domingo, 24 de agosto de 2014

Las amistades de Sophia Calvo, la joven bioquímica que fue asesinada el viernes 15, a modo de tributo recuerdan su paso fugaz por esta vida

La noche en que Ronald Iván Fernández le quitó la vida a Sophia Calvo, ella tenía planes de ir al cine, de divertirse con algunas compañeras de colegio, de reír hasta donde se pueda. Eso le dijo la tarde del viernes 15 de agosto a una amiga cercana, a quien también le reveló que estaba contenta porque si todo iba bien, quedaría libre temprano, puesto que el trabajo en el laboratorio clínico IBC estaba liviano y no había tenido muchos pacientes.

Pasaron las horas y se hizo la noche. Para que no se vaya sola, el guardia del laboratorio, un viejo colaborador de la familia, llevó en su vehículo a Sophia hasta el portón del estacionamiento de la avenida Cañoto y primer anillo, donde ella acostumbraba guardar su automóvil color blanco.

Al día siguiente: el sábado, la capital cruceña fue golpeada por una noticia tétrica y los medios de comunicación informaron de que el guardia de un estacionamiento vehicular de la avenida Cañoto mató a una joven y deambuló con el cuerpo metido en el maletero de su vehículo.

A una semana de esa noticia negra, Santa Cruz no sale del hueco de su asombro y algunas amistades cercanas de Sophia, con el luto en el alma, abren el baúl de sus recuerdos y a modo de tributo, cuentan pasajes de su vida con ella. Hablan de la jovencita tierna, de 26 años de edad, con la que estudiaron en el colegio Alemán, de donde salió bachiller en 2006, y la que después se graduó con honores, con un puntaje de 98 sobre 100, en la tesis que le dio el título de licenciada en Bioquímica y Farmacia en una universidad privada de Santa Cruz.

“Yo la conocía desde cuando ella estaba en el vientre de su mamá, Martha Aponte”, dice otra amiga que la vio nacer, crecer y convertirse en la mujercita alta y dulce que nunca se cansaba de soñar, y que admiraba rotundamente a su papá, Rómulo, bioquímico él, director ejecutivo y uno de los accionistas del laboratorio clínico donde estaba haciendo sus armas profesionales.

Entre sus datos familiares está escrito que era bisnieta de Melchor Pinto Parada y la menor de cinco hermanos: Rómulo (exalcalde de Santa Cruz de la Sierra), Lorena Calvo Bravo, Tatiana y Mónica Grisi Aponte.

“Ella, en broma, decía que ya estaba vieja. ¿Cómo vas a estar vieja vos?, le respondía yo y alguna vez recuerdo que me dijo que no quería tener hijos aún, que deseaba seguir creciendo en su profesión”, dice su amiga, que pidió no ser nombrada por respeto a la familia.

Sophía soñaba con ejercer su profesión y tener logros importantes, por eso se fue un tiempo a Santiago de Chile para especializarse en Citogenética Clínica el año 2013. Aunque sus allegados afirman que aún no pensaba en tener hijos, no escondía el amor por los niños. En su cuenta de Facebook publicó una foto de ella con su sobrina en brazos y escribió: “Gordita linda”.

Vianka, una compañera de carrera de la universidad, no solo resalta la belleza física de su amiga, sino también su sencillez, que se reflejaba en la amabilidad con la que hablaba con todos y con la que organizaba sus días a través de esa agenda de papel, sin la cual ella no vivía, porque anotaba todo lo que haría en la jornada o durante la semana.

En 2012, después de titularse como bioquímica, la veintena de compañeras (y algunos compañeros) viajó a pasear a la ciudad de La Paz, al lago Titicaca y otros rincones majestuosos del occidente.

Ahora que la recuerda, Vianka no olvida la musicalidad de la voz de una Sophia que cada día se esforzaba para que su papá esté orgulloso de ella. “No quería defraudarlo. Siendo que tenía influencias por todos lados, quería labrarse su nombre por ella misma, y nunca ocupó las influencias”.

Sophia también dejó plasmada la devoción que sentía por su progenitor: “Toda la felicidad del mundo para el mejor, único y más original de todos. Le pido a la vida poder tenerte siempre y que seas eterno para mí. Feliz cumpleaños papi”.

Era modelo y azafata, sí, pero esas labores ‘extraprofesión’ le generaban un estrés, cuenta su compañera de universidad, Vianka, que resalta la pasión por leer que tenía ella. También habló de la preferencia por quedarse en la casa materna, donde vivía cuando le tocaba descansar, especialmente el domingo, donde disfrutaba pasar unas horas más en la cama y cuidar a su perro, Milo, un pinscher café, de nariz puntuda. También de estar en su habitación, esa especie de templo donde encontraba la tranquilidad y cargaba energías para enfrentar la semana.

Almorzaba en casa, con sus padres, porque no cambiaba así nomás la comida que preparaba su nana, esa mujer que le conocía sus gustos porque ella la arrulló cuando era una bebé.

“Amaba comer sano. Entró a un curso de cocina para preparar sushi y diferentes tipos de sándwiches”, cuenta Vianka, que también recuerda que en época de la universidad, después de cada examen, si sacaba buena nota, que era frecuente, reunía a sus amigas y se iba con ellas a tomar helados para festejar.

