jueves, 3 de mayo de 2012

La religiosa rebelde

Es una trotamundos y una mujer aventurera. A sus 73 años, esta ex monja no le teme a la penuria de los viajes hacia el campo o a la selva. Viste siempre de falda y lleva zapatillas deportivas, para las caminatas. Estuvo en la IX marcha en defensa del TIPNIS. Durmió en una carpa y marchó por algunos días junto a los indígenas. Viajó a Caranavi cuando se suscitaron los trágicos acontecimientos de 2010 en este pueblo yungueño. Es la presidenta departamental de La Paz de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos y una de sus fundadoras. Llegó a Bolivia en 1971, cuando el entonces coronel Hugo Banzer Suárez dio un golpe de Estado.

Nació en 1939 en León, España, en plena dictadura de Franco. Es la novena de 13 hermanos de una familia muy religiosa. Su aventura empezó cuando a los 20 años cayó en sus manos un calendario de la orden de las madres Mercedarias Misioneras Bérriz. Una de las características de la orden era el trabajo social, sobre todo en las cárceles. Escribió a la orden y pidió hacerse monja. A pesar de haber sido una mujer devota, a su madre no le gustó la idea de que su hija se hiciera monja por el orden jerárquico dentro de la orden de las mercedarias, que estaban divididas entre madres y hermanas; las hermanas provenían de un estrato socioeconómico inferior al de las madres y se ocupaban de las tareas domésticas del convento, pero Amparo a sus 20 años ya era profesora de piano, lo cual le permitió hacerse parte de las mercedarias como madre.

Por lo general, las religiosas ingresaban como madres por la dote que eran capaces de entregar a la orden.

El rechazo al hábito

Amparo estudió para ser educadora, primero con las madres teresianas y posteriormente en la Normal Santa María de Madrid. Sus calificaciones eran sobresalientes, pero se aplazó en religión. En uno de los trabajos de la materia le habían pedido que escribiera sobre Martín Lutero; en su texto defendió las posiciones del reformista protestante y criticó los privilegios que existían dentro de la Iglesia Católica; le exigieron que se retractara. Negarse le valió el aplazo.

La destinaron a un convento en Bérriz, en el País Vasco, y se puso a trabajar en un colegio de Marquina, un pueblo cercano. Su enamorado la fue a buscar al convento y allí ella le confirmó una vez más su decisión irrevocable de ser monja. Fue el único enamorado que tuvo. “Pues fíjate que no”, contesta cuando se le pregunta si alguna vez se enamoró.

Había aires de revolución en el convento. Las jóvenes monjas estaban cansadas de las jerarquías y muchas ya no querían usar hábito. Las reglas se flexibilizaron y después de una larga lucha las monjas pudieron dejar el hábito. Pero también empezaron a interesarse por algunos asuntos políticos del País Vasco. En aquella época estaba prohibido para las religiosas hablar el idioma vasco, el euskera. Las jóvenes empezaron a escuchar Radio París, la principal emisora, en español, de oposición a la dictadura de Franco y a tomar contacto con algunos grupos políticos, entre ellos ETA. Empezaron a aprender euskera y a rezar y cantar composiciones religiosas en ese idioma.

Pronto a Amparo se le dio la posibilidad de viajar a Japón con la orden, pero rechazó la propuesta debido a que las mercedarias del Japón aún no habían abandonado el hábito. “Habíamos luchado tanto para quitarnos el hábito que volver a usarlo era como volver atrás”, comenta. Sin embargo, esta religiosa mercedaria estaba decidida a dejar España. Poco antes una de sus amigas había decidido irse al campo del País Vasco para conocer de cerca la cultura y aprender euskera. “Mira, yo voy a llenar este formulario y que me manden a donde sea, porque yo me ahogo aquí”, le había dicho Amparo a su amiga.

En el país

También estuvo a punto de viajar a Nicaragua. Esta vez, Amparo estaba dispuesta a volver a vestirse de monja con tal de viajar. Pero finalmente recaló en Bolivia.

Llegó al país en noviembre del 71 para apoyar el proyecto de los centros educativos Fe y Alegría que dirigía el profesor Humberto Portocarrero. Las mercedarias tenían centros en Villa San Antonio y en la avenida Armentia.

Apenas llegó a Bolivia, Amparo Carvajal empezó trabajar en el colegio Fernando Bravo y a viajar por el país. Visitó a las monjas mercedarias de Yapacaní, viajó a las minas y pronto empezó a visitar las cárceles y a detenidos de la dictadura por cuya libertad abogaba. “¿Acaso no eres mercedaria? ¿Por qué no vas a las cárceles?”, le preguntó el sacerdote oblato Gregorio Iriarte, que ya llevaba años trabajando en el ámbito social en el país.

“Iba a ver a los universitarios que estaban detenidos por Banzer en Achocalla y empezamos a hacer el pedido de defensa que ahora se llama hábeas corpus. Empecé a trabajar con la Comisión de Justicia y Paz que dirigía Luis Adolfo Siles Salinas”, cuenta. Fue entonces cuando se inició su camino en defensa de los derechos humanos, su “carrera social”, la llama ella.

La memoria de esta mujer enérgica y parlanchina está llena de anécdotas y datos sobre la historia de Bolivia. Uno de los tantos eventos que vivió de cerca fue la masacre del valle, en la que fue asesinada una multitud de campesinos de Cochabamba que pedía la anulación de decretos emitidos por Banzer con respecto a una elevación de los precios de los alimentos y la devaluación del peso boliviano.

