María Osio Leytón, “Maricucha”, fue un personaje como pocos, en su vida pública fue la primera alcaldesa de Bolivia en una época cuando aún la mujer no había adquirido derechos civiles ni políticos, además con dinero de su propio bolsillo costeó la primera red de agua potable en Villa Abecia (antes Camataqui), el primer hospital del lugar y un mercado público.
Nació el 10 de octubre de 1904 en Sucre, sus padres fueron el abogado David Osio Baldiviezo y doña Genoveva Leytón. Además de “Maricucha”, la pareja tenía otros nueve hijos. Su padre murió en 1913 en su hacienda la Cueva ubicada en la antigua Camataqui y en 1924 “Maricucha” decidió establecerse en este lugar.
¿Por qué se fue a un lugar rural hostil y sin las comodidades con las que contaba en Sucre, ciudad donde se educó? Las malas lenguas afirmaban en esa época que fue a raíz de un amor contrariado que su familia no permitió, porque el susodicho era de extracción humilde y por los prejuicios sociales fue prohibido, y como un acto de rebeldía se recluyó para siempre en ese lugar alejado.
Sin embargo, “Maricucha” tenía su propia versión: refería que por el fallecimiento de su padre y su hermano mayor Vicent, no había quien trabaje las propiedades y que ella las tomó a su cargo. Con el tiempo se fue encariñando con el lugar, “se acostumbró a la miel de sus licores y tuvo miedo de envejecer lejos del sol de esas viñas”.
Lidió mucho para ganarse el respeto de los peones a su cargo, los viejos viñateros recuerdan a la joven patrona montada a caballo con pantalón y botas impartiendo órdenes con energía, otros recuerdan que portaba pistolas y cuando la situación lo ameritaba, hacía disparos al aire
Su biógrafo, el sobrino nieto Juan Carlos Castellanos, cuenta que desde muy joven abrazó los ideales del nacionalismo revolucionario, fue una ferviente admiradora de Víctor Paz Estenssoro y tuvo contactos con el movimiento feminista iniciado por Eva Perón. No precisó que la Reforma Agraria afectara sus propiedades para desprenderse de ellas, y entregó voluntariamente parcelas a sus peones.
De risa abierta, franca y contagiosa, estatura pequeña, su redondeada figura vestía siempre igual, un blusón que le cubría el torso y una falda recta y ancha hasta los tobillos con dos grandes bolsillos en los que guardaba desde la funda de sus lentes, monedas, billetes, hasta las llaves de la propiedad.
Además, era una buena sibarita, devoraba con unción todos los placeres dela comida nacional y sus propias invenciones gastronómicas, se mostraba contenta cuando sus frecuentes invitados daban fin con los platos que servía. Amadrinó frecuentemente matrimonios, bautizos y festividades religiosas, liberalidad que fue decayendo a medida que menguaban sus recursos económicos.
Amante del juego el póker y el chaquete, conversadora incansable, improvisaba anécdotas que las contaba con gracia y fina ironía. Frontal en el dialogo, prefería molestar con la verdad que complacer con la mentira y lo hacía las más de las veces con vehemencia y sazonada con ajos y cebollas.
“Pude convivir con mi tía abuela y fui testigo de múltiples anécdotas, dichos que eran particulares de este personaje y eso me motivó a escribir un anecdotario que combina la personalidad de Maricucha, sus dichos y hechos mezclados con algunas tradiciones del valle de Cinti”, recordó Castellanos.
Inauguración de la red de agua en Villa Abecia
Cuando se tuvo que inaugurar la red e agua potable de Villa Abecia, el prefecto de esa época Eduardo Gómez Reyes reclamó por qué no se había realizado el acto en el lugar que él indicó. “Maricucha” enérgica respondió: “Por tres razones: la primera porque soy mujer y no puedo subir hasta la loma. Segundo, porque ahí arriba, en la caja de agua no existe el suficiente espacio y, tercero, porque esta obra fue construida con mi plata, carajo!”
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