viernes, 28 de diciembre de 2012

Lucía Arduz, una profesional que rompe todos los esquemas

La sonrisa que Lucía Arduz luce junto a su título universitario, en una fotografía tomada hace pocos días, es el resultado de 22 años de esfuerzo en los que esta joven superó el desafío del síndrome de Down y también todas las expectativas puestas en ella desde el día en que nació.

Hoy, graduada de la Universidad San Francisco de Asís como técnico medio en educación inicial a los 22 años, Lucía centró la parte final de su educación en realizar una monografía dirigida a ayudar a los niños con síndrome de Down.

Eligió enfocarse en las adaptaciones curriculares para apoyar el proceso de aprendizaje de los niños con síndrome de Down en la educación inicial. Así, busca allanar un poco el camino de los que, como ella, tienen que esforzarse un poco más que los demás para aprender.

Pero no sólo eso. Estudió gimnasia artística, representó a Bolivia en las Olimpiadas Especiales como tenista, estudió piano, cantó con Luis Rico en el disco Todas las Voces y ahora se prepara para ser coguiadora de las scouts de Bolivia.

“Estudié y me esforcé mucho para ser una profesora parvularia. Quería que mi trabajo tenga que ver con mi vida; además, me gustan mucho los pequeños. Hasta ahora, ya hice durante seis meses mis prácticas pagadas en la guardería Discovery”, cuenta Lucía.

Llena de vida, comunicativa, con el cabello largo, esta profesional de contextura delgada aparenta ser mucho más joven.

Su madre, María Eugenia Cardona, recuerda cómo los médicos que la trataron cuando era recién nacida le dijeron que lo máximo que podía esperar de ella era que pueda pedir algún objeto.

Una luchadora de toda la vida

Al recibir esa respuesta, la familia de Lucía no se resignó y empezó a investigar hasta comprender en toda su dimensión el síndrome de Down.



En ese camino, se toparon con el doctor Rodolfo Castillo Morales en Córdoba, Argentina. Él les dijo que Lucía tenía que estudiar en un colegio regular y que iba a poder aprender en forma integrada, igual que los otros niños.

“Desde los cuatro meses empezó a prepararse en la parte psicopedagógica para su aprendizaje. Íbamos a Córdoba, nos daban todos los ejercicios que teníamos que hacer en fonoaudiología, psicomotricidad y fisioterapia. Todos los días, de lunes a viernes, trabajábamos de 9:00 a 11:30”, comenta Cardona.

Desde esa corta edad la disciplina fue fundamental para Lucía. Una de sus primeras alegrías fue cuando empezó a caminar, dos meses antes cumplir los dos años, y poco más de un mes después empezó a asistir a una guardería regular. El resto es historia.

Un aporte para la educación

Realizó sus estudios primarios y secundarios en el Colesur, donde se integró a sus compañeros en forma regular y se convirtió en la protegida del grupo. “Sí, me sentía diferente. Pero en todo momento mis compañeros me daban buenos consejos para que siga adelante”, recuerda Lucía.

Sin duda su esfuerzo marcó la pauta. La madre de Lucía empezó a trabajar en las lecciones impartidas en el colegio. Elaboraba adaptaciones curriculares para cada materia que se valían de ejemplos prácticos y más específicos.

“Por ejemplo, si todos leían La Iliada, la reescribíamos prácticamente adaptándola, no resumiéndola, en una forma más concreta utilizando herramientas como los mapas conceptuales. A medida que hacíamos ese trabajo leíamos el texto y después hacíamos un cómic para que comprenda la historia en forma más clara”, explica Cardona.

Las innumerables horas de trabajo y estudio y las adaptaciones inspiraron a Lucía a basar su monografía en ese tema.

Su tutora y docente, la magister en psicopedagogía María Esther Carrasco, señala que lo más importante del trabajo final de Lucía es aportar a que las personas con cualquier tipo de discapacidad intelectual -no sólo síndrome de Down- puedan tener una mejor educación académica.

“El aporte de esta monografía hace que en las unidades educativas, que ahora trabajan en la inclusión de niños con dificultades de aprendizaje, tengan luces sobre cómo realizar adaptaciones curriculares. Lucía trabajó inspirada en su experiencia personal, pero respaldada con estudios científicos”, dice.

Un futuro prometedor

Siempre integrada a las actividades regulares y nunca educada como si fuera una persona diferente, Lucía lleva una vida muy independiente como cualquiera de las jóvenes de su edad y además es miembro del directorio de Olimpiadas Especiales.

Su vida afectiva es igualmente completa, ya que tiene novio. Él se llama Carlos Biggemann y es fotógrafo, vive en Nueva Zelanda y también tiene síndrome de Down.

“Teniendo un hijo con síndrome de Down hay que trabajar muchísimo. Eso es lo que hay que destacar de la vida de Lucía”, asegura su madre.

Esta joven luchadora quiere que las personas que tienen síndrome de Down como ella pueden lograr lo que quieran, siempre y cuando pongan mucho esfuerzo y sean disciplinadas.

Lucía no sólo sobrepasó todas las expectativas, sino que las superó dedicándose al deporte, al arte y a su formación académica, pero sobre todo a la investigación, para que las personas como ella tengan una vía menos difícil a la hora de estudiar.

“El síndrome de Down no es una enfermedad, es una condición”


Sin duda, el destino y el futuro de Lucía Arduz ha sido forjado por una familia que no se resignó a que ella tuviera una vida limitada o determinada por el síndrome de Down; la impulsó a luchar desde pequeña.

“Trabajamos toda la vida para que ella se integre y lo consiguió. Sin embargo, seguimos batallando con términos y calificativos que no corresponden con haber nacido con síndrome de Down”, señala la madre de Lucía, María Eugenia Cardona.

Referirse al síndrome de Down como una “enfermedad” es incorrecto, ya que se trata, según Cardona, de una “discapacidad intelectual”, una “condición” con la que se vive.

“Para cambiar e integrar, primero hay que romper los preconceptos que tenemos sobre el tema”, sostiene Cardona.

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