martes, 1 de septiembre de 2015

Feminicidio, la pandemia que enluta a Bolivia

VIOLENCIA | BOLIVIA OCUPA UNO DE LOS PRIMEROS LUGARES EN VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES EN LATINOAMÉRICA. EL SISTEMA DE JUSTICIA ES PAUPÉRRIMO, Y EL MACHISMO ESTÁ ENRAIZADO EN TODOS LOS ESTRATOS DE LA SOCIEDAD.

Hablar de cifras suena a insulto. Sobre todo porque esas cifras de mujeres muertas han tenido voz, rostro, y una historia inconclusa que se segó violentamente dejando dolor y rabia. Lamentablemente, para nuestro sistema de justicia, los feminicidios son solo números. Desde marzo de 2013 hasta el cierre de esta edición, se reportaron en el país 115 feminicidios, pero pocos son investigados, las investigaciones se enredan en dislates jurídicos o simplemente no prosiguen y en los medios, muchas veces, se publican solo los nombres de las víctimas, pero no de los asesinos.

Al respecto, en noviembre de 2012, la oficina de las Naciones Unidas dio a conocer los resultados de una encuesta en 13 países de la región donde Bolivia ocupaba el primer lugar en violencia física contra las mujeres y el segundo lugar, después de Haití, en violencia sexual.

Se encendía la alerta, pero pese a la promulgación en 2013 de la Ley 348 (Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia), la violencia contra las mujeres bolivianas ya es una pandemia, aunque esté casi invisibilizada por la precariedad e indolencia de la justicia boliviana y sus operadores, por el tratamiento de algunos medios de comunicación a estas noticias y por cómo reacciona la sociedad a ellos.

Todos los días se conoce el nombre de alguna mujer asesinada, pero el nombre de esta muerta es sustituido por el de la muerta que habrá al día siguiente, y así la página se da vuelta.

Sin embargo, hace unos días murió la hija de una emblemática periodista, Helen Alvarez, activista de los derechos por las mujeres, y la noticia se extendió como pólvora, sacudiendo las redes con un efecto rebote en mucha gente que, hasta ese momento, leía los feminicidios como una noticia de muerte más pero que de alguna manera sintió que éste caso le tocaba de cerca.

El nombre, el rostro y la historia de Andrea Aramayo se han quedado grabados, al igual que el de su victimario, imputado por feminicidio por la Fiscalía General, William Kushner, quién está detenido en la cárcel de San Pedro a la espera de que se dictaminen con precisión las causas de la muerte de Andrea.

Las circunstancias de la pareja, ella criada por una periodista, feminista activa de uno de los grupos más recalcitrantes y emblemáticos en la lucha por los derechos de las mujeres, Mujeres Creando, y él, un abogado y empresario prominente, le dieron un toque diferente a la triste historia de la que tanto medios como personas que tienen acceso a las redes sociales se cebaron, y se siguen cebando.

Al día siguiente en que murió Andrea, María Lizeth Carvajal (25), falleció en Cochabamba por las 25 puñaladas asestadas por el que fue su concubino, Johnny Vargas, y ese mismo día, en Tarija, se suscitó un intento de feminicidio contra Olga Solano en manos de su esposo Godofredo Ruiz Sánchez que la arrastró con su automóvil. En Sucre, en Trinidad, en Santa Cruz, en Potosí… Tanta violencia en tan pocas horas y la lista, la tenebrosa y vergonzosa lista, sigue.



¿Pero qué es el feminicidio?

El feminicidio es la forma extrema de violencia contra las mujeres, por ser mujeres, es el resultado de la inequidad de género y la impunidad en la justicia. De acuerdo a Marcela Lagarde, académica, antropóloga e investigadora mexicana, especializada en etnología y representante del feminismo latinoamericano, quien ha socializado el término de feminicidio, el delito de “homicidio” no es suficiente para describir o penalizar la muerte de mujeres que tras largas historias de violencia cotidiana en manos de sus parejas o parientes terminan asesinadas intencionalmente, o de las mujeres (adolescentes o niñas) que son encontradas muertas después de haber sido violadas y que son intencionalmente asesinadas para borrar las pruebas del delito cometido.

Si bien no hay una cifra definida, los feminicidios son bastante más del 50% de los asesinatos de mujeres en cualquier lugar del mundo. La Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer el 20 de diciembre de 1993, de naturaleza no vinculante, es el primer instrumento internacional que da una definición de la violencia contra las mujeres y establece obligaciones para los Estados encaminadas a la prevención, investigación y sanción del delito, y a la protección y reparación de las víctimas.

