La sopa hierve mientras el pollo es despresado por las manos luchadoras de Carmen Rosa, de 45 años. Una pizca de sal, otro poco de pimienta y un par de hojas de laurel son vertidas a la olla caliente. Seguramente eso bastará para darle esa sazón particular que le pone a sus comidas. Con una cuchara de madera remueve los ingredientes, prueba el preparado y se dispone a servir a sus comensales, quienes llegan todos los días, hace ya un año, a su restaurante “Las delicias de Carmen Rosa” a partir del mediodía.
Así entre máscaras y varios afiches de estas cholitas “diosas del ring”, como se lee en uno de ellos, los clientes almuerzan con la certeza de que quien prepara la comida tiene una mano tan buena para la cocina como para la pelea. No por nada su cinturón de campeona en lucha libre se exhibe en una de las paredes de la pensión.
Carmen Rosa, cuyo nombre verdadero es Polonia Ana Choque Silvestre, cuenta que su restaurante, ubicado en Ciudad Satélite de El Alto, se llama así por una ocurrencia que tuvo el periodista cruceño Pedro García, con quien condujo un par de programas televisivos, donde ella solía cocinar platos típicos. “En ese tiempo tenía una pensión por la calle Murillo, donde vivía antes y, después de cocinar ahí, me iba corriendo al programa. Entre las comidas, la televisión y el gimnasio, ya no me daba tiempo y por eso tuve que cerrar la pensión”, dice sonriendo.
Pero a Carmen Rosa, sobrenombre que se puso en honor a la memoria de su suegra, no solo le encanta cocinar, sino también luchar en el ring. Su afición por este deporte surgió cuando era apenas una niña, gracias a que sus padres eran fanáticos de la lucha libre y solían llevarla a las funciones en el Olimpic Ring de San Pedro. “Nunca se me había pasado por la cabeza que un día yo iba a estar en ese cuadrilátero, más al contrario, ellos eran mis estrellas”.
Del Olimpic Ring, los luchadores pasaron al Municipal y luego a El Alto. Ahí fue donde anunciaron que se abrirían gimnasios para el entrenamiento de varones y mujeres, pero no especificaban si las cholitas podían ir. “En ese entonces yo tenía unas compañeras de pollera como yo, que también eran fanáticas de este deporte, así que fuimos juntas al gimnasio”.
Más allá de las burlas de los varones por la vestimenta que llevaban, allí, entre miradas de recelo, Carmen Rosa comenzó su carrera como luchadora.
Como los entrenamientos y las dietas eran muy estrictas, fueron pocas las personas que aguantaron. Solo las que se quedaron pudieron disfrutar de su recompensa: el entrar al cuadrilátero del Multifuncional de El Alto, para poner en práctica las técnicas que el entrenador les había enseñado.
La hora de la popularidad
Las caídas a la lona y las llaves son algunas de las herramientas que usan para vencer a sus oponentes. “Uno, dos, tres”, se escucha la voz del réferi seguida por las campanadas que anuncian la conclusión de la pelea. En esa lucha, solo un brazo es levantado: el de la ganadora.
Las peleas que se daban entre mujeres de pollera eran poco comunes, por lo que ellas decidieron hacer un evento para que la prensa conociera lo que hacían. Gracias a eso, su lucha cruzó fronteras. Un famoso programa de la televisión peruana las invitó para que demostraran sus habilidades ante cámaras, algo que las condujo a una gira por varias partes del país del cebiche.
De manera simultánea al inicio de la gira, Carmen Rosa y sus compañeras, las cholitas luchadoras, empezaban la grabación del documental Mamachas del ring. “En 2005 grabamos el documental con Betty M. Park, una coreana neoyorquina, y Álex Muñoz, el camarógrafo. Con ellos viajamos a las peleas de Oruro, de Tarija e incluso del exterior”, recuerda.
Carmen Rosa asistió a la premier de la película en New York, donde se quedó una semana sin entender ni una palabra en inglés. “He ido a conocer, he visto cómo la han presentado y no solamente fue en Estados Unidos, se presentó también en Canadá y en otros países, pero a Bolivia no sé por qué no ha llegado”, dice mientras mira el afiche de las Mamachas del ring que se exhibe en otra de sus paredes.
El año pasado, Carmen Rosa viajó mucho con el grupo de Wálter Tataque Quisbert y así llegó a diferentes poblaciones donde fue testigo de muchas falencias. “Tienen una linda cancha sintética, pero no tienen agua y el aguatero solo va una vez a la semana. Tampoco tienen ni siquiera un centro de salud”, señala.
Es por la carencia que vio en las provincias, que Carmen Rosa se postula como segunda asambleísta departamental con el Movimiento Por la Soberanía (MPS), encabezado por Felipe Quispe, El Mallku, candidato a Gobernador del departamento.
“Sé que como persona de a pie no puedo hacer nada por El Alto, ni por La Paz, pero estando en el poder voy a tener voz y voto y no quiero ser una levantamano más, sino que mis opiniones se escuchen, mis decisiones se respeten como mujer, no solo como mujer aymara o como mujer de pollera, sino como mujer boliviana”, dice sin perderle el ojo a la olla sobre la cocina.
Es mediodía y “Las delicias de Carmen Rosa” comienza a llenarse de comensales obreros en su mayoría. Los hijos de ella, también luchadores, cuyos nombres artísticos son Dulce Rosa y Bismarck Jr., se aprestan a servir los platos con la ayuda de su papá, que hace también de réferi en algunas luchas. La comida está servida.
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