En este sentido, existen circunstancias favorables para aumentar la participación femenina en la actividad económica y adecuar la inserción laboral de jóvenes en el mercado de trabajo.
Para formular políticas adecuadas que promuevan, por un lado, mayor participación femenina e inserción adecuada de jóvenes al mercado de trabajo y, por otro lado, mejorar las condiciones del empleo de los mismos, es necesario comprender la situación específica que enfrentan en el mercado laboral. Ambos representan grupos clave para el bienestar de nuestra sociedad; las mujeres constituyen un pilar fundamental para la reproducción social tanto dentro como fuera de las familias, los jóvenes representan la sostenibilidad y futuro de los procesos de desarrollo. Sin embargo, su inserción en el mercado de trabajo no ha sido la más favorable. Enfocarnos en el bienestar de las mujeres y de los jóvenes en regiones metropolitanas es clave para el buen funcionamiento de nuestras sociedades y mejoras en la calidad de vida.
EMPODERAMIENTO Y DESARROLLO HUMANO
La irrupción de las mujeres en el mundo laboral, particularmente en actividades no asalariadas ha sido una característica de los mercados laborales urbanos y metropolitanos.
Los mayores niveles educativos, el aumento de la participación en el mercado de trabajo y, de manera gradual, los cambios en los paradigmas de los roles de género han significado una mejora en la autonomía de la mujer, que es la base para la construcción de una mayor igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en la sociedad boliviana. Sin embargo, estas buenas noticias no están exentas de problemas y dificultades, habida cuenta de la falta de paridad en la participación laboral, la segregación en los puestos de trabajo en los que se insertan mayoritariamente las mujeres y la persistencia de desigualdades en el acceso y control de los activos y recursos para satisfacer sus necesidades.
Estos recursos incluyen los factores productivos indispensables para generar ingresos y, en especial, para promover iniciativas empresariales para obtener beneficios acordes a su esfuerzo, incorporarse a procesos de movilidad ascendente y lograr, de esta manera, generar ingresos que posibiliten la autonomía en sus decisiones (Cepal 2010).
El empoderamiento de la mujer ha sido identificado por el PNUD como uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En esa línea las acciones de Mujeres en el Desarrollo (MED) se han orientado a la promoción de proyectos enfocados en la generación de ingresos, por parte de las mujeres como principal vía para su empoderamiento.
Sin embargo, reducir la importancia de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo al simple acceso al ingreso no captura el carácter determinante del trabajo, como proceso y expresión individual y social. El trabajo es una precondición, pero no necesariamente conlleva al empoderamiento de las mujeres.
El tipo de trabajo al que acceden las mujeres y no el hecho que sea remunerado es lo que influye sobre su agencia, las relaciones en el hogar y fuera de él. Los cambios más positivos se observan en la pequeña minoría de mujeres que están en el sector formal y semiempresarial del empleo; tienen mayor posibilidad de tener algún control, sobre sus ingresos y de invertirlos, ahorrarlos, acceder al seguro social, moverse en el dominio público libremente y tener conocimiento de las leyes laborales.
La participación e inserción de las mujeres en el mercado de trabajo metropolitano están condicionadas por factores estructurales y relaciones de poder que dictan las normas y el comportamiento de la sociedad y generan así inequidades en la forma como las mujeres enfrentan las actividades laborales. Esta situación tiene dos implicaciones centrales en materia de bienestar. En primer lugar, se traduce en una menor participación femenina en el mercado de trabajo, cuya consecuencia es la imposibilidad de realizar las capacidades humanas de las mujeres a través de la actividad laboral, lo que condiciona el logro de su empoderamiento. A esto se suma el hecho de que la inactividad laboral femenina significa, desde el punto de vista económico, una oportunidad desaprovechada para la generación de riqueza. En segundo lugar, debe destacarse que incluso las mujeres que logran ingresar al mercado laboral no tienen las mismas condiciones de empleo que sus pares masculinos. Claro ejemplo de esta desigualdad son los menores niveles de ingreso, las mayores tasas de desempleo y subempleo, así como las condiciones precarias de inserción laboral, generalmente no asalariadas y de mala calidad.
La principal consecuencia de esta situación es la generación de inequidades respecto a sus pares masculinos en cuanto a niveles de bienestar, condiciones de vida y desarrollo humano.
Esta realidad confirma la presencia de un “techo de género”, no solo en la participación de las mujeres en el mundo laboral, sino también en la forma como se ocupan, lo que lleva a la necesidad de buscar alternativas laborales primordialmente no asalariadas.
Sin embargo, el mundo no asalariado femenino es un universo heterogéneo y es importante distinguir a las potenciales ganadoras y emprendedoras que logran aprovechar esas oportunidades. Desde esta perspectiva, y dada la importancia del empleo femenino por cuenta propia, cabe preguntarse: ¿cuál es el perfil de las mujeres en las actividades emprendedoras?, ¿cuáles son las características distintivas de estas trabajadoras que hacen posible un relativo éxito en comparación con sus contrapartes asalariadas o con quienes solo emprenden por necesidad?
PARTICIPACIÓN LABORAL
La población femenina se concentra actualmente en las edades activas, lo que supone mayor número de mujeres disponibles para trabajar. Por otra parte, la reducción de las tasas de fecundidad que caracteriza a la transformación demográfica supone una menor presión de las “cargas de crianza”.
