¿Cómo no recordar con agrado y ternura la imagen de Grace de Mónaco haciendo frente a la adolescencia complicada de hijas rebeldes como Carolina y Estefanía? Quienes vivieron aquellos días o han revisado la historia recordarán la estoica aristócrata que mantenía la compostura y se convertía en el componente de cordura necesario para toda una familia. Tampoco es fácil evadir la emoción que produce la imagen de Jacqueline Kennedy con sus pequeños y una ejemplar entereza como primera dama que recién enviudaba. Está por otra parte Jane Birkin, el referente de estilo de la década de los años sesenta y una intérprete musical de rara cualidad, que resultó una guía para sus tres hijas y, además, ha tenido que pasar por el dolor de despedir a una de ellas… Son ejemplos válidos.
Sin embargo, hay íconos que no por anónimos son menos admirables. Esas madres que no tienen espacio en los editoriales ni reclamos en medios de comunicación están detrás de las vidas complicadas de la era moderna. Las vemos como sostén de sus hijos víctimas de discriminación por diversas causas siempre injustas... Es que toda discriminación es inadmisible y ellas lo saben. También nos referimos aquí a quienes prestan su entereza de espíritu y todos sus recursos para que la familia que han creado salga adelante. Y, por supuesto, hay espacio para las madres solteras que solo cuentan con su valentía al edificar su aporte a una dimensión de futuro.
Ojalá pudiéramos contar con una imagen tangible de cada una de ellas... Aunque, pensándolo bien, no lo necesitamos. Solo miren alrededor tan pronto terminen de leer esta nota. Las verdaderas madres icónicas pueden estar en este instante a su lado, a la distancia de una rápida llamada telefónica, en la habitación de al lado terminando de hornear ese pastel que aprendimos a amar desde pequeños o, mucho más simple, devolviéndoles a muchas de ustedes una mirada desde el espejo. Cada una encarna lo que realmente vale la pena, un gesto inconmensurable de amor.
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