sábado, 30 de junio de 2012

Teresa Gisbert, una mujer enamorada del arte boliviano

Nació en 1926 y desde pequeña tenía claro su horizonte: iba a tomar las riendas de su destino. Dueña de un carácter decidido y un espíritu enamorado de la investigación, Teresa Gisbert emprendió un viaje de descubrimiento de las raíces de Bolivia y su patrimonio que la llevaría a ser la pionera de la historia del arte latinoamericano.

Pero ese camino que emprendería, junto al compañero de casi todas sus aventuras, su esposo José de Mesa, comenzaría mucho antes. En una época en la que las mujeres no votaban y donde emergían las primeras profesionales de Bolivia, Teresa Gisbert estudió la secundaria y su intención era estudiar ingeniería. Algunos momentos que marcaron su vida los cuenta hoy, meses antes de cumplir los 86 años.

Su estudio tiene libros organizados en estantes que cubren las paredes y cuadros parecidos a los que tanto investigó y los mostró al mundo . En esa temática, es la autora de más de una docena de libros individualmente y en coautoría, además de innumerables trabajos y artículos en varios países.

Sentada, con una luz tenue y cálida que ingresa por las ventanas en la tarde, Gisbert, Premio Nacional de Cultura 1995, dialoga con Página Siete. “Soy hija de inmigrantes españoles, vivíamos 14 personas en un departamento al lado del templo de La Merced. Todos trabajábamos, mi tío se dedicaba a la librería (Gisbert), mi padre a la construcción y mi mamá, mis tías y mi abuela cocían para la gente ‘bien’ de la ciudad. Muchas veces me preguntaban ‘¿eres la hija de las costureras?’ y yo decía ‘sí, soy la hija de las costureras’”, recuerda.

“Lo que a mí me parezca”

“Yo no quería aprender nada relacionado a las cosas que debían hacer las mujeres porque veía cómo en mi casa los hombres llegaban cansados. Y me preguntaba cómo es que están cansados si están todo el día sentados en el escritorio, dando órdenes y todo el mundo les obedece. Yo voy a ser como ellos”, pensé.

Poseedora de unos ojos verdes que las fotos en blanco y negro de su niñez no reflejan, esta investigadora afirma sonriendo que tenía fama de ser “bastante coqueta”, pero que no centraba su atención en nadie, y menos en el matrimonio.

“Yo veía la diferencia entre la vida de los hombres y las mujeres; entonces me dije: no, yo voy a ser lo que a mí me parezca”, cuenta.

De no haber tomado esa decisión, admite que a lo máximo que hubiese llegado es a secretaria y seguramente sus investigaciones que realizó junto a su esposo sobre iconografía, arquitectura y arte textil del mundo andino no existirían.

En 1943 se graduó del colegio e ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas, donde se reencontró con quien sería su esposo, José de Mesa, a quien conocía desde muy joven y que la convenció de estudiar arquitectura. Subieron al altar cuando terminaron sus estudios.

Mujer y madre

Casada y convertida en madre, Gisbert y su esposo emprendieron una prolífica actividad intelectual.

Hoy, sus investigaciones son la base para estudios sobre patrimonio e historia del arte, un camino que los esposos Mesa abrieron y que otros especialistas continúan.

Después de un viaje a España, la pareja regresó a Bolivia y emprendió la búsqueda de tesoros inéditos en todo el país.

“Nos prestábamos el auto de mi cuñado y su cámara, porque no teníamos; mi hermana Angelita se quedaba con mis guaguas y viajábamos por todos lados ('). Me acuerdo una vez que fuimos a Potosí con mis hijos. A Carlos lo dejábamos en el Boulevard a cargo de un revistero, y lo recogíamos cuando terminábamos de trabajar en los conventos e iglesias. Mi hijo Andrés se quedaba en el hotel”, rememora.

Viajes en tren, por carreteras de tierra, cruzando ríos y durmiendo en cuarteles, eran una pequeña parte de lo que implicaba su trabajo. En uno de esos viajes, Gisbert conoció el templo que más la ha impresionado dentro del territorio nacional: Curahuara de Carangas. “Cuando mi esposo y yo vimos el templo nos quedamos con la boca abierta”, recuerda.

Siempre supo combinar la tarea de ser madre con la investigación, aunque admite que en detrimento de algunos detalles. “Mis hijos decían, en broma, mi mamá entra a la cocina y no sabe freír ni un huevo”, dice.

Los años y el presente

La realidad y la turbulenta historia política del país también han pasado por sus ojos, como el colgamiento de Villarroel o el asesinato del sacerdote Mauricio Lefebvre, el 21 de agosto de 1971, en la esquina de su casa durante la dictadura de Banzer. “Lo único que pensaba era que éste era un país tremendo, que de alguna manera la vida no importa tanto y que siempre hemos tenido un contacto muy directo con la muerte”, sostiene.

Durante el Gobierno de Juan José Torres, la pareja enfrentó uno de sus peores momentos, ya que ninguno tenía trabajo.

A su juicio, el museo más lindo de Bolivia es el Nacional de Arte, que dirigió.

“Yo lo he restaurado y era como mi casa”, dice riendo y destaca a los santos de Gaspar de la Cueva.

Y nace una pregunta quizá inevitable: ¿qué se siente tener un hijo que fue Presidente de la República?

“Muy mal, todos hemos sufrido mucho. Lo considero una persona muy valiente (...), pero nunca me ha gustado mucho la política”, asevera.

La templanza y sabiduría que adquirió viajando y descubriendo el arte y la cultura de Bolivia brillan todavía en sus ojos.

“Sigo haciendo lo que quiero, que no es otra cosa que lo que me da la gana (sonríe). Y además veo que la gente sigue adelante y que el hecho de que eventualmente desaparezca (') no afecta tanto porque veo que el carro sigue andando aunque no esté”, sentencia esta arquitecta e historiadora, una de las académicas más reconocidas en el país.

“Yo veía la diferencia entre la vida de los hombres y las mujeres; entonces yo dije no, yo voy a ser lo que a mí me parezca”.
Teresa Gisbert. Historiadora y arquitecta

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