“Me tocó vivir la masacre del valle cuando hubo la devaluación de Banzer. El primer cuaderno que publicó Justicia y Paz se llamó Humillados pero no vencidos, que era con una tapa roja; en el segundo se publicaron las fotografías de la masacre. A raíz de la masacre y esa publicación, fueron detenidos y expulsados de Bolivia algunos sacerdotes que ayudaban en la difusión de este material”, rememora.

Amparo se movía en la esfera de lo clandestino, ayudaba a ubicar a gente desaparecida en medio de la violencia banzerista, gestionaba viajes al exterior, salidas al exilio. Recuerda el episodio de aparición de la niña Carla, hija de Graciela Rutilo y también del desaparecido uruguayo Enrique Joaquín Lucas López. Rutilo había sido detenida en Oruro y su pequeña hija apareció en un orfanato.

“Una trabajadora social me avisó que había llegado al hogar una niña de nombre NN, era la hija de Graciela Rutilo”. La niña fue trasladada a La Paz. Su madre había sido torturada pero también fue liberada y ambas pudieron abandonar el país. “Era el tiempo del entonces ministro del Interior Juan Pereda Asbún”. Es un nombre que se repite con frecuencia en el discurso de Amparo. El ministro de Banzer y posterior presidente de facto de Bolivia intentó expulsarla del país también a ella por internar un folleto minero a la cárcel.

Mucha gente operaba desde la clandestinidad con otros nombres y caía en manos de la represión con esos nombres falsos. Hoy Amparo prefiere no revelar la identidad de algunas personas que conoció en aquella época. “Muchos de ellos están vivos y están aquí, y no sé si les gustaría que su nombre aparezca en un artículo”, dice.

Emborrachó a un paramilitar

Entre algunas de sus anécdotas, está la de un padre que buscaba a su hijo desaparecido. Amparo llevaba consigo una lista de nombres de la Cruz Roja y podía entrar a ver a los detenidos. El nombre del hijo no figuraba en la lista y el padre estaba al borde de la desesperación. En la cárcel, la religiosa se encontró con un joven que había sido torturado y al que le habían roto los lentes; el chico le pidió a Amparo que le ayude a conseguir unos anteojos nuevos, ya que sin ellos casi no podía ver; afuera, el padre reconoció los lentes de su hijo y pudo saber así que estaba vivo “y logramos sacarlo”, dice.

La monja se pasaba horas enteras en la cárcel, conversando con los detenidos y escuchando sus historias para conocer a fondo la situación en la que se encontraban y sus posibilidades de salir en libertad; en una oportunidad logró la liberación de 70 mujeres que estaban detenidas en Achocalla.

A veces regresaba a altas horas de la noche a su residencia. No era un comportamiento propio de una monja, pese a que también sus compañeras, incluida la madre superiora Ana María Ajuria, actuaban políticamente.

“O cuando emborraché al Guido Benavides”, dice con picardía. Un grupo político le había pedido que interceda con urgencia por la liberación de un detenido. Ablandar la voluntad del entonces director del Departamento de Orden Político DOP, el paramilitar Guido Benavides, con whisky le pareció la mejor opción. Era la noche de Navidad y la monja se fue a buscar a Benavides con una botella del mejor whisky; entre copa y copa, le empezó a relatar la historia familiar del detenido, la pena de sus hijos pequeños que no podían estar con el padre en Navidad; la soledad de la esposa.

“¡Mañana a las 9:00 le entregan a esta madrecita el detenido que está pidiendo!”, ordenó con ímpetu Benavides a uno de sus agentes. “Y me lo entregó”, dice encogiéndose de hombros y con el acento español que aún no ha perdido, pero que se mezcla con modismos y expresiones paceñas.

La noche de su tertulia con Benavides llegó a su casa a eso de la medianoche. “ ¿Y qué hace una monja volviendo a casa a medianoche en Navidad? ¿Qué les podía decir a mis monjas? Eran cosas que no se podían decir, que no se podían hablar”, comenta en voz baja, como si aún se tratara de un secreto.

A cualquier parte

Volvió a España a visitar a su familia después de cinco años. En España le informaron que no volvería más a Bolivia, debido a que “no estaba formada política ni emocionalmente” para seguir trabajando en Bolivia. “Puedes ir a trabajar a cualquier parte de la Tierra, menos a Bolivia”, le dijeron. “Pero claro que voy a volver”, afirmó Amparo con la contundencia que la caracteriza.

Existían divergencias políticas también entre las monjas. La mayoría apoyaba al partido comunista chino, pero Amparo nunca se decidió por partido ni por grupo político alguno; era parte de la resistencia, creía en la democracia, en los derechos humanos, pero nunca se inclinó por grupo político alguno. No tenía dinero para volver a Bolivia. “Quien me ayudó y me prestó el dinero para el pasaje fue el padre Gregorio Iriarte”, sostiene.

Un tiempo después, en La Paz, Amparo firmó su salida de la orden y dejó de ser monja.

Iba a ver a los universitarios que estaban detenidos por Banzer en Achocalla y empezamos a hacer el pedido de defensa que ahora se llama hábeas corpus. Empecé a trabajar con la Comisión de Justicia y Paz que dirigía Luis Adolfo Siles Salinas, cuenta. Fue entonces cuando se inició su camino en defensa de los derechos humanos, su “carrera social”, la llama ella.


Esta nota fue publicada en el suplemento MIRADAS de Pagina Siete del domingo 06 de mayo.

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