Recuerda con cierta dificultad los nombres y las edades de todos sus hijos. Y no es para menos, son doce los que ha tenido a lo largo de las últimas dos décadas. El mayor cuenta 20 años y el benjamín acaba de apagar su primera velita.
Emiliana Ramos Alandia tiene 38 años y vive en la localidad de El Paso desde que era una adolescente. Es natural de Potosí, de donde prácticamente escapó hacia Cochabamba en busca de educación, pero solo terminó llenándose de hijos, como ella misma afirma al iniciar esta entrevista.
Freddy es el mayor de sus descendientes, tiene 20 años; le siguen Jésica, de 18; José Carlos, de 17 años; Limbert, de 13 y María Carmen de 10 años.
Sus otros hijos son Jóselin, de 7 años; Fabiola, de 6; Miguel Ángel, de 5; Mayra, de 4; Elvia de 3; Maribel, de 2 y el último, de 1 año, que aún no tiene nombre.
Una sonrisa se dibuja en el rostro de esta mujer cuando menciona a todos sus hijos, pese a que no recuerda con precisión sus edades o las fechas en las que nacieron.
RECUERDOS INGRATOS
Emiliana rememora que sus padres nunca le quisieron inscribir en la escuela, en su natal Potosí, porque ella estaba a cargo de las tareas de la casa. Por este motivo decidió que debía trabajar “de lo que sea” y en “cualquier parte” para vivir independientemente, y si la providencia así lo dictaminaba, estudiar hasta el bachillerato.
No obstante, este sueño que empezaba a tomar forma mientras recorría los cientos de kilómetros que separan a Potosí de Cochabamba, se frustró en la población de El Paso, cuando conoció a Luis, quien sería el padre de su primer hijo.
La familia de este hombre sembraba cizaña en su relación, por lo que la pareja empezó a pelear, a tal extremo que él no quiso reconocer a su hijo y abandonó a Emiliana, dejándola sola al cuidado de su primogénito, Freddy.
El hombre desapareció y nunca más se supo de él.
Emiliana confiesa que cuando llegó a El Paso se enamoró de esta población, distante a 16 kilómetros de Cochabamba, por su gente y la tranquilidad que irradiaban sus calles y terrenos de cultivo.
El destino puso a Juan en el camino de Emiliana, con quien tuvo una hija. En este caso, el hombre viajó a España, en busca del sueño europeo, pero nunca más se tuvo noticias de él.
Tras mantener otras relaciones fallidas, Emiliana conoció a su pareja actual, con quien tiene ocho hijos.
DOS CUARTOS
Emiliana y sus hijos ocupan dos cuartos precarios de adobe, construidos por su esposo hace nueve años, en un lote a casi un kilómetro de la plaza principal de El Paso.
El esposo de Emiliana, quien tiene el oficio de albañil, aprovechó el terreno que le dejaron sus padres como herencia para edificar dos habitaciones y una improvisada cocina, además de una conejera.
En uno de los cuartos se acomodan seis de sus hijos, en tres camas. En el otro duermen ella, su pareja y el resto de sus retoños.
El frío arrecia en las habitaciones de esta familia, especialmente en invierno, debido a que varias de sus ventanas no tienen vidrios y el piso es de tierra.
La falta de dinero les impide comprar vidrios para cubrir las ventanas y colocar yeso en las paredes.
El cielo raso no está en mejores condiciones. Pedazos de yeso y paja cuelgan de alambres y están a punto de caer sobre las camas de los niños.
El agua que se filtra por algunos agujeros de la calamina del techo remojan el cielo falso y dañan los listones de madera.
El mobiliario de los cuartos se resume en catres de fierro, una mesa mediana sobre la que los niños hacen por turnos sus deberes escolares y una tabla de dos metros de largo por cuarenta centímetros de ancho, junto a la ventana, que cumple la función de ropero. Encima se coloca la ropa de toda la familia.
En el piso sobresalen piedras de mediano tamaño en las que los niños tropiezan a menudo.
La cocina de dos por cuatro metros, en la que se reúne la familia para tomar el desayuno, almorzar o cenar es aún más precaria que las habitaciones.
Una cocina de dos hornallas, una olla de aluminio y una mesa, regalo de una hermana (monja), es todo el menaje en este ambiente.
Los hijos de Emiliana encuentran en la cocina un espacio para jugar entre ellos y con sus mascotas, además de hacer sus tareas sobre una desvencijada mesa de madera.
SOSTÉN DE SU HOGAR
“Emiliana Ramos es una mujer muy valiosa. Trabaja en todo lo que puede para mantener a sus doce hijos y a su pareja”, afirma el párroco de El Paso, Rodolfo Ramírez Sotelo.
El esposo de Emiliana no trabaja y se dedica al vicio de la bebida, por lo que esta mujer debe sostener a 13 personas con la venta de alfalfa, mote o conejos que cría en su casa, en una jaula de dos metros cuadrados.
“Ella trabaja en la chacra, deshierbando el terreno o regando los cultivos. Hace todo lo que está en sus manos”, confirma el sacerdote.
