"La mujer boliviana es fuerte, es de aquellas que no teme a las adversidades y que realiza cualquier actividad por su familia”, afirmó el sociólogo Joaquín Saravia a Página Siete.
Explicó que también es abnegada, porque pese a que debe cumplir con su trabajo, es madre y cumple ese rol sin quejas.
Con él coincidió, por separado, el sociólogo Miguel Morales. "La mujer en Bolivia no es la misma de hace 20 años -consideró-. Ahora ella está en un proceso de transformación porque ingresa a espacios laborales que antes le eran vedados, a estudios académicos y a la dimensión política”.
Morales dijo que la mujer también es emprendedora, porque trabaja por cuenta propia. "Es actora económica”.
Hoy se celebra el Día de la Mujer Boliviana en homenaje al nacimiento de la escritora y luchadora por la reivindicación femenina Adela Zamudio.
Debido a la transformación del papel de la mujer, que provocó que la madre forme parte del mercado laboral, la niña se convirtió en el pilar fundamental de la familia. "Ahora ella se encarga de cuidar a sus hermanos menores, a preparar la comida y a buscar el orden en la casa. Eso provoca que las niñas tengan un carácter fuerte y maduren más rápido”, añadió el especialista.
Como un homenaje a las mujeres, Página Siete refleja la historia de tres bolivianas que, desde distintos rubros, destacan en sus fuentes de trabajo.
Gabriela, ingeniera que construye igualdad
Su cuerpo delgado y menudo no impide que Gabriela Azurduy, una ingeniera ambiental especialista en seguridad, lleve la voz de mando en la obra del Puente Gemelo, que se construye en inmediaciones de la avenida del Poeta.
"Para supervisar las obras, todos deben usar indumentaria adecuada, por más alcalde que sea. Es necesario que se respeten las normas”, afirma con voz gruesa Gabriela, de 25 años, ropa holgada, un casco que cubre una trenza y botas llenas de barro.
"No siempre soy así -se mira- también me gusta usar tacos. Soy coqueta”, admite y advierte que separa muy bien su trabajo de su vida social. "Eso lo aprendí bien desde niña”.
Recordó que cuando comenzó en ese trabajo, los obreros no la respetaban. Asumió que fue por su aspecto: "Mido 1,50 y peso 40 kilos”, cuenta. Sin embargo, a medida que pasaron los días, todos mejoraron su trato. "Es mi carácter fuerte”, comenta ahora, tras asegurar que ella no es mala. "Sólo me gusta que todos sean tratados por igual”.
Por eso, cuando entra alguna mujer a la obra, ella reúne a los 35 obreros -entre ellos tres mujeres- para decirles que esa persona es un trabajador más y como tal merece respeto. "A la obrera le digo que me informe sobre cualquier falta de respeto”, destaca la profesional.
Litzi: Soy médica, pero ante todo ser humano
Detrás de esa bata blanca de ginecóloga está la mujer que dio a luz a tres hijas y ayudó a cientos a traer a sus hijos al mundo. "Soy médica, pero también mujer y madre”, dice orgullosa Litzi Arce, quien desde hace seis años trabaja en la especialidad.
"La sensación de ver nacer a los bebés es muy gratificante, pero también es doloroso cuando una madre pierde a su niño -cuenta la ginecóloga-. No sé cómo consolarla. Me trago la saliva porque sé que no puedo llorar”. Asegura que aunque en la universidad le enseñan cómo sobrellevar esa situación, "a veces es imposible dejar de ser humana y sentirse conmovida”.
Litzi decidió especializarse en ginecología, después de tener a su primera hija. "Desde entonces quise ser ginecóloga, me gusta ayudar a las mujeres a que sean valientes e impulsarles a tener un parto natural, que es lo mejor”,
Su reto diario es equilibrar su tiempo entre su trabajo y su familia. "Me levanto a las cinco de la mañana para dejar todo listo en casa y luego salgo a trabajar sin dejar de pensar en la casa y en la casa es inevitable pensar en las pacientes”, comenta.
Para ella no hay feriados, fiestas de fin de semana. "Estoy al pendiente de mi celular todo el tiempo, pero después de todo es emocionante la labor que hago”, relata con una sonrisa.
Marcela, la "lustra” que trabaja junto a su bebé
"Mamá, mamá, mira mamá”, llama la atención Jahir Quiroga, un niño de dos años. Sentado a lado de su madre, Marcela Zenteno, sigue atentamente cada paso en la tarea materna de lustrar calzados. Ella gira la cabeza mientras sus manos apuran la limpieza del zapato de su cliente y responde: "Sí, papito, ahora te atiendo, ¿ya?”.
El pequeño sabe que su mamá está trabajando, por eso acepta sentarse calladito y esperar.
"Será que desde que nació me acompañó a este lugar, que para él es habitual, mi trabajo. No molesta”, cuenta Marcela. Relata que hace 20 años trabaja cerca del Palacio Consistorial.
Prácticamente crió en ese espacio a sus tres hijos. "No es fácil. Vengo todos los días junto a mi esposo (Iván Quiroga). Nos levantamos a las seis de la mañana, tomamos desayuno y él (su esposo) sale primero de la casa. Yo alisto a mi hijito y luego bajamos juntos y listos para sacar lustre”, añade con una sonrisa.
Recuerda que cuando el niño era más pequeño y no sabía caminar, lo cargaba, lustraba con él a las espaldas. "A veces, cuando mi hijo lloraba o se mojaba, debía dejar de lustrar, la gente es impaciente”. A medida que el pequeño crecía, lo distrajo el andador. "Vale la pena -evalúa Marcela-. Gracias al trabajo que tengo puedo alquilar mi vivienda y llevar un plato de comida al hogar”.
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