Hasta la fecha, en Latinoamérica, 13 países han tipificado el feminicidio/femicidio, algunos lo han hecho desde una perspectiva puramente penal. Otros lo han abordado de manera más integral. En el país, el 9 de marzo de 2013, el presidente Evo Morales aprobó la Ley No 348 (Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia), en la que se penaliza el feminicidio, acoso sexual, violencia familiar o doméstica, esterilización forzada, incumplimiento de deberes, padecimientos sexuales y actos sexuales abusivos. Y se incorpora como delitos contra la mujer la violencia económica, violencia patrimonial y sustracción de utilidades de actividades económicas familiares.

El Ministerio de Justicia es el ente rector y la entidad responsable de coordinar la realización de políticas integrales de prevención, atención, sanción y erradicación de la violencia hacia las mujeres y tiene a su cargo el Sistema Integral Plurinacional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia en razón de Género – SIPPASE.

Si bien la Ley está hecha, no contempla fuentes de financiamiento, montos o porcentajes, ni plazos para su cumplimiento. Es decir, mucho número pero nada de presupuesto, consecuentemente, la violencia contra las mujeres no se ha detenido, al contrario.

Hoy, además del dolor de enterrar a sus madres o hijas, las familias tienen que peregrinar en busca de justicia, topándose con funcionarios mal preparados, indolentes y hasta corruptos. Para muestra, una cifra igual de insultante que ponerle un número a la muerte de una mujer: En Bolivia, desde la promulgación de la Ley 348, solo ocho juicios por feminicidio llegaron hasta la sentencia.

Fuente: Correo del Sur, Datos, ANF, CIDEM, ONU)



“TODOS ESTAMOS CONTAMINADOS”

Elizabeth Machicao B.*



OH! ¿Cómo explicaría el aumento de casos de feminicidio en Bolivia y en el mundo?

El aparente aumento de casos tiene múltiples factores, pero la base fundamental es la mente patriarcal y machista que prevalece en las actitudes de hombres, mujeres, jóvenes y adolescentes: todos estamos contaminados. Es una mezcla de varios factores que terminan siendo una explosión de violencia, a veces con consecuencias perversas. Al vivir en un sistema machista extremo, la violencia se reproduce en todos los ámbitos, principalmente en las familias, en la educación en las unidades educativas, pero también en las calles y en todos los otros espacios en los que interactuamos. También tiene que ver cómo se construye, cómo se arma, la masculinidad y la feminidad, con qué escala de valores, de responsabilidades y obligaciones se hacen los hombres y las mujeres.

Las relaciones violentas, también son relaciones de dominio-sumisión y de una grave dependencia, por varios factores, lo que no permite establecer vínculos adultos solidarios y fraternales. Nos queda una verdad y es que cada muerte es un nuevo fracaso de la sociedad, porque no somos capaces de proteger a las víctimas y ese el gran pendiente y el gran fracaso de la Ley 348, hasta ahora no funciona, está en vigencia 3 años y la violencia hacia las mujeres sigue creciendo, se ha naturalizado y es parte de nuestra cotidianidad.



OH! ¿Cuál es el rol de las madres en esta crianza machista?

Las madres son las que educan y están más cerca a los hijos, muchas reproducen el machismo en sus casas, apoyadas en las actitudes del jefe de familia, que también tienen el rol de educadores, las diferencias se instalan desde que nacen, los roles que se dan a cada uno, los colores con los que se los viste, las obligaciones y responsabilidades que tienen, las emociones que se permiten o no sentir y las actitudes y escala de valores con las que crecen. El hijo es el macho, el que no llora, no se rompe, no muestra sus emociones, y cuando construye vínculos con las mujeres, va a volcar todo ese bagaje que además se ha ido acentuando en otros espacios. Las mujeres tienen menor valor y por lo tanto puede controlar estas vidas, muchos entienden que les pertenecen y no saben establecer relaciones de otra manera, se suman otros espacios como los medios de comunicación que muchas veces alimenta el machismo, la violencia, y el rol asignado de manera social y cultural a hombres y mujeres. Y el gran tema, somos las mismas mujeres. Muchas veces tenemos más solidaridad de clase, que de género y esto lo vemos en todas las clases sociales. Muchas educamos a los hijos hombres, muy machos e insensibles y a las hijas mujeres, sumisas, sensibles y sin herramientas personales para defenderse y parar la violencia. A esto se suma, las historias de las familias, muchas madres son violentas y maltratadoras en la crianza de sus hijos, que lo que hacen es formar monstruos en potencia, ya que no saben lo que es un amor que nutre y protege.



