miércoles, 22 de enero de 2014

Edith Paz Zamora el alma de la Tarija profunda

Treinta grados centígrados, las 12:30 y un diáfano y radiante cielo azul en el aeropuerto Oriel Lea Plaza auguraba una media jornada con muchas sorpresas. Era un bello día para visitar Tarija, después de una previa jornada lluviosa, según comentó con su acento cantadito un gigante sobrecargo. Era solo el inicio de nuestro fugaz paseo por la tierra de la sonrisa.

“Tienen que venir a almorzar con nosotros, hay un cumpleaños en La Floresta, es del nieto de mi hermana Rosarito, ahí charlamos de lo que quieran”, dice amablemente Edith Paz Zamora, como si nos conociéramos desde hace muchos años. En treinta minutos nos encontramos en la plaza Luis de Fuentes para ir al festejo.

Ella llegó con su túnica celeste como el cielo tarijeño y una sonrisa que contagiaba e invitaba a seguirla, antes de que podamos estrechar su mano y recibir su cálido abrazo, saludó a todo aquel que se cruzó en su camino. Es tan carismática, que pareciera que está haciendo campaña, como en otrora en su vida. Pero no, ella es así, amable, simpática y cordial. Ha sabido canalizar ese sentimiento que lleva arraigado en su alma y su temperamento de política para continuar sirviendo a sus paisanos y amigos, por eso es que hace ocho años decidió volver a su terruño.

Edith, Edisa o la Negra es una mujer muy conocida en su ciudad natal. Recorrió casi todo el país, cuando apoyaba a su hermano Jaime, expresidente de la República (1989-1993), aunque fueron más de diez años lo que trabajaron en cada proyecto y compartieron los mismos sueños. Y con pesar confiesa que tiene una deuda pendiente con Beni y Pando, que son los departamentos donde no pudo llegar. Así como su eterno amor por el proyecto político llamado MIR, que fundó su hermano y del que se apropió toda su familia y muchas familias del país.

Vivió en Sucre, La Paz, El Alto, Buenos Aires, Canadá, Francia y Bélgica, pero siempre retornó a su linda Tarija. Hoy, después de casi un lustro, se luce como una anfitriona envidiable e inigualable en un boliche que acoge a los bohemios del país. “Es una pizzería, el menú es italiano, pero la atención es con el corazón chapaco y boliviano sobre todo. No tenemos publicidad, ni sponsors, no estamos casados con ninguna marca, pero nos conocen por el boca a boca, y es en el paladar donde la gente se lleva el sabor de nuestras pizzas y nuestros coctelitos, el famoso kaj”, rie mientras trata de explicar cómo se podría escribir la manera de invitar un cóctel y tomárselo de un solo trago. “Ponele kaj y listo”.

Pizza Pazza
Pizzerías hay en todas partes del mundo, pero como la de Edith no hay dos. ¿Qué la hace especial? El lugar es acogedor, hogareño, con un decorado sui generis hecho con las propias manos de esta mujer que es el cerebro detrás de este emprendimiento que se ha convertido en el negocio familiar. Alberto ‘Tito’ Linares, su media naranja, le pone el hombro y respalda cada aventura de su Negra. Es que no es un juego permanecer casi medio siglo juntos y todavía llamarse amor con toda la dulzura del mundo.
“Aquí no solo se sirven pizzas, cócteles y vinos para calentar la garganta y la noche, también se viven veladas mágicas con gente bohemia, cantores, pintores, artistas y cientos de espectadores”, aclara la anfitriona mientras el tango invade el mentado lugar que nos llevó al sur del país.
Una pareja se luce danzando entre las mesas y los comensales el ritmo de Carlos Gardel, mientras en la caja el argentino esposo de Edith emite facturas por el consumo y bromea diciendo: “aquí todo está en regla, aunque han hecho de todo por cerrarnos el local”, y ríe lanzando una mirada cómplice a su Negra. Tal vez el pasado político de la familia Paz Zamora les continúa pasando cuentas sin merecerlas, porque los Linares Paz hoy viven de su trabajo honesto y esforzado, pero muy divertido.
Eso es tal vez lo que molesta a algunos, que en ese local ubicado en la calle Lazcano Nº 317 se vivan noches de bohemia donde la gente tiene que ser echada del lugar con mucho pesar a las 2:30 de la mañana.
“Esta casa es alquilada, abajo está la pizzería y arriba nuestra vivienda, no tenemos casa propia”, cuenta la dama tarijeña.

Un legado
Hace veintiún días, el 3 de enero se entregaron los primeros premios a artistas tarijeños y de otros lugares del país que visitan Pizza Pazza y se merecieron este reconocimiento. El trofeo se llama Edisa, como la tan reconocida anfitriona tarijeña, porque ella lo ha instituido para que no la olviden, ni su local bohemio donde se da cobijo a la esperanza, la ilusión y los sueños de todo el artista que quiere hacer conocer su obra.