Esto beneficia especialmente a las mujeres debido a la desigual distribución de las labores de reproducción en el hogar. Las mujeres tienen mayor disponibilidad de tiempo y están, en cierta medida, “liberadas” de sus cargas y pueden utilizar ese tiempo en actividades alternativas, como participar en el mercado de trabajo. En la medida en que la creciente participación laboral femenina representa una contribución directa al crecimiento económico es posible denominar a este proceso como “bono de género” (Celade- Cepal, 2012).
El “bono de género” se define como el aumento de la productividad económica per cápita como resultado de los avances en la equidad de género en el mundo del trabajo. Para ello es necesario eliminar las barreras estructurales que las discriminan a la hora de participar activamente en mercado laboral.
El “bono de género” caduca una vez que se logra la paridad de género en los mercados laborales (Martínez Gómez et al. 2013). El proceso de transformación demográfica también tiene consecuencias en otros elementos centrales que determinan la participación laboral femenina.
En la etapa de transición demográfica en la que se encuentra Bolivia se observa la reducción del número de niños por familia. Muchos estudios han enfatizado el claro efecto positivo que tiene este hecho en la participación económica de las mujeres (Martínez Gómez, 2012; Tugores, 2007; Charry, 2003). La menor presencia de niños representa una reducción de la carga de los roles reproductivos y de cuidado, que están a cargo principalmente de las mujeres.
Los estudios en el ámbito regional confirman que las tareas domésticas y de cuidado, y el tiempo que éstas demandan, son uno de los motivos principales que determinan sus desventajas laborales.
En Bolivia se observa un ingreso incremental de las mujeres al mercado laboral. Sin embargo, aún persisten brechas significativas que no permiten reducir la desigualdad de condiciones de acceso al trabajo entre hombres y mujeres. En términos generales, la participación laboral femenina tiene una tendencia creciente, pero más lenta que la participación laboral masculina. Entre 1999 y 2012 la participación femenina en el mercado de trabajo urbano tuvo una tendencia apenas creciente: 0,6 puntos porcentuales. Se evidencia un “techo de género” expresado en la brecha de participación, lo que reafirma las barreras al acceso de las mujeres al mundo laboral remunerado en los últimos 12 años.
PARTICIPACIÓN FEMENINA
De acuerdo a diversas investigaciones, la participación femenina en el mercado laboral está determinada por varios factores: la edad, los años de educación, la estructura del hogar, la presencia de menores y el nivel de ingresos del hogar. Con relación a los años de educación, los datos señalan que, en general, las mujeres con mayor escolaridad presentan mayores tasas de participación laboral. El Gráfico 2.19 muestra un incremento de la participación de las mujeres urbanas a medida que adquieren más años de escolaridad. El grupo de mujeres con más de 12 años de educación tiene una tasa de participación del 66%, mientras que las mujeres con educación básica alcanzan una tasa del 42%. En comparación con las de los hombres urbanos, las tasas de participación de las mujeres son más bajas para cualquier nivel educativo, aunque las diferencias se acortan cuando los años de educación son mayores. Este comportamiento es una constante a lo largo de la última década.
En síntesis, los logros educativos son un elemento clave en la participación de las mujeres en el mundo laboral y deben ser considerados una prioridad para incentivar un mayor protagonismo femenino en el mundo económico y laboral.
TASA GLOBAL DE PARTICIPACIÓN
La jefatura del hogar es un factor importante para la participación femenina en el mercado de trabajo. Las mujeres jefas de hogar tienen tasas de participación más altas que las que no ejercen esa posición. Sin embargo, presentan tasas menores que los jefes de hogar hombres. En 2012, el 91% de los jefes de hogar hombres participaba en el mercado de trabajo mientras que en el caso de las mujeres jefas de hogar solo lo hacía el 72%.
Las mujeres que son jefas de hogar participan en el mercado laboral 28 puntos porcentuales más que las mujeres que no lo son. Las tasas de participación de quienes no son jefes de hogar, hombres y mujeres, son similares entre sí; pero más bajas de quienes son jefes de hogar. Esta situación apunta hacia la estrecha relación entre la participación en el mercado laboral y la posición jerárquica en el hogar.
La presencia de menores en el hogar también condiciona la participación de las mujeres. De manera consistente, la tasa de participación laboral de las mujeres que tienen niños menores a seis años en el hogar es 15 puntos porcentuales menos que la tasa de las mujeres en cuyos hogares no hay niños menores a 13 años. Esto confirma la prevalencia de los roles tradicionales de género. La ausencia de menores en el hogar proporciona más tiempo a las mujeres para participar en el mercado de trabajo al “liberarlas” de sus obligaciones de madres y cuidadoras. En contraste, la participación masculina es más alta en los hogares con presencia de niños menores a seis años que en los hogares con niños entre seis y 12 años.
Estos datos evidencian la reafirmación del rol masculino de proveedor de la familia. En 2012, en los hogares con niños menores a seis años, los hombres participaron en el mercado de trabajo 24 puntos porcentuales más que las mujeres. La etapa inicial de los niños requiere mayor cuidado y tiempo. Una vez que los niños alcanzan los seis años, las mujeres cuentan con mayor disponibilidad de tiempo y por ello participan más en el mercado laboral. En contraste, la participación del varón disminuye.
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