Carlos Hugo Vaca, fotógrafo de bodas, conoció a Sophia en 2003, cuando salió a la palestra como azafata de eventos corporativos.

“Coincidíamos porque ambos trabajábamos para una empresa de eventos. Charlábamos en el ínterin de las comidas de la vida, de los sueños, de la movida de la moda y de su futuro”, cuenta Carlos Hugo, que recuerda que le hizo fotos no solo en los eventos donde se encontraban, sino también en una sesión especial de novias para una revista. Ella fue la modelo.

“Cuando alguien se muere, la gente por lo general habla bien de esa persona. Pero en este caso, no es exagerar, porque se notaba que esta chica era bien dulce, suave y sin maldad”, añade el fotógrafo.

La única justificación, dice Carlos Hugo, para que los nobles de espíritu se vayan de este mundo, es que Dios está interesado en llevarse primero a sus hijos más queridos. “Se están yendo los buenos”, dice Carlos Hugo, sin ninguna intención de echarle flores gratis a Sophia, porque sin ella no solo se ha perdido a una amiga, sino también a una profesional que se había propuesto poner en práctica todos los conocimientos sobre salud que aprendió en Santiago de Chile.

Otra amiga manifestó que el sábado aparecieron las primera señales de preocupación. Las amigas con las que Sophia tenía que haberse reunido la noche del viernes, aparecieron por el laboratorio clínico para preguntar por ella porque nunca había llegado a la cita que habían planeado para la noche del viernes.

A través de Facebook, los más cercanos a Sophia escribieron mensajes, con la esperanza de llegar a ella. Roberto Landívar, el joven con el que ella enamoraba, intentó desahogar su corazón con palabras cortas como: “Te amo mi Sophi, te llevaste mi alma con vos... ¿y ahora qué mi Sophi?... yo no tengo un apego físico o emocional con Sophi, le tengo un amor incondicional, que trasciende el tiempo y el espacio”.

Una persona escribió en el muro de Roberto: “Bolivia lo siente mucho...que lástima realmente pero Dios la tiene en su gloria”

El asesino está ‘guardado’ en el pc-7 de máxima seguridad. los presos de palmasola lo miran mal porque ya se habla de endurecer las penas

En la cárcel de Palmasola hay un ambiente pesado y de preocupación, porque tras el asesinato de Sophia Calvo por manos de Ronald Iván Fernández Ch., la sociedad y los analistas empezaron a exigir a las autoridades que endurezcan las penas, como la de sumar la cantidad de delitos cometidos, por lo que las condenas podrían llegar a los 90 años o más, e incluso hay quienes llegaron a proponer la pena de muerte.

Maiber Romero, regente del centro penitenciario Palmasola, confirma que todos están molestos ahí, puesto que el 80% de los detenidos, cerca de 4.000, de un total de 5.200, no tiene sentencia ejecutoriada, y por ello podrían ser afectados por nuevas normas que se apliquen.

Romero confirmó que el asesino Ronald Iván está pagando su condena de 30 años de prisión en el PC-7, un relativamente nuevo pabellón que es considerado el de máxima seguridad en Palmasola. “Ahí tiene su celda y en ese lugar existe un locutorio para hablar con las visitas, y a ambos les divide un vidrio, parecido al de un cajero de banco”, explica el regente, que también lanza el dato de que en el PC-7 existen 70 reos que son considerados peligrosos.

“Una resolución administrativa de la Dirección de Régimen Penitenciario clasifica como de máxima seguridad al PC-7; de mediana seguridad, al PC-3, conocido como Chonchocorito, donde existe los bloques A y B, y habilita al régimen abierto, que es donde vive la mayoría en un ambiente que se parece al de un barrio.

Ronald Iván Fernández nació en Oruro, el 24 de marzo de 1991. Su documento de identidad es 10902924 LP, donde está registrado como soltero. En su declaración ante las autoridades, dice que su domicilio es en la calle 11 de la Villa Primero de Mayo.

Pero en esa calle hay dos versiones. Una, de algunos vecinos que indican que el hombre sí vivió ahí, que si uno avanza una cuadra más y se apega a la vereda izquierda, ahí puede toparse con el lugar donde moraba.

Pero en el lugar, un hombre asegura que es el dueño de casa y que el sujeto no vivió ahí, que debe ser más allá, quizá en una de las cuatro casas donde también alquilan cuartos. Pero en esos lugares también cerraron filas. “Nunca lo hemos visto”, coincidieron.

Ronald Iván era trabajador del parqueo donde perpetró su crimen. Durante el día ayudaba a acomodar los vehículos en sus respectivos espacios, y por la noche vigilaba el lugar, para alertar ante posibles delincuentes. Era el ojo humano que debía garantizar la seguridad. Su horario laboral era de 14:30 a 22:30, luego se quedaba a cargo de la vigilancia, por lo que dormía en un ambiente del sexto piso.



Se trata de un hombre de baja estatura y de contextura delgada, como la de un pájaro desplumado. Durante la audiencia en la que se lo sentenció a 30 años de cárcel, comentaban que es de pocas palabras y que entró a trabajar en el parqueo Cañoto SRL el 26 de febrero de este año.


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