“La escultura fue creada por Leon Saavedra, soy yo con mis trenzas, bailando sobre una mesa, como lo hago cada noche de jueves y viernes, cuando ya quedan los más íntimos. Quería dejar esto como un legado para que mis hijos me recuerden y puedan continuar con esta pequeña obra en pro de nuestros artistas. Hemos entregado nueve Edisas, a tres solistas, un grupo de pintores, dos grupos musicales, a Erick Ocampo, Mario Acosta y al cumpa Mico, que es un símbolo de este pueblo; y al autor de la escultura, le entregué una de mis vírgenes del kaj (pintura)”, cuenta, aprovechando que su familia se reunió con motivo de la Navidad y el año Nuevo. Por ello fue un evento memorable para los Paz Zamora.


“Pero coman su pizza compadres”, dice. Es una mix de Andalucía, Chismuri, Ranchera y Tacucha, los nombres de cuatro variedades de sabores. Luego un ‘kaj’ y seguimos los movimientos de Edith de mesa en mesa.


Qué atención señores, ella se pasea por los ambientes con su botella cargadita del mejor licor destilado de frutas y un vasito con la forma de un dedal. Es un aperitivo a la llegada y un asentativo al despedirse. Por ese lugar repleto de comensales se pasea un mozo singular, el cumpa Mico, locutor, cantor, declamador y bohemio al cien por cien que en algún momento de la noche y cuando el público se vuelve más selecto, regala un show muy al estilo de los tarijeños, perspicaz, seductor y fascinante.


Alguien pide algún tipo de música para bailar y listo se le da su gusto, alguien quiere tocar la guitarra y solicita el instrumento, otro quiere coplear, se lo escucha. De repente todos son amigos, conversan e intercambian opiniones acerca del local, el menú, los tragos, el ‘kaj’ y los anfitriones. Hasta que todos están muy alegres, Edith se sube a las mesas e invita a las más osadas a imitarla, para animar la velada.


El tiempo pasa volando cuando la cita es agradable, derrepente unas insistentes campanadas de la anfitriona anuncian que es hora de cerrar. Van apagando las luces de a poquito y luego el tintineo de una campanita anuncia la hora del adiós, todos salen con mucho pesar. La magia termina en la puerta y Edith despide a cada uno de sus clientes que se van como grandes amigos y compadres.


Esto se vivió un jueves, los viernes también tienen casi el mismo sabor, aroma y color. Cuando visite Tarija, llegue a Pizza Pazza y verá que no le mentimos. Edith y Tito son los mejores anfitriones.

La mujer
Edith recuerda su niñez, como el mejor tiempo de su vida. Hasta sus cinco años vivió en Tarija y luego su escolarización en Sucre. “Como familia de militares fuimos medio gitanos, pero mi mamacita escogió Sucre para que estudiemos, mis hermanos mayores estaban en la universidad (Mario) y en el seminario (Néstor y Jaime); después me fui a estudiar periodismo a Canadá, me casé y terminé mis estudios de Comunicación Social en Bruselas, Bélgica”.

Al regresar a Bolivia nunca ejerció, pero creó una empresa publicitaria para diseñar la estrategia de campaña del MIR. Acompañó a su hermano en las lides políticas sin desmayar. Un tiempo pasó en Argentina. Regresó a La Paz y trabajó en El Alto como directora de relaciones internacionales, puesto creado por el alcalde José Luis Paredes. Volvió a emigrar y retornó para asesorar al primer gobernador aimara, Mateo Laura Canqui, a solicitud de su hermano Jaime, fue durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.

Conoció a Tito Linares, que se desempeñaba como secretario del expresidente argentino Carlos Menem y desde entonces están juntos. Hoy él trabaja como consultor externo y “cajero en Pizza Pazza”, bromea la comadre Edith.

¿Y volvería a incursionar en política? la pregunta inevitable. Ella dice: “No, porque siempre en todo lo que he hecho he comprometido alma, vida y corazón. No lo haría, aunque la política es un fuego que te quema la sangre y para toda la vida”.

¿Quiere quedarse para siempre en Tarija? Quiero dejar mis huesos y que me entierren con una bandera de seis metros que tengo en el local. A mi marido le encanta, somos felices acá, pero siempre hay que buscar donde tengamos trabajo. Ahora además de la pizzería trabajamos en el proyecto El churquial, que es un sueño que se está haciendo realidad. Tito es responsable del proyecto de cultivos de alcaparra, que pertenecen a la orden religiosa dirigida por la hermana Grazzia Michaelli. Antes yo trabajaba desde temprano haciendo pan por las mañanas y mi marido en la oficina del proyecto. Esa es nuestra vida aquí en el valle tarijeño.

Sus sueños
Sueña con lograr algún día una Bolivia y una Tarija amable. “Los años que nos han tocado vivir son muy agresivos, quiero que mis hijos y mis nietos sigan diciendo buenos días, buenas tardes, muchas gracias, permiso, lo ayudo, que no se pierda la solidaridad, que no se pierda la sonrisa, esos ojos transparentes mirándose de frente, el contacto, ese abrazo en el que sientes la piel y el calor humano”, remata la mujer que no es muy amiga del salón de belleza ni de la ropa de marca, pero si de los libros y de la música folclórica, la comadre tarijeña más amable que hemos conocido



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