domingo, 5 de febrero de 2012

La cronista de la Bolivia del Siglo XX, un País íntimo

No se puede olvidar que en Latinoamérica, para bien y para mal, el periodismo ha jugado y juega un rol fundamental en la construcción de identidades y corrientes de pensamiento.

Desde los ilustrados latinoamericanos del siglo XVII hasta los movimientos sociales e indígenas actuales, el género periodístico ha sido una herramienta poderosa e irremplazable para los proyectos políticos y sociales. Basta pensar en gente como Leopoldo Zea, José Carlos Mariátegui, Enrique Dussel, René Zabaleta Mercado, Clarice Lispector, Osvaldo Soriano, Juan Carlos Onetti, Rodolfo Walsh o en ese gigante llamado Franz Tamayo, para confirmar la importancia que tiene un texto publicado en las páginas de un diario, una columna de opinión o un artículo aparentemente inofensivo. No podemos pensar en nuestra historia sin el llamado Cuarto poder.
FIGURA DEL PERIODISMO

Una de las indiscutibles figuras históricas del periodismo en Bolivia es Ana María Romero, su hoja de vida está marcada a fuego por el oficio que amó, defendió, criticó y practicó, con lucidez, responsabilidad y consecuencia. Ya Carlos Mesa Gisbert describió ampliamente el trabajo de Anamar cuando era directora del diario “Presencia” (página 3 y 4 de este informe).

En palabras de María Soledad Quiroga: “Creo que desde el periodismo, desde su labor como directora de Presencia y en otros espacios, hizo una tarea y una contribución que fue muy significativa para la construcción democrática en Bolivia, después de la época de las dictaduras.

Su trabajo fue reconocido como un periodismo de calidad. No solamente militante de los derechos humanos, del apego a la defensa de la democracia, de los intereses populares, era un periodismo de calidad. Eso es algo que hay que destacar y reconocer”.

En “Presencia”, Ana María hizo historia. Pero cuando llegó verdaderamente al corazón de los lectores, cuando entró en nuestras casas y se convirtió en un elemento irremplazable, fue cuando se desempeñó como columnista. Dejó de ser una mera personalidad, dejó de ser Ana María Romero, para convertirse en, la más próxima y familiar, AnaMar.



ENTRETECLAS

En 2002, Plural editores, publicó una selección de algunos de los textos que salieron entre mayo de 1996 y marzo de 1998 en la columna “Entreteclas” del diario La Razón, los mismos que Romero firmó con el seudónimo que la identifica hasta ahora.

Titulado País íntimo el volumen es una suerte de antología de autor que nos permite conocer mejor la obra de Romero. Ante todo es un valioso testimonio de una época de gran relevancia para Bolivia, es una herramienta interesante para entender el panorama político de fines de los años 90. En el texto apunta: “Amo al periodismo por haberme permitido ser testigo privilegiada de la historia y darme la posibilidad de acompañar el camino de un pueblo que, pese a enfrentar todo tipo de vicisitudes, va construyéndose un mejor destino. Mas debo confesar que nunca esperé que esa posibilidad de servir, de conocer y de amar –que considero un regalo de Dios- pudiera constituir un mérito” (p. 72)*.

País íntimo es la confirmación de que Anamar tenía una verdadera vocación, escribió: “¡La sala de redacción de un diario! ¿Hay acaso algún lugar que se le iguale en tensión y suspenso? No lo creo. No hay nada comparable al momento en que nace la noticia. Aquél en el que varios periodistas teclean al unísono su cuota de historia de la jornada. Esa que al día siguiente será una novedad y al otro día dejará de serlo.

La compenetración entre un periodista y su teclado es total, éste es una extensión de su cerebro. El periodista acaricia a las teclas, las apura, les da un pequeño respiro, escribe, piensa; piensa escribe. Ambos elaboran ese bien intangible que miles de personas tendrán, horas después, en sus manos. Que lo leerán con avidez o quizás lo ignoren, que podrá ser recortado e incluso fotocopiado. Lo que importa es dejar constancia de que ocurrió y poder hacerlo rápido” (p.10).



DEL LADO DEL PUEBLO

No es hacerle justicia a la obra de Romero sobredimensionarla. No es un tratado filosófico, ni una joya de la literatura de no-ficción, pero es íntima, desenfadada, inteligente, oportuna, consecuente y, lo más importante, siempre está del lado del pueblo. Lo que hace pensar que ese rótulo de “Defensora” se lo había ganado sin necesidad de tener un cargo.

País íntimo está compuesto por cerca de 80 textos breves, ordenados en seis secciones (“Sociedad”, “Semblanzas”, “Economía y política”, “Fin de siglo”, “Cultura y Ecología” y “El mar nuestro”). Varios de ellos están muy relacionados con la coyuntura en la que fueron escritos, sirven como una especie de cápsula de tiempo. Pero los textos que tienen más relevancia e interés son los que no tienen fecha de expiración, que tratan temas que siguen siendo actuales, como la migración, el desarrollo del oriente boliviano, la pobreza, el tema de la coca, la corrupción, la explotación y las injusticias.

Carlos Mesa nos dice: “Creo que la política siempre fue un elemento de interés para ella, el análisis y el seguimiento de temas de actualidad”. Eso se deja ver. A lo largo del libro, Romero reflexiona sobre cuestiones que fueron importantes en su vida.

Su visión del mundo está forjada por su trabajo en Presencia, en la radio Fides y en las agencias de noticias DPA, UPI, nos guía a través de variados tema y ensaya lecturas de personajes como Carlos Palenque o Gualberto Villarroel. También da paso a la emotividad cuando recuerda, en sentidas semblanzas, a Marcelo Quiroga Santa Cruz o al Dr. Huáscar Cajías.
DECEPCION

Si hay un tema que es una constante, es el de Gonzalo Sánchez de Lozada y su primer mandato. Como documento histórico, es muy interesante leer cómo una mujer culta y lúcida, que en un principio consideró a Goni un gran demócrata, comenzó a decepcionarse y a descubrir la degradación de su partido, su insalvable corrupción.

Preocupada por el rol de la mujer, la igualdad, el futuro del país. Escribiendo desde su inamovible posición ética, desde su catolicismo férreo, desde lo que consideraba más justo.

En la mencionada semblanza escrita sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz, Anamar se pregunta: “¿Qué haría ahora?”.

Vale la pena preguntarse lo mismo sobre ella. ¿Qué haría ahora Anamar? Quizás ya habría renunciado al Senado o tal vez estaría feliz de haber logrado algunos consensos. Lo cierto es que, de diferentes formas, seguiría escribiendo:

“Ocúpense de los excluidos si quieren una sociedad con menos violencia. ¡No hay tiempo que perder, señores políticos!” (p. 32).

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