Una bala perdida, un paracaídas mal plegado, una turba descontrolada o incluso un secuestro son factores de riesgo que pueden costarles la vida a estas mujeres.
MILITARES Daniela Cortez (25), nació en la tierra de las “mises” -Beni-. Al igual que Daniela las chicas de su edad son guapas, delicadas y de un cuerpo escultural, la diferencia es que ella resalta toda esa belleza con un uniforme militar, es subteniente de comunicaciones del Ejército, y fue parte del primer grupo del curso de Cóndor donde incursionaron las mujeres, pero también es paracaidista.
Es la única mujer militar en Riberalta y la carrera que eligió también le exigió muchas cosas lejos de un dulce hogar o una pasarela, Daniela tuvo que pasar varios días en el monte, expuesta al ataque de felinos, la picadura de serpientes y otros animales salvajes, entre otros riesgos.
Patricia Tapia, tiene 25 años y fue la graduada de honor en el curso de paracaidismo superando a 220 de sus camaradas -hombres y mujeres-.
Durante la entrevista, ella trata de cubrir un herida en la ceja. Consultada sobre la causa contó que un soldado, al que controlaba, realizó una mala maniobra, percutó el arma y la vaina -del proyectil- saltó a su ojo. Este fue un pequeño incidente, pero como éste existen muchos otros que podrían pasar a mayores con el manejo de armas o el salto desde aviones que vuelan a más de 10 mil pies de altura.
“El mayor miedo que uno siente en el aire es el temor a que el paracaídas no se abra o que el equipo se enganche en la línea de salida... No cualquiera salta de un avión al vacío, se necesita tener agallas”, cuenta.
Su sagacidad la destacó como una de las más agerridas del grupo. Quienes han realizado el curso de paracaidismo conocen al muñeco denominado Charli, un personaje creado para enviar a quienes en algún momento perdieron el valor y se resistían a saltar, entonces el instructor los envía a “pedirle bolas a Charli”, pero en el grupo de Tapia la frase cambió a “vaya a pedirle bolas a Tapia” por ser esta alumna una de las más aguerridas.
POLICÍAS Malori Aguilar (23) es de apariencia frágil y de voz suave, pero las circunstancias la transforman cuando debe hacer frente a una turba. “No puedo estar con un carácter frívolo todo el tiempo, la actitud debe adecuarse a la situación”. Malori, como policía de la Unidad Táctica de Operaciones Policiales (UTOP), está al frente de enfrentamientos y disturbios. Ella se confunde con cualquier otro de sus camaradas al reducir a hombres y mujeres que deben ser aprehendidos.
También en las filas policiales está Gladys Camiño (23) que es parte del Grupo Especial de Acción y Reacción Inmediata G.E.R.I. Escorpión “Ajaranco”, más conocidos como los guantes delta. Con la mirada y el porte firme, Gladys es una muestra clara de disciplina y entrega a la tricolor. Ella está apta para participar de operativos antisecuestro y extorsión.
María Luisa Quilla (21) está en su primer año en la UTOP destaca que la presencia femenina en la Policía es fundamental en la intervención de grupos femeninos, quienes también le reprochan la represión contra personas de su mismo sexo.
Apuntes.
8 de marzo
Sobre el 8 de marzo existen diversas versiones. La más conocida es la de un incendio ocurrido en una fábrica textil de Nueva York en 1857, donde habían muerto quemadas las obreras que hacían una huelga.
Investigación
Las investigaciones de historiadoras feministas(*) señalan que lo que pasó en 1857 fue, en verdad, la realización de una marcha convocada en el mes de marzo por el sindicato de costureras de la compañía textil de Lower East Side, de Nueva York, que reclamaban una jornada laboral de solo 10 horas.
Diez años después, en 1867, también en el mes de marzo, tuvo lugar una huelga de planchadoras de cuellos de la ciudad de Troy, en Nueva York, quienes formaron un sindicato y pidieron un aumento de salarios. Después de tres meses de paro, las huelguistas se vieron obligadas a regresar al trabajo sin haber logrado su demanda.
Por Ana María Portugal
Organización de los Estados Americanos
El uniforme quita la vanidad, pero no la feminidad
María Cristina Fernández es teniente de infantería, y a lo largo de sus 7 años en el Ejército es también ranger, cóndor, explosivista y paracaidista. Todos estos cursos han requerido un rigoroso entrenamiento físico que no permite a las damas oficiales del Ejército atender coqueteos que otras mujeres cuidan siempre.
Ella, como alumna de la primera promoción de mujeres del Ejército se sometió a ciertas exigencias. “Nos cortaron el pelo las uñas largas”.
Como ella, muchas camaradas se encuentran en situaciones incómodas cuando asisten a eventos sociales y no tienen las manos delicadas o el rostro está maltratado por el sol. “Es incómodo, pero nada de eso nos quita la feminidad, como militares hemos aprendido a perder la vanidad”, dice.
Existen ocasiones en que la gente las convierte en verdaderas reinas. En las asistencias o desfiles cívico militares son el centro de atracción de miradas y cámaras fotográficas.
“Aprendí a convertir el miedo en adrenalina pura”
Las mujeres del Ejército en Bolivia han cumplido con todas las exigencias de su institución, pero también más de lo que ellas mismas se proponen. La teniente de comunicaciones Nelly Patricia Miranda, es policía militar, soldado pacificador, saltolibrista, y paracaidista, pasó cursos realizados tanto en Bolivia como en Venezuela.
P: ¿Cuál ha sido la experiencia donde más miedo ha sentido?
R: En el avión, en mi primer salto de paracaidista, en realidad le tengo miedo a las alturas.
P: Y pese a eso hizo cursos de paracaidismo y saltolibrismo en Bolivia y Venezuela.
R: Aún tengo miedo, pero la voluntad nos hace superar. Al momento de estar en la puerta del avión he aprendido a convertir el miedo en adrenalina pura, ahora he descubierto que esa adrenalina es buena.
P: ¿Qué es lo más difícil para usted?
R: Ser madre. Para una dama oficial es dificil formar una familia, como militar la mujer debe estar en la unidad de siete y media de la mañana a seis y media de la tarde dejando a los hijos al cuidado de la abuela o la tía, o permanentemente debemos estar buscando niñera y nuestros hijos se crían con gente extraña.
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