OH! ¿Cómo enseñarle a las y los jóvenes, a no ser víctimas ni victimarios?

Es fundamental trabajar en el empoderamiento, sobretodo de las mujeres, generando procesos pedagógicos de género, educativos y políticos entre mujeres, que deben estar implícitos en la crianza y la formación permanente. Empoderarse de manera personal se concreta en el individuo, es decir, en la transformación personal en un ser individual: único e independiente, con personalidad, seguridad y concepciones propias, con capacidad de decidir y de actuar por cuenta propia, con movilidad y autodeterminación. La autoestima, la seguridad y la confianza se incrementan al empoderarse y eso enseña a todos, a no asumir roles de víctima o agresor.



OH! Hay quienes justifican el accionar de algunos feminicidas diciendo que la mujer “provocó” que el individuo se enardeciera. O que culpan a la ingesta de alcohol o de drogas. ¿Qué opina de ello?

Bajo ninguna circunstancia se justifica, ni la violencia y menos el feminicidio, consecuencia última y perversa de una historia rota, no hay causa posible, y es espantoso pensar que porque la mujer enardece a alguien, éste tiene el derecho de quitarle la vida. Eso es dar piedra libre para que los agresores procedan.

En el caso de Andrea hay dos familias destrozadas y en la más profunda tristeza, pero por razones absolutamente diferentes: una ha perdido a la hija y a la madre para siempre, y de la manera más violenta. La otra tiene al violento en la cárcel, pero podrá visitarlo, abrazarlo y cuidarlo. Además de seguir armando historias que descalifiquen, etiqueten y desvaloricen la lucha que lleva Helen Álvarez, la mamá de Andrea, y Mujeres Creando en busca de justicia para una madre joven que tenía una hija para amar y criar y una vida propia para vivirla como ella quisiera.

*Elizabeth Machicao es pedagoga.





POR CULPA DE EVA

Jenny Ybarnegaray Ortiz*



«A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti. Entonces dijo a Adán: Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: No comerás de él, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida» (Génesis 3:16 y 17)

Curiosamente, cuando se conoce un hecho de violencia en contra una mujer, rápidamente desaparece del imaginario colectivo el agresor, el lugar de la culpa lo ocupará, en primer lugar, la propia víctima. Y es que la gente no puede siquiera imaginar que ella no lo provocó de alguna manera, si lo denunció, por qué lo hizo, y si no lo hizo, por “haberlo permitido”, por haber elegido justamente a esa pareja, o por “no comportarse”, o por cualesquier otro motivo. Por muy absurdo que parezca, la agredida terminará siendo siempre sentenciada como la primera y principal culpable de la agresión de la que fue objeto, y para demostrarlo escudriñarán hasta en los más recónditos resquicios de su historia, sin piedad alguna. Pero, no será la única, la siguiente sentenciada será, por antonomasia, la madre, la suya propia y/o la del agresor. ¿Qué otra cosa se puede concluir del eterno mea culpa de tantas mujeres que repiten hasta el cansancio “es que nosotras somos las que criamos a los machos”? Y es que la gente piensa que sólo las madres educan a la prole, cree que sólo ellas les rebelan las verdades de la vida y que los padres, condenados a trabajar fuera del hogar –por sanción divina– nada tuvieron que hacer en la crianza, educación y formación de unas y otros.

¿Qué hay detrás de este imaginario tan rigurosamente arraigado en mentes simples y complejas, incluso de gente que se aprecia de su propia sensatez? Escarbo en mi memoria y encuentro que aquí se expresa el mito de “Eva”. Eva la pecadora, esa Eva casquivana que se dejó tentar por una serpiente de lengua viperina que la convenció de probar y hacer probar a su pareja del fruto prohibido, “de la ciencia, del bien y del mal”. Dice el mito que la consecuencia de esa desobediencia fue la expulsión del paraíso. Al parecer, desde ese remoto origen, las mujeres cargamos la culpa de todos los males de este mundo, incluidos los que nos infieren.

*Jenny Ibarnegaray es psicóloga social.

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