreografía en la que destacaron la música, el deporte y el "showbusiness", la convención se convirtió en un mediático espectáculo. Muchos, aunque no todos, se unieron en pos del objetivo común que entre otros formuló el tozudo rival de Clinton Bernie Sanders: "Donald Trump no puede acabar siendo presidente".
Clinton hizo subir a la palestra a muchos simpatizantes, entre ellos Michelle Obama y su marido, Bill. "En la primavera de 1971 conocí a una chica. Supe que no era una más", dijo Bill Clinton durante su discurso de la noche del martes, que acabó siendo casi una declaración de amor. Contar cómo se conocieron mostraba a la Hillary Clinton más humana, no sólo a la fría calculadora.
También los bomberos que acabaron sufriendo pulmonías tras su intervención en los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, las madres de víctimas de la violencia policial o las víctimas de violaciones que pedían abortar contaron muchas cosas positivas de Clinton y su lado humano. "Mantiene vivo el sueño americano", resumió su colega de la época de senadora Chuck Schumer.
Pero lo cierto es que Clinton, de 68 años, no tiene todas las de ganar. La posibilidad de que, tras su derrota en 2008 ante Barack Obama, su segunda intentona a la Casa Blanca vuelva a fracasar se ha convertido en una posibilidad real.
Hasta ahora, la política no había cometido muchos errores en las primarias. Uno de los mayores fue infravalorar a su rival interno, Bernie Sanders, y después frenarlo con métodos que rozan la frontera de lo moral. Tuvo que pelear literalmente hasta el último minuto de la convención para asegurarse su victoria. La presidenta y aliada de Clinton, Debbie Wasserman Schultz, se quedó en la estacada.
Todavía el mismo día de la votación se luchaba a puerta cerrada para intentar que Sanders dejara atrás su actitud beligerante. Al final, el senador de Vermont instó al pleno del partido al término del "roll call" a que Clinton fuera nominada por aclamación. Los delegados gritaron, la batalla había sido sofocada y Sanders volvió a tener su momento. Y Clinton evitó al menos oficialmente y para los anales un voto dividido.
Pero los partidarios de Sanders no quieren saber nada de acuerdos en la trastienda. "Esto es desobediencia civil", afirmaba Deane Evans, de Washington, mientras decenas de delegados bloqueaban el centro de prensa de la convención. La política de Sanders atrajo a cientos de miles de jóvenes americanos rebeldes a los que Clinton no ha conseguido llegar.
Los más escépticos entre los demócratas, como el cineasta Michael Moore, creen que con todo muchos apoyarán a Clinton. "Pero les falta el entusiasmo para atraer a otros cuatro o cinco más", declaró Moore. Clinton, la fría y calculadora mujer de carrera, parece difícilmente capaz de desatar lo que hace ocho años se llamó "efecto Obama": una especie de excitación entre el electorado joven. Para emociones, en la campaña electoral 2016 ya están las filas de Donald Trump.
Chelsea: Serena, discreta y fiel
Serena, discreta y fiel, Chelsea Clinton tenía sólo dos años cuando hizo campaña por primera vez con su padre Bill para la gobernación de Arkansas, un tierno respaldo que ha mantenido durante su adolescencia y edad adulta hasta convertirse en un pilar clave para su madre, Hillary.
Ya en 2008 presentó a su progenitora como una "heroína" en la convención demócrata de la que salió elegido como candidato presidencial el entonces joven senador Barack Obama.
Nacida el 27 de febrero de 1980 en Little Rock, Arkansas, Chelsea ha sido desde el principio de su existencia lo más importante para sus atareados padres y muchos han querido ver en la única hija de los Clinton a una futura presidenta, aunque Chelsea prefiere el trabajo humanitario de la fundación familiar.
"Descrita como un "guía espiritual" por su personalidad pausada y trabajadora, Chelsea Clinton ha jugado en esta campaña presidencial un papel fundamental para endulzar la imagen de su madre, que ha conseguido sacar su lado humano y retratarse como una "abuelita" gracias a sus dos pequeños nietos.
Pero, si su madre gana, Chelsea no quiere saber nada de la Casa Blanca aunque sabe que su destino ya está unido a ese edificio.
"Mi vida seguirá en Nueva York", ha avisado Chelsea en varias ocasiones durante esta campaña, la última de un largo número que alcanzó uno de sus momentos cúspides cuando la joven, inmersa en su papel de perfecta hija política, subió al escenario para defender a su madre como la próxima presidenta de EE.UU..
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