Ella está sentada en un puesto de hamburguesas, su rostro cubierto de grasa, la ropa sucia. Apenas si puede sostener la cabeza, esta ebria y su semblante muestra un cansancio profundo. Los ojos hundidos son la prueba de una noche difícil y que parece no terminar todavía. Con esfuerzo gira la cabeza y su cabello se levanta con el viento, ella aprovecha para guiñarle el ojo a un jovenzuelo que la mira sin ninguna expresión.
Esta oscureciendo y La Prensa observa como un transeúnte más que camina por el lugar. Aquella calle que aparenta ser como cualquier otra de El Alto a la luz del día, se torna desagradable y peligrosa. Tímidamente se abre paso una intensa luz roja que fluye de las casas del lugar, se adivina adentro a hombres y mujeres bebiendo alcohol... en tanto los bares y a la vez prostíbulos han funcionado casi sin parar. Las noches son oportunas para que garajes y otras puertas se abran de par en par, es la Zona 12 de Octubre también conocida como “Zona Rosa”.
Noches que no acaban jamás. Se hace llamar “Dina” cual si fuera un nombre artístico, y relata entre lágrimas su historia como si quisiera justificar los malos momentos que su oficio le ha dado.
“Trabajo en esto por mi hija, porque no tengo quien me ayude”, relata con la mirada fija y dolida.
Ella desempeña su labor de trabajadora sexual en la 12 de Octubre desde que su pequeña nació, aunque antes de ser madre había circulado por los llamados “table dance” y casas de cita en La Paz (Sopocachi).
“En aquellos lugares hay clientes que además de trago nos piden drogas” dice al tiempo de afirmar que no fueron pocos los hombres que la golpearon o le pidieron servicios poco comunes, “cosas raras”. Señala que en la zona 12 de Octubre “no es mejor pero hay más flujo de clientes”.
Tiene razón, mientras observamos, gran cantidad de hombres entran y salen de los locales, orinan en las paredes y es casi un gesto común escupir tras abandonar los prostíbulos. Los que llegan, miran ávidos, se acercan a los puestos de maca que están ubicados en casi todas las esquinas del sector y luego de terminar un vaso de este energizante, muchos entran apresurados y se pierden en la luz roja de aquellas casas.
Detrás de los muros y la luz roja. La fachada de las casas aparenta ser pobre pero tienen instaladas cámaras de vigilancia en la parte alta del muro.
Varios hombres custodian el lugar y con simples gestos corporales se comunican a distancia ante cualquier movimiento sospechoso. Cruzamos el umbral, la luz roja desconcierta, a nuestro paso todo lo que se ve son piernas y brazos que invitan a pasar. Hay habitaciones donde los hombres esperan en fila.
Un cliente habitual (anónimo) se anima a contar cual es el ritual. “A veces son 25 pesos por quince o veinte minutos” refiere. En estos casos no está permitido besar o cualquier otro tipo de expresiones de amor, “sólo es para satisfacer una necesidad” confiesa.
Pero tal como Dina relata, en estas circunstancias más de una de sus compañeras ha sido agredida, golpeada, besada a la fuerza o violada sin protección, incluso algunas fueron asesinadas, ante la impotencia de sus compañeras.
“Vienen todo tipo de hombres”, dice y es cierto, afuera hay coches lujosos y minibuses, sus dueños les han quitado las placas, los prostíbulos están atestados de adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. En el ambiente se percibe un olor desagradable, nauseabundo que se mezcla con el vaho del alcohol.
Lo que sucede adentro es fugaz, más hay un detalle que llama la atención, en la habitación hay un tacho de basura casi lleno de condones usados, Dina exhausta afirma que aquella cantidad de preservativos desechados corresponde a la labor de una sola tarde, aunque no puede precisar cuántos clientes atendió. “Me tengo que emborrachar para aguantar y porque siento mucho dolor” dice y una lágrima cae por su mejilla.
50.000 mujeres o más, trabajan como servidoras sexuales en los 9 departamentos de Bolivia.
LAS DENUNCIAS POR VIOLACIÓN A TRABAJADORAS SEXUALES NO PROSPERAN EN LA MAYORÍA DE LOS CASOS Y QUEDA EN EL OLVIDO. Lily Cortez, representante de la Organización de Trabajadoras Nocturnas de Bolivia (OTNB), afirmó que su sector es uno de los más afectados con la vulneración de sus derechos y explicó que en especial muchas de las denuncias por violación a trabajadoras sexuales quedan impunes. Tal es el conocido caso de una mujer que fue vejada por dos policías en Cochabamba durante una redada, el mismo que ante la retardación de justicia fue denunciado a la Defensoría del Pueblo por los pocos avances que tiene el proceso.
“Ella dice que fue amedrentada y que no quiere problemas” afirma Cortez, ante la decisión de la victima de retirar la denuncia y agrega que aunque este caso fue muy conocido por los medios, “la violación de varias compañeras queda en el olvido”.
En Bolivia, la prostitución no es un delito, pero pese a ello las trabajadoras nocturnas se ven desprotegidas ante la conducta discriminadora de la sociedad e incluso de la misma Policía, que muchas veces comete abusos como arrestos injustificados o la revisión de las tarjetas de salud, cosa para la que no tienen atribución según explica Lily Cortez.
"Pude ver como, por el simple hecho de ser trabajadoras sexuales, nuestra vida no tenía ningún valor para las instituciones del Estado."
Evelia Y.
TRABAJADORA SEXUAL
"Viví en la calle. Los taxistas nos ofrecían comida y como dice el dicho: ‘boquita que come, colita que paga’. Accedíamos..."
Evelia Y.
TRABAJADORA SEXUAL
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