domingo, 13 de noviembre de 2016

Leónida Zurita, la mujer “dura” del MAS y del proceso de cambio

“Dicen que soy mala, que soy dura... pero la gente habla porque no me conoce”, dice Leónida Zurita, una de las mujeres más importantes del Movimiento Al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP). La dirigente llora al recordar los resultados de más de 30 años de lucha, marchas, persecución, muertes y sacrificios en su familia.

Hoy muchos la conocen en su función como asambleísta departamental de Cochabamba, secretaria de Relaciones Internacionales del MAS-IPSP o exsenadora. Pero, ¿Cómo fueron los inicios de Leónida Zurita Vargas en los movimientos sociales y la política?

INICIOS

Ella nació el 22 de abril de 1969 en la comunidad de Chipiriri, Villa Tunari. A los dos años de edad, quedó huérfana de padre. Su madre y sus hermanos (cuatro hombres mayores y una mujer) se esforzaron para que ella pudiera estudiar y salir profesional, tal como quería su padre Celestino; pero, a los 17 años, cuando el desarrollo alternativo se impuso en el Trópico y requería mayor trabajo en el chaco, dejó sus estudios para asumir las responsabilidades de su madre dentro del sindicato. “Mi mamá tuvo que dedicarse a sembrar palmito en lugar de coca”.

Como viuda, la madre de Leónida ocupaba el cargo de Vinculación Femenina, que en aquel entonces se ocupaba de barrer la sede y cocinar. Leónida era la única mujer en las reuniones y poco a poco se fue involucrando en los asuntos del sindicato. A los 22 años (1991), tuvo a su hijo Alexander sin que ello la alejara de sus actividades, al contrario, tres años después fue nombrada secretaria de Actas del sindicato Mariscal Sucre B. “Me ponía nerviosa, traspirando me ponía al frente”, dice al señalar que era su hermano quien la ayudaba con esta tarea.

EVO

En 1993, su compañero Felipe Cáceres, quien hoy es viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, llegó acompañado de Evo Morales. “Lo conocía de lejos, pero desde esas veces él ya insistía en que hombres y mujeres deben ir a las reuniones. Evo decía: ‘las mujeres tienen que organizarse’; insistía tanto que un compañero le dijo: ‘pareces cura de las mujeres”, recuerda esbozando una sonrisa.

En 1995, se realizó el I Congreso de la Federación de Mujeres en el Trópico, luego en Santa Cruz y gradualmente en todos los departamentos.

VIOLENCIA

Posteriormente partió la primera marcha cocalera a La Paz; Leónida solo tenía previsto acompañarla hasta Suticollo, pero la intervención policial durante la concentración en el colegio Calama de Quillacollo anuló la participación de su compañero y tuvo que partir rumbo a La Paz. Fueron 30 días de marcha, con dos intervenciones, una en Parotani y otra en Caihuasi. “Ese día en Caihuasi cayó la granizada y llegaron los policías, nos largaron perros y la gente corría por todo lado. Algunos pasamos la noche en un túnel”.

Pero aquella intervención no frenaría la movilización. “Ya no podíamos seguir así, los atropellos eran todos los días. Los ‘umopares’ (uniformados de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural-Umopar) se entraban a nuestras casas, hacían escapar a los hombres al monte y hacían lo que querían. Si tenías hijitos, te sentabas abrazada a ellos, si no era triste” dice Leónida a tiempo de denunciar que fue víctima de estos vejámenes cuando aún era muy joven.

Entre los episodios de indignación recuerda a su pequeño hijo, de tan solo cinco años gritando “¡Ya no vayas! ¡te van a matar igualito que al Marcos!’. Es que él vio cómo mataron a tiros a un vecinos (Marcos Herbas)”, cuenta.

Los días en el Trópico eran marcados por la militarización; su hijo vivía asustado, ella cuenta que cuando pasaban por los retenes de control el menor pasaba llorando y tapándose la cabeza con una frazada. “Ese tiempo fue cuando mataron a cinco de nuestros compañeros, en la masacre de Eterazama”.

Toda esta indignación fue la que fortaleció a los movilizados a no ceder nunca. “Llegamos a La Paz y recuerdo que un ministro nos ofreció buses pero una de las mujeres le gritó: ‘¡Ya botamos la pollera, no importa, con centro (enagua) vamos a llegar!”. La dirigente recuerda con cariño haber pasado toda esta travesía junto a sus “hermanas de lucha” Silvia Lazarte y Eulogia Matías, entre muchas otras.

“Eulogia estaba embarazada, pero no fue razón para interrumpir su participación, ni la de ninguna mujer, y por seguir en esa lucha es que perdí tres hijos” dice Leónida, con la ira todavía reflejada en la mirada. Es que luego del nacimiento de su hijo mayor vinieron tres embarazos más, pero ninguno pudo llegar a su término. Los dos primeros fueron interrumpidos a los siete meses de gestación y el tercero al mes y medio, siempre por hemorragias a raíz de los conflictos y procesos penales que le siguieron, acusada de diferentes delitos.

La cocalera recuerda con fechas cada uno de los golpes y ultrajes recibidos, pero siempre se muestra firme, no flaquea ni llora por lo sucedido.

La única vez que derramó lágrimas fue de felicidad. “Ganamos las elecciones y Evo era presidente”, dice moviendo la cabeza de satisfacción, mientras su mirada parece perderse en los recuerdos.

En su memoria también quedan los recuerdos de aquellas movilizaciones determinantes para el país, como la Guerra del Agua, la Guerra del Gas y la primera Marcha por Tierra y Territorio, donde falleció su compañera Sabina Sirpa.

Participó en todas las marchas, huelgas de hambre, fue dirigente de su sindicato, una de las promotoras de la organización sindical de mujeres a nivel regional y nacional, y fue ratificada varias veces. “Ahora entiendo por qué me volvían a elegir. Esas veces era difícil, nadie quería levantar los muertos y heridos de las marchas... Ahora hasta se pelean por el cargo”, dice indignada. Fue también concejal de su municipio, presidenta de la Asamblea Legislativa de Cochabamba y representante de las mujeres ante organismos y movimientos internacionales.

Muchas veces su vida personal y familiar tuvo que ser postergada, pero siempre contó con el apoyo de su madre Damiana Vargas, quien se hizo cargo de la crianza de su hijo.

“De lo único que me arrepiento es de no haber escuchado a mi mamá. Dejé a mi hijo, pero luché por la familia grande”. Ahora él tiene 25 años y es ingeniero automotríz, gracias a una beca que ganó en China.

De la etapa formativa de su retoño guarda también anécdotas junto a su madre. “Mi madre estudiaba en el programa para adultos Yo sí puedo y un día pidió ayuda a mi hijo y él le dijo: ‘No. No es para mí es para vos. Tú tienes que hacer solita’. Entonces ella protestaba ‘Evo juchanrayku kaypi rimachikusani’ (por culpa de Evo me estoy haciendo reñir)”.

Después de todo lo vivido, ella agradece a su madre, a su sindicato, su central y a su compañero Evo. Se muestra firme en la tarea de difundir la experiencia y capacitar a los jóvenes para que sigan este legado. “Yo pensaba que nuestra lucha era por los cocaleros, luego vi que era para toda Bolivia y ahora para el mundo”, dice satisfecha.


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