Emiliana se despierta a las cuatro de la madrugada, todos los días y se dirige directamente hacia un terreno para cortar alfalfa, que más tarde venderá en el sector sur del mercado principal de El Paso.
El terreno de donde saca la alfalfa es alquilado y paga 100 bolivianos por una era que tiene aproximadamente tres pasos de largo.
Mantiene a su familia tan solo con la venta de alfalfa. Cada día obtiene entre 30 y 50 bolivianos, dinero que no le alcanza ni siquiera para alimentar a todos sus hijos, menos para comprar ropa o zapatos.
Por este motivo, su familia recibe el apoyo de la parroquia y de sus vecinos.
Esta madre asegura que gracias al párroco Rodolfo Ramírez Sotelo, su familia tiene alimentos para cocinar cada día: fideo, arroz y aceite, entre algunos.
Asimismo recibe la caridad de sus vecinos, quienes le regalan ropa casi nueva para la mayor parte de sus hijos. “Me traen al mercado y a mi casa. La gente me colabora bastante”.
Los hijos de esta mujer estudian en escuelas de El Paso y en Quillacollo.
Su hijo mayor, Freddy, estudiaba mecánica en el Tecnológico Boliviano Canadiense El Paso, pero tuvo que abandonarlo por falta de dinero. Él requería muchos libros y material para su carrera, pero su madre no tenía la posibilidad de pagar por ellos.
Su segunda hija, Jésica, de 18 años, abandonó también sus estudios, por falta de recursos económicos.
ROBO
La familia de Emiliana sufrió un robo hace dos meses. Los ladrones aprovecharon que todos habían salido para ingresar en la vivienda por las ventanas y sacar el televisor que tenían, uno de los pocos bienes que le quedaba.
Sus familiares le decían que tenía un equipo de fulbito con dos reservas
“Mi hijo mayor, Javier, nació el lunes 23 de julio de 1962, a las 17.30 horas, en la Caja Nacional de Salud que se encontraba en la calle Mayor Rocha y Hamiraya”.
Nombres, fechas e incluso horas de eventos que ocurrieron hace más de 50 años permanecen bastante claros en la mente de Elba Bolaños, como si hubiesen ocurrido hace una semana.
Con 75 años encima, siete hijos varones, 16 nietos y cinco biznietos, esta madre y abuela se siente con la suficiente energía para seguir trabajando por el bienestar de toda su familia.
Como todos sus hijos son varones, sus familiares le decían que fácilmente podía formar un equipo de fulbito (en el que participan cinco jugadores) con dos reservas incluidos.
El menor de sus hijos, Gabriel, nació en la Caja Petrolera de Salud, el miércoles 30 de marzo de 1977, a las 08.30 horas.
La memoria de esta madre es tan privilegiada que ella recuerda también las fechas y las horas de los nacimientos de sus nietos, con precisión, de la mayoría de ellos.
Nació en Cochabamba el 19 de octubre de 1940, en la zona de Aranjuez, también en el seno de una familia numerosa. Su madre, Agustina Cárdenas Villarroel, tuvo once hijos. Su padre, José Gonzalo Bolaños Cornejo, luchó en la Guerra del Chaco que se desarrolló entre los años 1932 y 1935. Cayó prisionero y estuvo en Paraguay hasta 1938.
Un evento que recuerda con mucha tristeza es la muerte de una de sus hermanas, Norma, en 1963, cuando ella había cumplido 20 años. Falleció el 14 de noviembre, tras haber sufrido un accidente en su trabajo.
Elba asegura que fue complicado criar y educar a siete hijos varones, pero gratificante a la vez, porque vio crecer a cada uno de ellos con sus propias peculiaridades y aficiones.
“Los primeros cuatro nacieron muy seguido. Era como si hubiera tenido gemelos. Entre el mayor y el segundo la diferencia era un año y dos meses”.
Afortunadamente, asegura, en el aspecto económico no tuvieron mucha dificultad porque ella y su esposo trabajaban y el dinero les alcanzaba.
Cuando ella trabajaba, su madre y sus hermanas le ayudaban a cuidar a sus hijos mayores.
Al ser consultada sobre si tiene preferencia por alguno de sus hijos, asegura, sin dubitar, que quiere a todos por igual, sin distinción, pero respetando las diferencias de cada uno.
En la época en que sus hijos eran todavía niños, ella se encargaba por completo de su cuidado y educación. El padre de familia, Wilfredo, era quien proveía los recursos económicos.
Su mayor satisfacción es que todos sus hijos son personas de bien “gracias a Dios y a la Virgen María”.
Cuando se celebra algún aniversario de la familia, sus hijos llegan hasta el hogar paterno y juntos celebran el acontecimiento.
Recuerda que enseñó a todos sus hijos a dibujar sus primeras letras, con el libro Alborada.
La única tristeza que sentía era cuando uno de sus hijos se enfermaba, aunque eso no sucedía muy frecuentemente, pero cuando era algo delicado lo llevaba al hospital y se mejoraba rápidamente.
Con el paso de los años, sus hijos fueron formando sus propias familias. Los nietos llegaron y Elba vive actualmente en compañía de dos de sus hijos.
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